miércoles, agosto 07, 2019

Pesadilla medieval en Dubái


Es Dubái una especie de Walt Disney para millonarios, un parque temático enfocado a señores adinerados que se compran un piso en esa urbe de fantasía, con el infinito desierto a sus espaldas y el gogo pérsico de frente, plagado de islas artificiales, canales, yates inmensos y centros comerciales donde refugiarse del infinito calor exterior y gastar sin límite. Es uno de los emiratos que forman parte de Emiratos árabes Unidos, EAU, y carece prácticamente de hidrocarburos, por lo que se las ha ingeniado para prosperar a base de vender el paraíso para potentados. Mantiene el rigorismo islámico hasta el extremo, por lo que si uno tiene dinero y es hombre, pocos problemas padecerá. En caso contrario, el panorama es mucho más sombrío.

Estos días se le ha puesto cara en muchos medios del mundo al emir de Dubái, el jeque Mohamed Bin Rashid al Maktum, al que llamaré el jeque para simplificar, a cuenta de un problema conyugal de primer orden. Una de sus esposas, que ya saben que la poligamia no está permitida por el islam pero la practican muchos, ha huido a Londres y solicita medidas cautelares para buscar protección para ella y para sus hijos, alguno de los cuales intentó escapar del emirato con suerte dispar hace algunos años. El artículo de Walter Oppenheimer de este pasado domingo en El País relata las vicisitudes de esta mujer, Haya, y de sus hijos, y revela un escenario de auténtica pesadilla en el que el jeque no sólo ejerce el poder absoluto sobre las finanzas y política del emirato, encarnando una dictadura clásica de las que se estilan por la zona, sino que también trata a su familia con la misma condescendencia con la que emplearía alguno de sus múltiples coches. Acusaciones de malos tratos, retenciones, secuestros de facto, escenas de terror que se desarrollan en el interior de palacios suntuosos con vistas a rascacielos de ensueño… el panorama que se muestra es de auténtico terror. La estrategia del jeque, de cara a la galería, ha sido la de vender un Dubái occidental, moderno, atractivo para las clases pudientes occidentales, para las que la religión es algo exótico durante su primer fin de semana de estancia en el lugar y algo completamente ajeno después. No es Nueva York, pero si pretende ser una Miami del golfo, un lugar de recreo y ensueño, lleno de billetes y placeres para los que el islam no sea un problema. Emaar, la empresa del jeque encargada del desarrollo inmobiliario de la ciudad, está presenten en las mayores ciudades de occidente y comercializa residencias en aquel lugar para tratar de captar así inversiones de postín. Uno pasea por el centro de París o Londres y se encuentra oficinas de ese emporio vendiendo pisazos o villas en islas creadas de la nada. Lo cierto es que si uno se va a vivir a ese lugar, o pasa largas estancias en él, debe ser consciente de hasta qué punto es falso lo que ve y vive, falso no sólo por la artificialidad de una arquitectura insostenible en un entorno desértico sino, sobre todo, por la sensación de apertura y vida libre que se ofrece en lo que no es sino una extraña y hasta cierto punto distópica jaula de oro. El caso de Haya es horrible, pero sin duda alguna responde a lo que viven la mayor parte de las mujeres en esa zona del mundo, y en el caso de la jequesa las comodidades materiales ayudan a sobrellevar la prisión en la que se encuentra. Piense en las miles, millones de mujeres de esas naciones que, independientemente de su nivel económico, viven en una cárcel, de oro o de adobe, sometidas al deseo de sus maridos, que los tratan como vulgares posesiones, como una versión de camellos de dos piernas en vez de cuatro patas. ¿Por qué se consiente esto? Una de las imágenes que ilustran el reportaje al que antes me refería muestra al jeque luciendo el protocolo, absurdo, que rige en las carreras de Ascott, con su chaqué y sombrero de copa, saludando a la reina de Inglaterra. Ella sabe todo lo que pasa en los dominios de quien le mira, y también conoce cuánto dinero la familia del jeque y sus amigos invierten cada año en un Reino Unido que, cada vez más, es comprado al mejor postor, en forma de palacios, pisos, edificios de oficinas o centros comerciales de titularidad extranjera.

Sabe la Reina Isabel que para el jeque que le mira ella vale lo mismo que cualquier otra mujer, nada, pese a ser la soberana de una nación y una de las mujeres más ricas del mundo. Conoce hasta qué punto el invisible manto de la ley y jurisprudencia occidental le permite disfrutar de derechos que en Dubái son inconcebibles, y seguro que tiene la sensación de que cuando mira al jeque o le da la mano, sus dedos atraviesan ese manto protector y notan la frialdad de los del carcelero que, despótico, sin freno alguno, ejerce su antediluviana voluntad contra aquellos y aquellas a las que considera inferiores, indignas de su presencia. El caso de Haya es una muestra de que, en nuestro mundo, apenas unas horas de vuelo equivalen a una máquina del tiempo, que permite poder viajar al pasado y conocer cómo era la Edad Media.

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