Pocos
políticos son más rehenes de las palabras que han pronunciado en el pasado que
Pedro Sánchez, o al menos las múltiples personalidades que se esconden tras ese
nombre, porque uno nunca tiene claro qué Sánchez se sitúa en frente. En la
primera investidura fallida de Rajoy, la que llevó a la repetición electoral,
dijo eso de que “la Constitución indica que la responsabilidad de formar
gobierno corresponde en exclusiva al candidato propuesto por el Rey, y es suya
y sólo suya, señor Rajoy” y así argumentó, de la manera más solemne posible, el
no que le seguiría hasta su renuncia a la secretaría general del PSOE. Transcurrido
no mucho tiempo, idéntico argumento puede ser lanzado sobre la cabeza del
candidato Sánchez.
¿Busca
Sánchez a toda costa la repetición electoral? Eso parece, y elabora
argumentarios para que puedan ser utilizados en una futura campaña. Las
reuniones agosteñas que está realizando con distintos agentes sociales (ahora
todo el mundo es agente social, qué cosas) buscan fotos, sonrisas, imágenes de
acuerdo, sensación de que se está negociando y trabajando, cuando realmente
todo es un conjunto de poses buscadas por el candidato para escenificar un
trabajo que no existe. La estrategia, piénsenlo, no es mala. Durante agosto,
cuando casi nadie hace nada, día tras días me reúno con colectivos de todo
tipo, a los que prometo el oro y el moro, y me fraguo una imagen de candidato
electo progresista y negociador, dejando supeditadas esas promesas a que otros
grupos me respalden. En primer lugar, presiono a un Podemos que se dice
progresista pero que no se reúne con nadie, que no se compromete con nadie, y
que parece ser la herramienta perfecta para frustrar todo acuerdo con tintes
socialistas. En segundo lugar, dejo en mal lugar a la derecha, que con su
abstención podría permitir el arranque del gobierno, de tal manera que les
puedo acusar de ser constitucionalistas de boquilla, pero no de corazón, de no
sacrificarse por el bien común permitiendo que España tenga un gobierno. Este
es el corazón de la actual precampaña y, probablemente, de la campaña electoral
de septiembre octubre. Fíjense también qué fácil es darle la vuelta a esta
estrategia. Sánchez, en efecto, se reúne con mucha gente y aparece todos los días
en los medios, pero no negocia con nadie, porque con esos con los que se cita a
desayunar y comer no poseen escaños en el Congreso, por lo que pueden decir
misa, pero no aportan votos. Todos los días el PSOE y algunos medios lanzan
propuestas de cara a esos colectivos, pero no hay ofrecimiento serio de negociación
o pacto a ninguna de las fuerzas políticas que pueden votar la investidura. Ni
con Podemos, cuyas relaciones aparecen casi rotas, o con la derecha. Sánchez se
sitúa en una posición altiva desde la que pide, casi exige, que el resto le
permitan gobernar sin ofrecerles nada a cambio. Si de verdad quisiera una
abstención activa de PP o Ciudadanos, ¿por qué no les ofrece un acuerdo en el
que, por ejemplo, renuncie a la presidencia de Navarra como muestra de buena
voluntad? Días sí y día también Sanchez insulta a los que podrían ser aliados
suyos, por acción o por omisión, pero a los tres minutos les acusa de ser los
responsables de un posible adelanto electoral. Es una situación esquizofrénica
en la que los partidos, todos ellos, muestran una cerrazón absoluta, pero dado
que el PSOE ganó las elecciones y Sánchez es el candidato a presidente, le
corresponde a él moverse para buscar esos apoyos. Suya y sólo suya es la
responsabilidad de lograrlo, y si el resto de formaciones adopta el papel del Sánchez
que vimos frente a Rajoy poco podrá quejarse si no logra sus objetivos. Será víctima
de la estrategia del “no es no” quizás su más profunda elaboración política, que
ya dice mucho sobre la profundidad del pensamiento político que nos rodea.
En este duelo de
argumentos de cara a una posible repetición electoral, ¿quién saldrá
favorecido? Casi todo el mundo cree que lo serán los partidos grandes, frente a
unos pequeños que no colaboran en la gobernabilidad. Ese va a ser el discurso
pivote al que se van a agarrar PP y PSOE si llega el caso de la repetición, y
el enemigo a batir por parte de un Podemos y Ciudadanos que temen como un
nublado que una combinación de desafecto y voto útil los castiguen hasta
dejarlos reducidos a poco más que comparsas. De todas maneras, y eso lo sabemos
todos, abrir las urnas es una lotería, y el resultado puede ser el más
insospechado. Sánchez y sus asesores también lo saben, pero pese a ello parecen
encaminados a que juguemos a esa ruleta.
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