Para
ratificar los acuerdos suscritos entre PSOE y Podemos ambas formaciones han
recurrido a la consulta a la militancia, un procedimiento que se extiende entre
las formaciones de distinto signo, asentado en las que se dicen de izquierdas,
más esporádico entre las de derechas, que busca llevar la democracia directa al
seno de los partidos, y corresponsabilizar a los que a ellos se afilian de las
decisiones de sus líderes. Se supone que esto aumenta la transparencia y
legitima el poder de quien encabeza la formación, elegido también mediante un
sistema de voto entre los militantes, por lo que pudiera parecer que todo son
ventajas utilizando este método. Lo cierto es que, cada vez más, le veo un
grave inconveniente de fondo.
Tres
son los problemas serios que tiene este tipo de recursos, y de ellos el último
es el que me parece de especial gravedad. El primero es que el hecho de obligar
a votar a los militantes nos muestra cuántos militantes tiene un partido en
España, y las cifras son realmente bajas. En el PSOE se habla de ochenta o
noventa mil, y en el PP se vio en el congreso que eligió a Pablo Casado que
aquellas cifras de muchos cientos de miles quedaban reducidas a tan poca cosa
que daba vergüenza. Dejar decisiones de tanta trascendencia en manos de tan
poca gente resulta, como mínimo, arriesgado. Esas cifras de afiliación demuestran,
en sí mismas, la crisis que viven los partidos políticos, que no son vistas
como organizaciones atractivas por la ciudadanía, sino más bien todo lo
contrario. El segundo problema es el de la manipulación del voto, no tanto el
hecho de que se puedan trucar los resultados de los refrendos, aunque
Ciudadanos algo podría decir al respecto, sino a que el cuerpo de votantes
puede ser sugestionado por el liderazgo para que haga lo que él desea,
convirtiendo esas votaciones en refrendos. El PSOE de esto no sabe mucho,
porque sus divisiones internas son de aúpa, pero Podemos es el mejor caso de
hasta qué punto un partido bicéfalo matrimonial es capaz de hacer que sus
militantes aprueben hasta la compra de su propia dacha de lujo en nombre de la
gente corriente a la que dicen representar. Desde el momento en el que el poder
en la cumbre es capaz de pastorear a la militancia el sistema de que esta vote
se convierte en un trámite. El tercer problema, el más grave, es que la
militancia de un partido es la que vive y mantiene las esencias del mismo y,
por lo general, es la más radical a la hora de defender sus posturas. Un
militante difícilmente aceptará que un partido rebaje sus exigencias de
programa o pacte medidas con otros, pacto que implica cesiones mutuas. El militante
exige cumplimiento de lo que el partido lleva como programa y lemas, y no se
baja de ahí, y dejar en manos de la militancia las cuestiones del partido
supondrá, siempre, un sesgo hacia la radicalidad, y eso es lo peor que le puede
pasar a un partido. Estas organizaciones buscan, sobre todo, ganar elecciones
para acceder al poder, y saben que el votante es mucho más templado que el
militante de su propia formación. Escorar los discursos es la perfecta manera
de dejar escapar votos que no se ven representados por el discurso militante
(recordemos que son poquísimos) y eso erosiona gravemente la base de votantes.
Es, por así decirlo, como si todo artista creara exclusivamente para satisfacer
a sus fans más acérrimos, que no le perdonarían nunca que cambiase de estilo en
su música, libros o lo que sea que cree. Ese artista acabaría siendo un muñeco
en manos de esos fans, muy contentos, sí, pero sólo ellos, y es probable que la
carrera artística del creador se resintiera y convirtiese, cada vez más, en un
nicho menguante. Si se arriesga a salir de ese punto de conformidad sus fans se
enfadarán mucho (cosa que pasa en el mundo artístico) y las críticas pueden
hacerle mucho daño en la carrera. ¿Tiene esto sentido? Creo que no
Así,
una herramienta que en principio posee muchas ventajas puede acabar
convirtiéndose en una vía más para aumentar la radicalidad del espectro
político y dificultar los acuerdos, más necesarios que nunca ante la
fragmentación que vivimos, que parece que no se reducirá en mucho tiempo. Cada
uno de los militantes de cada partido tiene una visión demasiado sesgada de la
sociedad en la que vive, una visión falsa que puede llevar a que los partidos
sean meros instrumentos de ataque de unos grupúsculos frente a otros, creando
un malestar social, que es algo que ya vemos en nuestro día a día. Por ello,
creo que la militancia debiera ser apartada de ciertas tomas de decisión y su
voz escuchada, sí, pero no como si fuera un coro atronador.