Lo
que ayer les comentaba de la adulación a los líderes sucede en todas partes y
países, pero quizás sea en el nuestro en uno de los que más se castiga el no
ejercitarlo, el salirse del carril. Ahora mismo eso se pena con el desprecio de
compañeros de profesión y el apaleamiento en redes sociales, y
bien lo sabe Rubén Amón, último que lo ha experimentado en sus carnes, pero
hasta hace no mucho el castigo de la independencia era la muerte, el exilio, el
abandono. Uno de los que pagó el tener criterio con su vida fue Manuel Chaves
Nogales, periodista, que hizo carrera en los años veinte y treinta del siglo
pasado. Republicano moderado.
Acabó
huyendo de España perseguido por todos, los sublevados militares y su corte
nacional catolicista y los exaltados republicanos y sus huestes soviéticas.
Chaves Nogales veía lo que sucedía y no le gustaba. Viajero leído, crítico,
dotado de una amplia cultura. Creía que la violencia ejercida en nombre de una
idea es sólo violencia, que destruye personas, bienes e ideas. Defensor de la
idea de la república como un orden constitucional basado en el derecho y las
normas, acaba en medio del infierno de una guerra incivil y debe salir del país
para salvar el pescuezo. Pone rumbo a París, y allí su infortunio personal
conocerá un nuevo episodio, porque es en esa ciudad donde le pilla la II Guerra
Mundial. Seguro que en algún momento el bueno de Chaves se miró en algún espejo
parisino y se preguntó si la guerra lo iba a perseguir en lo que restaba de
vida. Huye de la capital francesa antes de que sea tomada por las tropas nazis
y recala en Londres, convertida en el refugio de la libertad europea. Allí
escribe artículos y crónicas en las que siempre tiene a su desgarrada España en
el corazón. Se sabe exiliado y olvidado. Su vida es corta, muere en esa capital
un año antes de que la Guerra Mundial acabe. Quizás, no lo se, con la esperanza
de ver como desde 1943 el curso de la batalla empieza a ser favorable a los
aliados y muy negativo para el maligno imperio nazi. Muere en la pobreza y el
abandono, y sus restos acaban siendo depositados en un cementerio sito al oeste
de la ciudad, muy cerca de los Kew Gardens. Allí su memoria se pierde, porque
nadie batalla por ella, sino más bien todo lo contrario. Esfuerzos denodados
son los que hace el régimen franquista para ocultar, entre otros muchos, los
escritos de Chaves Nogales, y ni un solo dedo mueven los opositores a Franco,
en el interior del país o desde sus refugios en el extranjero, para rehabilitar
su memoria. Décadas de abandono caen formando una losa que ni el más duro de
los granitos es capaz de igualar en solidez. Será una de las obras cumbres de
Andrés Trapiello, gran escritor leonés, que lleva por título “Las armas y las
letras” la que ponga por primera vez en el candelero la obra de este gran
periodista, junto con la de otros olvidados. Pero sabe Trapiello que el trabajo
de Chaves Nogales es de una calidad tan excepcional que trata por todos los
medios de que su figura sea reconocida no ya como un mero cronista de su
tiempo, que lo fue, sino como un escritor de primer nivel, como un intelectual
que dejó obras en las que su lucidez se envuelve en prosa sencilla, directa,
clara, que no recurre a alambiques ni retorcidas figuras. Que se entiende tan
bien que hiere. Varias son las obras que, con el apoyo constante de Trapiello,
son reeditadas en España tras muchísimos años de oscuridad, pero quizás sea “A
sangre y fuego” la joya absoluta de su producción, el más descarnado relato de
lo incivil que es una guerra entre compatriotas, de hasta qué punto la
toxicidad anidada, sembrada, insertada en las mentes de personas normales puede
llevarles a enfrentarse unos contra otros, a matarse entre hermanos. Trapiello,
con el apoyo de otras grandes figuras como Arturo Pérez Reverte o Carlos
Alsina, logra rehabilitar a chaves nogales y devolverle al lugar que se merece
en el mundo de las letras y la historia.
Esta
semana se ha celebrado un homenaje ante la tumba de Chaves en ese cementerio
londinense en el que yacen sus restos. Ante un prado verde un palo tirado
en el suelo con un nombre escrito en un plástico es lo único que indica que allí
mora la memoria del autor. Ignacio
Peyro, director del Instituto Cervantes de Londres, ha sido el organizador del
acto, modesto, sobrio y elegante, al que han acudido descendientes de
Chaves Nogales y algunos escritores, con Andrés Trapiello a la cabeza. Esa
tumba sin nombre, esa hierba abandonada, la visité hace poco más de un año. Fui
hasta allí con un ejemplar de “A sangre y fuego” para homenajear a su autor y
desear que nunca jamás algo así vuelva a suceder, ni a nosotros ni a nadie. Fui
a visitar la tumba de un gran hombre que, en fondo y forma, lo decía casi todo
de cómo es nuestro país, el que creamos cada día los que en él vivimos.
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