miércoles, noviembre 13, 2019

El sueño de Sánchez produce pesadillas


Me quedé ayer con las ganas de escribir algo sobre liderazgo tras la renuncia de Rivera, y de su gestión personal y lo que creo que han sido sus aciertos y errores, pero la incesante actualidad manda, en un país este que no sabe parar, y al mediodía de ayer martes nos enteramos que PSOE y Podemos habían llegado a un acuerdo de ejes programáticos en torno al que crear un gobierno de coalición. Incredulidad y sorpresa por parte de muchos ante lo que parecía una inocentada adelantada, una broma de mal gusto tras lo sucedido. Pero no, ahí fueron Pedro y Pablo a firmar el minidocumento ante la prensa. Dos palabras se me ocurren para expresarme; estafa y fracaso.

Estafa, porque eso es lo que ha sido la repetición electoral, una enorme estafa que dejó sin valor la elección primera de abril y que sólo ha servido para que los ahora firmantes tengan menos escaños de los que tenían entonces. Ambas formaciones políticas son más débiles tras los resultados del pasado domingo que tras los de abril, pero lo que entonces era imposible ahora se ha demostrado factible en apenas unas horas. La repetición electoral además, como ya les comenté, sólo ha servido para dinamitar un partido moderado y que sus escaños sean ocupados por los radicales de Vox. ¿Era ese uno de los objetivos de la nueva convocatoria? A la vista de los resultados, quizás sí. Estafa, por tanto, porque como elector se me ha pedido que acuda dos veces a las urnas para alcanzar un preacuerdo que ya era posible antes del verano, y estafa porque como contribuyente he pagado mi parte proporcional de dos procesos electorales y los salarios de los que en medio han sido percibidos para que el país siga meses paralizado ¿Es o no es una estafa? La otra palabra que se me viene a la cabeza es fracaso, y esta le corresponde en exclusiva al candidato socialista, el señor Sánchez. Con la firma que estampó ayer demuestra hasta qué punto su estrategia desde las elecciones de abril ha sido un absoluto fracaso. Con los resultados de abril y los posteriores de mayo, que mostraban a un PSOE en alza y a un Podemos a la baja, Sánchez vio claramente la ventana de oportunidad de una nueva elección que consolidara su mayoría. Él y sus estrategas, con Iván Redondo a la cabeza, no dudaron un instante en provocar ese adelanto, y así lo hicieron, en la creencia de que la jugada les saldría redonda. Contaron con la complicidad no solicitada de un Podemos que, como siempre, juega al exaltamiento máximo, propio del dirigismo bolchevique que reniegan con la boca pequeña pero que practican en cada uno de sus gestos y acciones. Era sencillo forzar un no de Iglesias en unas negociaciones que, tuvieran contenido real o no, era obvio que iban a fracasar vistas a posteriori. Parece que el PSOE sólo cometió un error en el calendario, debió correr más, forzar la primera investidura para que los comicios fueran antes de la sentencia del Procés y los sucesos de Cataluña no polarizasen el voto. El recuento del domingo pasado mostró el fracaso total de la operación, con una bajada de Podemos, sí, pero con un suave descenso también del PSOE. Menudo negocio, sensación de amarga victoria, de inutilidad del esfuerzo. Con una suma “progresista” menor de lo que lo era en abril, todo el mensaje socialista de la campaña, volcado en un voto útil para consolidar una mayoría del partido de Ferraz quedaba arrojado a la basura y malgastado en forma de escaños menguantes. El desabrido tono de Ábalos en la rueda de prensa del lunes mostraba, sobre todo, el fracaso de la estrategia socialista y el enfado en Ferraz ante una maniobra costosa, arriesgada, aventurera, que no había funcionado como se les vendió por parte de los gurús. No salió tan Redondo como se esperaba, ni mucho menos.

¿Qué vida le espera a este pacto firmado? Todo depende de si la sesión de investidura a la que se volverá a presentar Sánchez resulta ser válida o no. Es posible que logre sacarla adelante en segunda vuelta con la anuencia de ERC u otros grupos, pero la convivencia de ese gobierno se antoja inestable, dado el carácter dictatorial de Iglesias y los suyos (otro rasgo que los iguala a Vox, se parecen tanto…) pero Sánchez sabe que, una vez investido presidente, es muy difícil sacarle a él del gobierno, y muy sencillo cesar a ministros y vicepresidentes. Y es competencia exclusiva suya el nombrar y, también, el relevar. Seguro que duerme de maravilla todas las noches, diga lo que diga, porque las palabras de Sánchez valen tanto como sus presuntos insomnios.

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