Fue
muy desagradable la escena que se vivió el lunes en el ayuntamiento de Madrid
en el marco del acto de condena a la violencia de género que se celebró con
motivo del día internacional que lucha contra esta lacra. Allí, el
representante de Vox en ese consistorio, Javier Ortega Smith, aprovechó su
turno de palabra para soltar una de sus habituales soflamas negacionistas, y
una víctima de esa violencia, que lleva años en silla de ruedas, se enfrentó a
él. Esa escena, reitero, muy desagradable, me recordó en fondo y forma a
lagunas vividas en el País Vasco durante décadas, y es que, aunque no se lo
crean, no dista demasiado la actitud de Ortega Smith de la exhibida por
violentos y sus socios allá arriba, que se dice ahora.
Lo
que hico el portavoz de Vox es lo que se puede denominar como huida por
elevación, y sus maestros en el uso y rentabilidad de ese sucio argumentario
son los batasunos, que siguen día a día, desde hace décadas, sacando partido a
esta sucia táctica. Cuando se cometía un atentado terrorista por parte de ETA y
se buscaba emitir un comunicado de condena Batasuna siempre rechazaba sumarse
porque ellos condenaban “todas las violencias” no expresamente esa que había
tenido lugar. En esa expresión entrecomillada, en apenas esas tres palabras
cabe toda la vileza imaginable. Batasuna era ETA, y hoy en día sigue
defendiendo su legado. Cuando ETA actuaba lo hacía Batasuna, contando para ello
con su respaldo táctico, moral, logístico y operativo. Y claro está, era
imposible que una parte de la banda condenase lo que había hecho otro grupo
asociado. Cuando había atentados Batasuna se regocijaba, lo celebraba, a veces
de manera explícita brindando por ello, siempre en privado, y en esas tres
míseras palabras se esconde el desprecio hacia la víctima y los suyos que los
batasunos mostraban siempre, y aún hoy siguen mostrando, dado que son muy
escasos los arrepentidos en ese mundo. Esa táctica de elevación es utilizada,
en general, por todos aquellos que consideran que la violencia puede ser
justificable para defender sus postulados, y ante actos de naturaleza violenta
que puedan incriminarles o asociarles tratan de escurrir el bulto, mostrando de
esa manera su apoyo a los atacantes pero de una manera que no pueda afectarles
legalmente. Lo vemos a diario en Cataluña, donde el independentismo festeja los
actos violentos de CDRs y otros grupúsculos, y evita en todo momento
condenarlos porque se dan en un “contexto de violencias que rechazamos” u otras
frases tan vacías como esas. Le sucede a Podemos cuando surge el tema de
Venezuela, que le afecta de pleno, y se escapa de ese asunto acudiendo al marco
de violencia general que se vive en Latinoamérica para no reconocer que la
represión que ejercen los chavistas, sus socios en aquel país, contra los
opositores es violencia sistemática y organizada. Es una estrategia a la que
acude la extrema derecha europea cada vez que se reabre el tema del
antisemitismo y el holocausto de la II Guerra Mundial. Aún quedan sádicos
negacionistas, pero como eso está muy mal visto los adoradores del mal
encarnado en el nazismo usan esta otra vía, más suave, pero igualmente
repugnante, para enfangar un abyecto crimen en una época de violencias mutuas y
cruzadas, con el objeto de diluir la carga del horror cometido. Y es lo mismo que
Ortega Smith y el resto de dirigentes de Vox hacen cuando, ante la violencia de
género, se escudan en otras violencias para no condenarlas. Desde su altura física,
desde su porte, Ortega Smith dice unas palabras, pero lo que quiere expresar,
lo mismo que todos los ejemplos que he citado anteriormente, es un claro “que
se jodan” a todas las víctimas, lamentando que la violencia empleada no haya
sido la suficiente para que callen del todo y para siempre, porque el violento,
en el fondo, busca la eliminación del opositor, y su silencio total es su
exterminio. ETA y Batasuna eran maestros en esto, el resto, peligrosos
aprendices.
Lo
cierto es que tampoco debiera sorprendernos que Vox mantenga un discurso de
este estilo, dado que la mayor parte de sus propuestas salen no del baúl de los
recuerdos, sino de un angosto y maoliente túnel del tiempo pasado. Además, muchos
de los socios de Vox también mantienen ese discurso misógino, destacando la
Rusia de Putin, ese régimen que apoya a todos los extremistas europeos que
luchan contra la libertad. En Rusia lo de pegar a las mujeres y someterlas es
algo que incluso se ha ido despenalizando en los últimos años. Calladas,
quietas y sometidas las quiere Putin, y los de Vox (no sólo ellos) miran con
envidia cómo se las gasta ese hombre fuerte, y claro, la envidia les puede.
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