martes, noviembre 12, 2019

El adiós de Albert Rivera


Las encuestas auguraban un muy mal resultado a Ciudadanos, pero la formación, con sus líderes a la cabeza, negaba la mayor y afirmaba que el espíritu de la remontada se sentía en el ambiente. No era lo que percibían el resto de participantes en la carrera ni el público que seguíamos el ambiente electoral. Se comentaba en los medios que un resultado por encima de los veinte escaños podría ser suficiente para salvar los muebles. Sin embargo, la realidad fue mucho más cruel y fueron exactamente la mitrad, diez, los que cosechó la formación naranja. Tres en Madrid, tres en Cataluña, dos en Andalucía y dos en Valencia, quedando arrasada en el resto del país. El fracaso es tan abrumador como doloroso.

En la noche electoral, en la que todos aparecen como ganadores sea cual sea su resultado, engañando nuevamente al electorado, Rivera no tenía escapatoria. Afrontaba el mayor desplome que uno pueda imaginar. Cuando salió ante los focos casi todos dábamos por sentado que presentaría su renuncia, pero no lo hizo. Admitió el desastre y convocó una reunión extraordinaria para el día siguiente, ayer lunes, en la que la formación tomaría decisiones. Se hizo responsable de los resultados y no buscó excusas ni parapetos. No entregó su cabeza, pero casi. Ese movimiento de renuncia se hizo efectivo ayer, en esa reunión del comité ejecutivo de Ciudadanos, en el que Rivera dimitió de todos sus cargos, renunció al escaño y a la política. Puso fin a su carrera de más de una década que, hasta hace siete meses, fue un constante ascenso desde la nada al olimpo del poder. El adiós de Rivera es, por así decirlo, una salida a lo Rajoy, completa, plena. No se queda en un segundo plano para tutelar el partido y su sucesión, como muchos exdirigentes que siguen ahí metiendo ruido y baza, sino que se va del todo. Abandona un mundo en el que de la nada se convirtió en una de las piezas más conocidas de la llamada “nueva política” surgida al calor de las brasas de la crisis económica de 2008, que lo alteró todo. Su discurso, centrista, abierto y moderno, era una rara excepción en el panorama anquilosado de la política patria, cómoda en sus trincheras y clichés. Bregado desde sus inicios en la política catalana, acostumbrado a vivir bajo la presión nacionalista y a ser un referente de los que no comulgaban con esa dictadura ideológica, Rivera lanzó su plataforma ciudadana como un experimento para tratar de vencer a ese nacionalismo mítico, ante la renuncia de la izquierda socialista y la incapacidad de la derecha anquilosada. Logró visibilidad mediática con aquella campaña en la que aparecía semidesnudo y desde entonces, su estilo brioso, su desparpajo de adolescente y su franqueza empezaron a conquistar masas de electorado ecléctico, que no se encontraba representado por lo que siempre se ha definido como izquierda y derecha. La transformación de la plataforma a partido político de alcance nacional es un proceso rápido y que tiene éxito, focalizado inicialmente en las grandes zonas urbanas, pero que poco a poco se extiende por todo el país. Elección tras elección Ciudadanos sube, y logra el milagro de robar votos que hasta entonces sólo eran del PP o del PSOE, logrando incluso atraer votantes nuevos, especialmente jóvenes y treintañeros. Su discurso antinacionalista periférico, pero no nacionalista patrio, sus propuestas económicas, su apertura en políticas sociales… un menú ecléctico que crea una masa de votantes que no acuden por fidelidad ideológica, sino por utilitarismo, por modernidad. En el PSOE se le observa con recelo y en el PP con miedo, porque drena el voto joven que podría acudir a esa formación y la deja convertid en un partido viejo de votantes de mucha edad. El mayor de los éxitos de la formación se da en las elecciones del pasado abril, con 57 diputados, a sólo nueve de un PP desangrado. Para entonces el discurso de Rivera ya se había escorado algo hacia la derecha, porque veía la oportunidad de ocupar el espacio de los populares, y tras el fracaso del sorpasso de Podemos al PSOE algunos veían posible un movimiento similar en el centro derecha. Y ahí, justo a las puertas del cielo, es cuando Ciudadanos empezó a estrellarse contra la realidad.

Las opciones viables de un gobierno de coalición de esa formación con el PSOE tras las elecciones de abril que hubieran otorgado mayoría absoluta a la entente, se deshicieron al instante cuando Rivera se negó en redondo a ello. En vez de haberse ofrecido desde un principio para ello, dejando en el PSOE la responsabilidad de que aceptase o rechazase el pacto, Rivera se negó, y Ciudadanos comenzó a agrietarse. Las fugas de los que veían la formación como un instrumento para pactos transversales empezaron a ser muy serias frente a un núcleo duro que veía tan cerca el liderazgo de la derecha que estaba cegado por la posibilidad de alcanzarlo. Convertido en una bisagra que no giraba, Ciudadanos empezó a perder solidez en sus soportes de voto, y en apenas meses se ha desmoronado por completo. ¿Sobrevivirá? Espero que sí.

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