Dentro
de esta peligrosa moda otoño invierno de “ponga unos violentos disturbios en su
país” ha sido Bolivia de los últimos en apuntarse al escenario de barricadas,
tensión social y saqueos, pero hay que reconocer que lo ha hecho con ganas y,
si se me permite extender la broma, ha recuperado cuerpos de ventaja respecto a
otros escenarios violentos para encaramarse a las primeras posiciones en lo que
hace a intensidad, dramatismo y peligrosidad. La Paz, El Alto o Cochabamaba son
escenarios en los que las escenas de guerrilla urbana se suceden y el gobierno
apenas pueden contenerlas.
Ya
sin bromas, la situación en Bolivia es grave, y puede degenerar en algo mucho
peor si no se le pone remedio pronto. Todo comenzó con las elecciones
presidenciales a las que Evo Morales se presentó para revalidad otra vez un
mandato que se extendía mucho más allá de lo fijado. Forzando la constitución
hasta el extremo, buscaba el dirigente bolivariano perpetuarse en el poder, y
casi lo logra, si no fuera porque no ganó las elecciones. O eso es al menos lo
que daba a entender un recuento que fue el origen de todo. En la primera vuelta
de las presidenciales, a las pocas horas de comenzar el escrutinio, el sistema
oficial de información electoral se apagó, sin que nadie diera explicaciones.
En ese instante Evo ganaba, pero no llevaba los diez puntos que la ley obliga
al segundo candidato para que su victoria no requiriera de una segunda vuelta.
Pasadas unas horas, la información volvió a fluir y ahí los resultados sí
mostraban una victoria por un margen superior a los citados diez puntos. Las
sospechas de amaño se dispararon entre los candidatos opositores y los medios
de comunicación extranjeros, y lo que parecía que iba a ser una reelección
forzada de Evo se convirtió en algo muy distinto. La oposición salió en bloque
a la calle a protestar y las algaradas comenzaron. En no muchos días organismos
oficiales como la OEA mostraron ampliamente sus dudas sobre un recuento que era
evidente que carecía de garantías, y Evo fue virando su discurso desde la
negación del fraude hasta la claudicación de una repetición electoral, pero
empezaba a ser obvio que los resortes del poder se le escapaban. Las
declaraciones de altos jefes de la policía y el ejército realizaron en contra
de Morales fueron la espoleta que acabó con su presidencia, y de mientras en
España era de noche y contábamos los votos de las últimas elecciones generales,
evo abandonaba La Paz y buscaba refugio en el interior del país, para
finalmente ser acogido en México como asilado. El
gobierno de Bolivia fue asumido interinamente por la senadora opositora Jeanine
Áñez, con la promesa de pacificar el país y ser un instrumento para
convocar nuevas elecciones, pero en la semana y media transcurrida desde ese momento
no se ha logrado ni lo primero ni decidido lo segundo. La mayor parte de los
resortes del poder del estado se encuentran en manos de Áñez y su equipo, pero
resulta evidente que el control del país no lo está y los enfrentamientos entre
partidarios de Evo y las fuerzas de seguridad van a más, con un balance de
muertos que ya supera la veintena. En este proceso de sucesión del poder nada
ha sido ortodoxo, ni el intento de fraude de Evo ni la forma en la que ha sido
desalojado del poder. Se me hace difícil utilizar el concepto de golpe de
estado porque la legalidad que existía el 9 de noviembre sigue siendo vigente
hoy en Bolivia, pero es evidente que la situación del país es anómala, que el
respeto de la regla constitucional ha faltado tanto por parte de Evo como por
los que ahora detentan el poder, y que sólo una rápida convocatoria de
elecciones presidenciales podría calmar los ánimos y mostrar la interinidad del
actual nuevo equipo de gobierno. Cuanto más tiempo se mantenga en el poder y más
decisiones tome más cerca estaremos del concepto de golpe para calificar lo sucedido
y eso sería precisamente un regalo para los partidarios de Evo dentro y fuera
del país. Y
las noticias que llegan desde allí no animan a ser optimistas.
Bolivia
es, de las naciones latinoamericanas, de las más pobres y fragmentadas. Atravesada
por la desigualdad económica tan sangrante que desgarra todo es subcontinente,
posee un conflicto territorial entre la región de Santa Cruz, la zona rica, y
el resto del país (siempre son los ricos los que engañan a los pobres para
querer largarse, allí y aquí) y un porcentaje de población de origen indígena
mucho más alto que en otras naciones, que posee un peso político muy
importante. Los años de Evo han ido transitando desde el chavismo bolivariano
hacia el puro caudillismo, amparados en grandes inversiones como las chinas y
la explotación de los yacimientos de litio, el oro blanco necesario en las baterías
de los coches eléctricos. Ojalá el país logre la estabilidad y el sosiego
necesario, y un relevo en el poder calmado.
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