Nunca
he tenido muy claro el por qué en los tebeos a todos los personajes que
adoptaban el papel de loco el dibujante los representaba como Napoleón, en una
especie de convención general. El personaje cogía cualquier cosa y se la ponía
en la cabeza imitando ese sombrero de doble pico paralelo a los hombros, se
llevaba la mano al pecho y empezaba a andar con paso militar y cabizbajo,
soltando peroratas incomprensibles, pensando seguramente en Jena o Austerlitz,
y nunca en Waterloo. Reconozco que como recurso cómico funciona y al final uno
asocia el personaje a la megalomanía y al fracaso, aunque su tumba parisina sea
la exaltación absoluta de la “grandeur” en imagen y puro tamaño.
Bien,
pues una noticia de estos días, que tiene su toque absurdo y cruel, me ha hecho
recordar esa caracterización del pirado como un Napoleón en miniatura, asociado
también a la muerte. En
Rusia fue detenido un conocido historiador, experto en la época napoleónica,
tertuliano habitual en los medios de allí y todo un personaje en lo social. Se
le apresó tras verle introducirse en un río con una bolsa en actitud sospechosa.
En esa bolsa llevaba fragmentos de un cuerpo humano, al parecer manos y trozos
de brazos, con la intención presunta de arrojarlos al agua para deshacerse de
ellos. La policía se alarmó y sacó al profesor semicongelado del río y lo llevó
a su casa, donde encontró el resto del cuerpo de una joven de veintitantos
años, alumna suya, con la que mantenía una relación desde hacía un tiempo, y
con al que había colaborado en alguno de sus últimos libros. Al parecer el
profesor la mató por celos profesionales, porque ella era ayudante en su
trabajo, y empezaba, dijo el sujeto, a creerse algo y eso era imposible, había
que impedirlo. Sokolov, el historiador, no se cortó mucho a la hora de pegar
unos tiros a Anastasia, la estudiante y amante, y luego trocear el cuerpo, para
ir eliminándolo poco a poco en una táctica impropia de un docente que sabe lo
que puede hacer la policía, pero muy tópica de los asesinos desquiciados y de
los personajes de películas de serie B. Sokolov llevaba hasta el extremo su
adoración por la época napoleónica y se encargaba de dirigir la reproducción de
batallas y escenas de esos años junto con muchos otros aficionados que existen
a este tema de la reconstrucción histórica. Siempre se pedía un papel de, al
menos, general de las tropas francesas, y se vestía con todo el boato y
ceremonial. Al parecer en su vida privada también adoptaba costumbres decimonónicas
y se sentía desubicado del tiempo en el que vivía, soñando con pertenecer a los
inicios de un siglo XIX que conocía tanto como añoraba. Quizás las pulsiones
del pequeño corso y su afán destructivo también anidaron en el corazón del
moderno Sokolov, y cuando se ponía las chaquetillas de guerra le entraban ganas
de invadir Moscú y, de paso, liquidar a todo el que se pusiera por delante.
Tuvo la desgracia Anastasia de cruzarse en el camino del historiador, y de
encontrar en su persona el objeto de afecto adecuado. Quizás fuera aquella una
relación de amor sincero, puede que sólo un mero acuerdo mutuo de interés en el
que ella hacía carrera y él tenía un público entregado para escuchar sus
batallitas, siendo Anastasia la reencarnación de Josefina, o vaya usted a
saber, pero en todo caso, como era muy típico en aquellos años franceses y, al
parecer, en la actualidad rusa, Sokolov no se lo pensó mucho a la hora de
cargarse a su pareja, y no parece que los remordimientos le cegaran en exceso.
Quizás lo que más echó de menos fura una guillotina y una plaza de la Concordia
para ajusticiar a su querida como debía ser en los años de la “grande armé”.
En
el fondo Sokolov es muy probable que haya actuado por pasiones tan crueles y
eternas como los celos y la envidia, que se extienden a lo largo de la historia
sin distinguir ni de nacionalidades ni de épocas. Intuyo que amante absoluto
del Guerra y Paz de Tolstoi, la mejor guía para entender las guerras napoleónicas
en territorio ruso, la historia de Sokolov entronca mucho más con el Crimen y
Castigo de Dostoievski y, si consigue dinero, podría ser un perfecto personaje
de una película de Woody Allen, amante absoluto de la historia criminal de Raskólnikov
y de personajes tan retorcidos, caricaturizables y, en el fondo, oscuros, como
este asesino profesor e historiador.
Subo
a Elorrio este fin de semana y me cojo festivo el lunes y martes. Pásenlo bien,
usen el paraguas y nos leemos el miércoles 27.
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