jueves, noviembre 14, 2019

Líderes y ego en la política


La caída de Albert Rivera ha supuesto la primera gran baja en la nueva alineación de políticos que se ha estado presentando a las últimas elecciones. Con un PSOE y PP desdibujados, los nuevos partidos, que ya no lo son, optaron por liderazgos absolutos, encarnados en las figuras que los crearon casi desde la nada. En este sentido el mérito de Iglesias y Rivera es incuestionable, pero también se les puede criticar sin ambages sobre cómo han gestionado las criaturas que ayudaron a crear, dominados por el ego personalista y sin hacer mucho caso a las voces que, desde otras realidades distintas a las suyas, les advertían de errores de bulto. Con una trayectoria descendente, iglesias sigue y acaricia el poder, y Rivera ya no está.

En todas las organizaciones se crean estructuras de poder, más o menos difusas, más o menos férreas, y una cadena de mando que acaba en una cumbre. En los partidos, organizaciones creadas para alcanzar el poder de una manera no violenta y gestionarlo cuando se posee, ese liderazgo es muy marcado y, casi siempre, condiciona el comportamiento de la organización y su rumbo. En tiempos de redes sociales y de consultas a la militancia, los partidos se han ido cerrando cada vez más en torno a sus nichos de votantes fieles, los muy cafeteros, perdiendo matices y perfiles a medida que, paradojas de la vida, la sociedad cada vez se complejiza más. De ahí que los líderes de esos partidos no sean criticables en absoluto. Toda forma no ya de disidencia, sino de mero recelo, se castiga con la expulsión y el oprobio social, muchas veces en forma de tuits salvajes que desatan las jaurías que convierten a las redes sociales en crueles. campos de batalla. La promesa del líder de alcanzar el poder y premiar a los suyos con regalías crea adictos y aduladores que le siguen a pie juntillas, pase lo que pase, negando la realidad lo que haga falta con tal de alcanzar el objetivo. Si se produce este proceso con el líder ejerciendo el poder, el peloteo llega a niveles tan ridículos como absurdos. Siempre ha sido así, lo que pasa es que ahora lo vemos con una claridad tan meridiana que asusta, se aprecia el funcionamiento de la maquinaria a la vista de todos, y eso le hace perder el escaso aura de secretismo que poseía. El caso de Rivera y Ciudadanos ejemplifica todo este proceso de una manera redonda porque podemos ver la creación, auge y caída del liderazgo, el proceso completo. El de Podemos aún no está terminado, pero sucederá algo similar. Rivera fue alterando su discurso y estrategia a medida que aumentaba el poder de su partido, cada vez más convencido de que su visión de la realidad era la correcta. Los resultados electorales le acompañaban, pero también había voces que le aconsejaban que no cambiase de rumbo, que tuviera la cabeza fría. Cuantos más votos obtenía Rivera menos se escuchaban esas voces y más al del adulador ciego, por sincera admiración o por egoísmo de llevarse el fruto de un cada vez más suculento botín. Los meses transcurridos desde abril a noviembre ejemplifican cómo se puede desarrollar la peor de las gestiones posibles con el mejor resultado imaginado, y el cómo el liderazgo, cuando se cree en la verdad y no atiende a las voces discrepantes, lleva a la formación a la ruina. Curiosamente, y desde posiciones ideologías opuestas, Rivera ha ido cometiendo errores muy similares a los que Pablo Iglesias ejecutó en meses pasados. Altivez, inconsistencia, incoherencia entre lo dicho y lo hecho, narcisismo, fe ciega en el designio personal, conversión de los órganos de gestión del partido en meros coristas de aplauso cerrado, etc. Errores que, por cierto, no tienen nada de originales, se pueden ver en décadas pasadas y formaciones distintas. El goteo de bajas de Ciudadanos se hizo creciente a media que la sensación de descontrol crecía en los que observábamos la formación pero, como suele suceder, los fieles aplaudieron el nuevo rumbo que llevaba la barca naranja directamente contra los arrecifes, y no dejaron de aplaudir hasta el día del naufragio.

En su despedida, Rivera ha enmendado muchos de los errores, porque la ha hecho de manera sincera y asumiendo él toda la culpa de lo sucedido. Dijo una gran verdad, que en España es ley en forma de ese dicho que reza que la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. El líder debe saber que ganar es algo que se hace gracias a todos, y que perder le supone una responsabilidad extra. Probablemente se estudie en el futuro estos meses naranjas, en los que Albert transitó del cielo al infierno. Y recuerden que, visto desde fuera, todo parece mucho más sencillo de analizar. Es muy probable que cada uno de nosotros, en situaciones similares y con esa responsabilidad, repitiéramos los mismos errores. Por eso, en política y en todo lo demás, use su instinto, pero, por favor, escuche opiniones contrarias, no se rodee sólo de fieles, y no deje que lo que cree supla a la realidad que le rodea.

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