La
caída de Albert Rivera ha supuesto la primera gran baja en la nueva alineación
de políticos que se ha estado presentando a las últimas elecciones. Con un PSOE
y PP desdibujados, los nuevos partidos, que ya no lo son, optaron por
liderazgos absolutos, encarnados en las figuras que los crearon casi desde la
nada. En este sentido el mérito de Iglesias y Rivera es incuestionable, pero
también se les puede criticar sin ambages sobre cómo han gestionado las
criaturas que ayudaron a crear, dominados por el ego personalista y sin hacer
mucho caso a las voces que, desde otras realidades distintas a las suyas, les
advertían de errores de bulto. Con una trayectoria descendente, iglesias sigue
y acaricia el poder, y Rivera ya no está.
En
todas las organizaciones se crean estructuras de poder, más o menos difusas,
más o menos férreas, y una cadena de mando que acaba en una cumbre. En los
partidos, organizaciones creadas para alcanzar el poder de una manera no
violenta y gestionarlo cuando se posee, ese liderazgo es muy marcado y, casi
siempre, condiciona el comportamiento de la organización y su rumbo. En tiempos
de redes sociales y de consultas a la militancia, los partidos se han ido
cerrando cada vez más en torno a sus nichos de votantes fieles, los muy
cafeteros, perdiendo matices y perfiles a medida que, paradojas de la vida, la
sociedad cada vez se complejiza más. De ahí que los líderes de esos partidos no
sean criticables en absoluto. Toda forma no ya de disidencia, sino de mero
recelo, se castiga con la expulsión y el oprobio social, muchas veces en forma
de tuits salvajes que desatan las jaurías que convierten a las redes sociales
en crueles. campos de batalla. La promesa del líder de alcanzar el poder y
premiar a los suyos con regalías crea adictos y aduladores que le siguen a pie
juntillas, pase lo que pase, negando la realidad lo que haga falta con tal de
alcanzar el objetivo. Si se produce este proceso con el líder ejerciendo el poder,
el peloteo llega a niveles tan ridículos como absurdos. Siempre ha sido así, lo
que pasa es que ahora lo vemos con una claridad tan meridiana que asusta, se
aprecia el funcionamiento de la maquinaria a la vista de todos, y eso le hace
perder el escaso aura de secretismo que poseía. El caso de Rivera y Ciudadanos
ejemplifica todo este proceso de una manera redonda porque podemos ver la
creación, auge y caída del liderazgo, el proceso completo. El de Podemos aún no
está terminado, pero sucederá algo similar. Rivera fue alterando su discurso y
estrategia a medida que aumentaba el poder de su partido, cada vez más
convencido de que su visión de la realidad era la correcta. Los resultados
electorales le acompañaban, pero también había voces que le aconsejaban que no
cambiase de rumbo, que tuviera la cabeza fría. Cuantos más votos obtenía Rivera
menos se escuchaban esas voces y más al del adulador ciego, por sincera
admiración o por egoísmo de llevarse el fruto de un cada vez más suculento
botín. Los meses transcurridos desde abril a noviembre ejemplifican cómo se
puede desarrollar la peor de las gestiones posibles con el mejor resultado
imaginado, y el cómo el liderazgo, cuando se cree en la verdad y no atiende a
las voces discrepantes, lleva a la formación a la ruina. Curiosamente, y desde
posiciones ideologías opuestas, Rivera ha ido cometiendo errores muy similares
a los que Pablo Iglesias ejecutó en meses pasados. Altivez, inconsistencia,
incoherencia entre lo dicho y lo hecho, narcisismo, fe ciega en el designio
personal, conversión de los órganos de gestión del partido en meros coristas de
aplauso cerrado, etc. Errores que, por cierto, no tienen nada de originales, se
pueden ver en décadas pasadas y formaciones distintas. El goteo de bajas de
Ciudadanos se hizo creciente a media que la sensación de descontrol crecía en
los que observábamos la formación pero, como suele suceder, los fieles
aplaudieron el nuevo rumbo que llevaba la barca naranja directamente contra los
arrecifes, y no dejaron de aplaudir hasta el día del naufragio.
En
su despedida, Rivera ha enmendado muchos de los errores, porque la ha hecho de
manera sincera y asumiendo él toda la culpa de lo sucedido. Dijo una gran
verdad, que en España es ley en forma de ese dicho que reza que la victoria
tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. El líder debe saber que ganar
es algo que se hace gracias a todos, y que perder le supone una responsabilidad
extra. Probablemente se estudie en el futuro estos meses naranjas, en los que
Albert transitó del cielo al infierno. Y recuerden que, visto desde fuera, todo
parece mucho más sencillo de analizar. Es muy probable que cada uno de
nosotros, en situaciones similares y con esa responsabilidad, repitiéramos los
mismos errores. Por eso, en política y en todo lo demás, use su instinto, pero,
por favor, escuche opiniones contrarias, no se rodee sólo de fieles, y no deje que
lo que cree supla a la realidad que le rodea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario