Ayer,
dentro de las comparecencias que se desarrollan en Washington en el marco del
proceso de destitución del presidente, lo que allí se denomina Impeachment, tuvo
lugar uno de los testimonios más esperados, el de Gordon Sondland, embajador de
EEUU ante la UE. En sus afirmaciones Sondland aseguró que todos seguían las
órdenes del presidente en el asunto ucraniano, que todos eran conscientes de lo
que allí pasaba y que el ofrecimiento de favores a Zelenski, el presidente de
aquella nación, era un quid pro quo, un intercambio muto tan beneficioso para
Trump como para él. Tras su comparecencia la posición de Trump es más débil y
mayores son las sospechas sobre su comportamiento en este turbio asunto.
Dos,
muy resumidamente, son las grandes preguntas que orbitan en torno a este
proceso de destitución. La primera es hasta qué punto el proceso va a llegar,
dado que casi todo el mundo supone que con los republicanos al frente del
senado (la destitución debe finalmente ser aprobada allí) será imposible que
acabe en la ejecución del cese presidencial, pero es verdad que cuanto más
avance en testimonios y procedimientos mayor será la carga de la prueba de la
acusación contra Trump. La otra pregunta, la más importante, es qué efecto
tiene este proceso en la carrera electoral del año que viene, o por ser más
directos, ¿le costará o dará votos a Trump lo que está sucediendo?. Los
demócratas se agarran como un clavo ardiendo a estas comparecencias para
usarlas como arma electoral, buscan en ellas la palanca que permita convencer
al suficiente número de indecisos y de pasados votantes de Trump para que
cambien de bando, y en principio testimonios como el de ayer les ayudan mucho,
porque dejan claro que, más allá de la batalla política, parece haber un caso
de abuso de posición presidencial para intereses particulares, que es el delito
del que se le acusa. Por el otro lado, los republicanos niegan la mayor
replicando más o menos lo que veíamos ayer de los ERE en España entre
socialistas y populares, pero con el factor de la movilización emocional, de la
que Trump es maestro y manipulador. Si todo se redujera a un análisis frío y racional
ni Trump hubiera llegado a la presidencia ni un caso como este se hubiera dado,
pero la realidad no es así. Sabe el magnate del rostro naranja que su principal
baza es la de presentarse como mártir, como perseguido por las élites del
pantano de Washington, que él quiere drenar, pero que ellas se resisten a ser
dominadas por el representante del pueblo. Así, Trump no deja de subir la
apuesta y a
cada inventiva o noticia que surge de este escándalo redobla sus ataques,
denunciando una conspiración de las élites y negando todo tipo de contubernio.
Para la irracional pero efectiva estrategia de los populistas, basadas en la
manipulación y mentira de los hechos, el proceso de destitución puede verse
como una gran oportunidad política. Debidamente manipulado, es la herramienta
perfecta para volver al discurso de ellos frente a nosotros, los poderosos
frente a los humildes, el dictado de los poderes fácticos y las oligarquías
globales frente a la democracia plena. Apenas le falta un paso a Trump para colgarse
una estelada, pero es que la estructura de su argumentario es exactamente la
misma que la de los independentistas, un relato construido con mentiras en el
que el choque contra la realidad sólo sirve para reafirmar las posturas
exaltadas y negar que esa realidad exista. ¿Acabará cosechando votos Trump por
este proceso? Ese es su objetivo, y dado como esté el patio (y la división en
el bando demócrata) cualquier cosa es posible.
Una
cuestión de marketing, en la que los norteamericanos son absolutos genios. Las sesiones
se emiten en directo y abierto por televisión, y suponen todo un espectáculo
mediático que a buen seguro ya está sirviendo de inspiración a guionistas de televisión
para futuras series. En este sentido aquel país es insuperable, y su capacidad
para crear un espectáculo en formato atractivo y vendible hacia el resto del
mundo es, me parece, insuperable. De hecho las audiencias de sesiones como las
de ayer se miden en bastantes millones de espectadores, y al paso que vamos
tampoco descarten que alguna de esas plataformas que nos invaden con sus
productos no acabe patrocinando comparecencias, votaciones o todo el juicio en
sí mismo, quedándose con los derechos y sacando pingües beneficios de ello.
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