Hoy
comienza en Bruselas la batalla entre países para determinar las dimensiones y
destinos del presupuesto comunitario para el próximo septenio 2021 – 2027,
un periodo marcado en lo presupuestario por el Brexit. El Reino Unido era
contribuyente neto, por lo que su marcha supone una detracción de ingresos y,
necesariamente, un recorte en las partidas de gasto. La idea de los rectores de
Bruselas es, desde hace tiempo, reducir los importes destinados a las políticas
clásicas de la UE (agricultura y cohesión) y aumentar gastos en I+D+i,
seguridad, defensa y acción exterior, por mencionar algunas áreas. Está por ver
que esto pueda ser así.
El
recorte de la PAC, los gastos comunitarios en subvenciones agrarias, es uno de
los motivos, pero no el único, que está detrás de
las manifestaciones agrarias que desde hace semanas se suceden en distintos
puntos de la geografía española, y que son una versión liviana y sin
broncas de lo sucedido en Francia con los chalecos amarillos. Las zonas rurales
envejecen, se despueblan y económicamente agonizan. El campo es muy esclavo,
requiere un trabajo constante y los ingresos que da cada vez son menores, de
tal manera que muchos de los que en él trabajan se desloman para poco más que
cubrir costes, en una situación injusta que apenas es percibida por el cada vez
más numeroso urbanita. La competencia de productores internacionales, que
luchan por nuestro mercado como lo hacen los nuestros en terceras naciones
agudiza estos problemas, y ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia
de muchos, Tratados con desprecio olímpico por parte de sindicatos de clase
(alta) y los neocomunistas que ahora cogobiernan en parte (que brillante lema “El
coletas con lubina, y el campo en la ruina”) poco a poco el lado socialista del
gobierno ha visto que tiene un problema en el campo que puede suponerle muchos
dolores de cabeza y, lo que realmente le importa, la pérdida de votos. Ha comenzado
a reunirse con agrupaciones de agricultores y ganaderos, con el constante
torpedeo de la rama Iglesias, que no sabe nada de esto ni le importa, pero que
parece verlo con simpatía, como queriendo ser partícipe de una versión
actualizada del rural Novecento, sin haberse enterado de que ahora él y algunos
de sus colegas son gobierno, gobiernan y cobran por ello. Más allá de la cutrez
política que nos invade, los problemas que señalan desde el campo son serios,
profundos y de largo recorrido. Algunas asociaciones agrarias, vía internet,
logran colocar sus productos al consumidor de manera muy directa y, saltándose
la cadena de intermediarios, recibir la mayor parte del beneficio de la cadena
productiva, pero no son muchos y no es posible producir y vender de esta manera
en muchos casos. El papel del intermediario es inevitable en la mayoría de
productos y los precios finales que paga el consumidor en el lineal del
supermercado por los productos muchas veces no son capaces de cubrir costes
productivos, por lo que suponen una ruina para el que se encuentra al final de
esa cadena. El consumidor, obviamente, no quiere pagar más, el productor quiere
cobrar más y el intermediario necesita que haya una diferencia de precios entre
ambos para cubrir costes y ganar algo en el camino, y en esa disputa entre las
partes, que pueden ser sólo o tres o muchísimas más, se dirime gran parte de la
bronca que se expresa en forma de tractores cortando carreteras y ciudades.
Recordemos que, como en todo negocio, el agricultor planta, pongamos, boniatos,
porque va a ganar dinero por ellos, sino no lo hace, igual que usted y yo no iríamos
a trabajar si no nos pagasen. El campo es muchas cosas, pero sobre todas ellas
es una actividad económica, y debe serlo rentable para que siga existiendo. Si
estas poblaciones rurales, extenuadas, no encuentran alternativas de
rentabilidad su futuro.
En
el fondo, estas manifestaciones muestran otra de esas realidades del país en el
que vivimos que permanecen ocultas, aplastadas por los artificiales debates políticos
de enorme recorrido y presencia mediática, pero que responden casi exclusivamente
a la demanda de algunas élites que quieren aún más poder y dinero del que ya
tienen (sí, sí, me refiero al nacionalismo regionalista). No solo en España, en
toda Europa el campo declina, las zonas rurales se agostan y despueblan, y lo
que se decida a partir de hoy Bruselas será determinante para frenar este
proceso de alguna manera. ¿Revertirlo? A día de hoy lo veo casi imposible
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