No
ha sido muy original Tobías R a la hora de ejecutar su sangrienta
matanza en la noche del miércoles en la localidad alemana de Hanau.
Siguiendo la estela de otros supremacistas asesinos, grabó un vídeo en el que
expone sus convicciones y argumentos, lo que supuso el primer atentado de la
noche, en este caso al sentido razona y racional del concepto de argumento y,
tras ello, salió a la calle a buscar esos subhumanos que poblaban su mente, con
el objetivo de acabar con ellos. Asesinó a ocho personas en dos locales, y
luego, volviendo a casa, mató a su madre y se mató a sí mismo, concluyendo la
barbarie que, a buen seguro, habría planificado.
Frente
al terrorismo islamista, el supremacista no dispone de una estructura
organizada como tal, unas cabezas que emiten y coordinan mensajes, sino que se
basa en la actuación de lobos solitarios fanatizados, que de manera
aparentemente aleatoria y descoordinada actúan de manera muy violenta en sus
lugares de residencia, llevando el horror hasta allí. Curiosamente este perfil
también se da entre los islamistas fanatizados, sobre todo desde la
desarticulación de estructuras como DAESH y el descabezamiento de Al Queda,
pero esa similitud no debiera extrañarnos tanto, porque aunque parezca que las
motivaciones son completamente opuestas, sigo defendiendo que los asesinos
islamistas y los supremacistas son dos formas idénticas de expresar
violentamente unas ideas xenófobas basadas en la superioridad de una idea,
grupo o colectivo frente a las demás. Con una coraza religiosa basada en el
islam unos, con una concepción arcaica del mundo y al defensa de la superior
raza blanca en otro caso, ambos tipos de asesinos viven en un mundo cerrado en
el que ellos y los suyos son los superiores, amenazados por todos los demás, seres
inferiores, y la violencia está permitida para combatir o exterminar a esos
inferiores que no permiten que el paraíso, en forma de califato o de estado ario
puro. Qué más da el falaz sueño que alimenta esas pesadillas, si se traduce en
una misma manera de actuación, el asesinato en masa, que genera violencia y
terror. Los que actúan a través de células organizadas son, potencialmente, más
peligrosos, pero, paradójicamente, más fáciles de perseguir, mientras aquellos
que maquinan sus planes en el interior de sus habitaciones y obtusas mentes
pueden tener un alcance letal menor, pero la posibilidad de detectar sus
intenciones es mucho más difícil. Lo cierto es que, nos guste o no, el
terrorismo supremacista esta entre nosotros, y a las fuerzas y cuerpos de
seguridad les va a tocar ponerse las pila ante esta nueva forma de agresión a
la libertad y a nuestras sociedades que va cogiendo forma y fuerza de manera
imparable. Naciones como Alemania, Nueva Zelanda o EEUU poseen focos de este terrorismo
que han mostrado una virulencia exacerbada y ser un peligro cierto para la
convivencia en ciertas zonas. Hay reiteradas acusaciones ante las autoridades de
cierta pasividad, de sensación de dejadez, de falta de importancia ante este
fenómeno, y de ser ciertas estas denuncias las autoridades estarían cometiendo
algo mucho peor que un error, porque es necesario cortar de raíz todos estos
movimientos que, ya sabemos, pueden ser algo mucho más denso y complicado de
erradicar si arraigan en ciertas capas de la población. En España,
afortunadamente, no tenemos casos similares a los comentados, pero no estamos
libres de ese peligro, nadie lo está. Declaraciones
racistas tan sentidas y profundas como las que realizó la alcaldesa de Vic la
semana pasada son el caldo de cultivo para que el sentimiento de fanática superioridad
que anida en parte del soberanismo catalán haga degenerar a algunos pocos. Y no
olvidemos que el terrorismo etarra, vestido de internacionalismo y marxismo,
era un movimiento muy racista, que consideraba a los vascos superiores al resto
de españoles, dignos estos últimos de ser eliminados como seres inferiores que
eran. Pensamientos de este tipo se siguen oyendo hoy en día, atenuados, pero
latentes.
Ángela
Merkel, la gran Ángela, condenó ayer sin paliativos la matanza de Hunau y
dejó claro que los demócratas debemos estar siempre vigilantes para defender
las libertades de aquellos que luchan,a sangre y fuego, para destruirlas. A
medida que pasan los años y se pierde el recuerdo de los años treinta y cuarenta
del siglo XX crecen los fantasmas de esa época y los emuladores de la misma, que
dan tanto miedo como los que, subidos a lomos de su fanatismo, nos llevaron al
desastre. Quizás como especie estemos condenados, cada cierto tiempo, a repetir
los mismos males y combatir en las mismas batallas. Debemos ser conscientes de
ello, y atajar toda ola de fanatismo desde el momento en el que asome su
presencia. Nos va en ello la vida y la libertad.
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