jueves, febrero 06, 2020

Trump, exonerado en el Impeachment


No ha habido las casi imposibles sorpresas de guion que debían darse para obtener un resultado distinto y, en un plazo de tiempo muy breve, Trump ha resultado absuelto del proceso de destitución, eso que llaman impeachment, por el Senado, convertido en tribunal durante los días que ha durado este proceso. Era necesaria una mayoría muy cualificada de votos a favor de la destitución presidencial y, para ello, se necesitaba que los republicanos abandonasen en masa a su líder, cosa que no era esperada por nadie. Finalmente, sólo uno de ellos, el que fuera candidato a presidente Mitt Rommney ha votado en contra de Trump. Evidentemente eso no es suficiente.

¿Para qué ha servido este proceso? No es una mala pregunta, y las respuestas dependerán completamente de la fuente que sea consultada. Cada uno de los bandos enfrentados en la causa tratará de sacarle rédito en el espacio preelectoral en el que nos encontramos, pero fríamente quizás ninguno de ellos ha conseguido plenamente sus objetivos. Es evidente el fracaso demócrata al no lograr la mayor, la destitución, y la rapidez con la que se ha desarrollado el proceso le impide seguir sacando petróleo de un caso que le ofrece atractivos para movilizar a su electorado. En su haber, los demócratas tienen la baza de que la sospecha fundada de que Trump realizó acciones ilegales en relación con Ucrania se ha asentado en gran parte de la opinión pública, aunque eso no baste, ni mucho menos, para alterar la posición del voto de cara a las elecciones. Mucha inversión y muy poco rédito. Trump festejaba ayer en tuits esquizoides su infinitud y cómo ni este proceso ni ningún otro podrán detenerle. Puede estar contento, tanto por el resultado del juicio como, sobre todo a mi entender, por la docilidad que ha mostrado el partido republicano, completamente abducido ahora mismo bajo su figura y correa de transmisión de sus mensajes. Si hubo un tiempo en el que los republicanos observaban con justificado horror como alguien como Trump se hacía con el poder, ese tiempo pasó. A las puertas de unas elecciones en las que se renuevan cargos, sueldos y sillones, esa unanimidad tras el líder que encabeza las encuestas es más que comprensible. El trabajo efectuado por algunas figuras republicanas, especialmente el líder del grupo en el senado, Mitch McConnell, ha sido determinante para que el proceso sea rápido e indoloro para los interese presidenciales, y McConnell no es un “trumpista” de toda la vida, sino un político de larga carrera, amplio conocimiento de los entresijos de las cámaras y un olfato de primera a la hora de detectar sangre en los rivales y oportunidades de supervivencia propias. En definitiva, el que iba a ser el proceso del siglo a la presidencia de Trump se ha quedado en algo bastante aguado y que va a ser sumido en el olvido en breve a medida que el fragor de las elecciones de noviembre vaya creciendo en intensidad. Ambos bandos darán por amortizado este episodio y se centrarán nuevamente en la batalla política sin cuartel. Y quizás sea esa, la manera encarnizada y cruel con la que se desarrolla hoy en día la política en EEUU no el fruto pero sí la escena que nos ha mostrado este proceso. El país sale aún más dividido de lo que entró en el impeachment y la fractura que la presidencia de Trump ha provocado en la sociedad norteamericana no deja de crecer a medida que se consolida una figura tan rupturista y sectaria como la del actual presidente. La victoria de la nación por encima de las luchas particulares de los partidos, algo que estaba muy grabado en el ADN de los EEUU, empieza a borrarse a golpe de sesgo ideológico y de odio personal. Ese será, quizás, el peor de los legados que dejen los años de mandato de Trump, sean cuatro u ocho.

Una pieza ha quedado suelta en el proceso que hemos vivido, y es la declaración frustrada del exasesor de seguridad nacional, el polémico John Bolton, que quería testificar, pero que no pudo por el voto en contra de la mayoría republicana. Lo que no comente ya en el Senado puede que lo haga en un libro sobre el que pesa tanto interés en su lectura como presiones para que no sea publicado. Halcón reconocido, extremista de largo recorrido, Bolton alabó a Trump todo lo que pudo hasta que el magnate le despidió como ha hecho con todos los demás, con unas formas deplorables y sin que estén muy claras las causas. ¿Qué sabe Bolton? ¿Actúa por venganza?  ¿Es relevante para el caso? Y, sobre todo ¿influirá en el voto de noviembre?

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