No
ha habido las casi imposibles sorpresas de guion que debían darse para obtener
un resultado distinto y, en un plazo de tiempo muy breve, Trump
ha resultado absuelto del proceso de destitución, eso que llaman impeachment,
por el Senado, convertido en tribunal durante los días que ha durado este
proceso. Era necesaria una mayoría muy cualificada de votos a favor de la
destitución presidencial y, para ello, se necesitaba que los republicanos
abandonasen en masa a su líder, cosa que no era esperada por nadie. Finalmente,
sólo uno de ellos, el que fuera candidato a presidente Mitt Rommney ha votado
en contra de Trump. Evidentemente eso no es suficiente.
¿Para
qué ha servido este proceso? No es una mala pregunta, y las respuestas dependerán
completamente de la fuente que sea consultada. Cada uno de los bandos
enfrentados en la causa tratará de sacarle rédito en el espacio preelectoral en
el que nos encontramos, pero fríamente quizás ninguno de ellos ha conseguido
plenamente sus objetivos. Es evidente el fracaso demócrata al no lograr la
mayor, la destitución, y la rapidez con la que se ha desarrollado el proceso le
impide seguir sacando petróleo de un caso que le ofrece atractivos para
movilizar a su electorado. En su haber, los demócratas tienen la baza de que la
sospecha fundada de que Trump realizó acciones ilegales en relación con Ucrania
se ha asentado en gran parte de la opinión pública, aunque eso no baste, ni
mucho menos, para alterar la posición del voto de cara a las elecciones. Mucha
inversión y muy poco rédito. Trump festejaba ayer en tuits esquizoides su
infinitud y cómo ni este proceso ni ningún otro podrán detenerle. Puede estar
contento, tanto por el resultado del juicio como, sobre todo a mi entender, por
la docilidad que ha mostrado el partido republicano, completamente abducido
ahora mismo bajo su figura y correa de transmisión de sus mensajes. Si hubo un
tiempo en el que los republicanos observaban con justificado horror como
alguien como Trump se hacía con el poder, ese tiempo pasó. A las puertas de
unas elecciones en las que se renuevan cargos, sueldos y sillones, esa
unanimidad tras el líder que encabeza las encuestas es más que comprensible. El
trabajo efectuado por algunas figuras republicanas, especialmente el líder del
grupo en el senado, Mitch McConnell, ha sido determinante para que el proceso
sea rápido e indoloro para los interese presidenciales, y McConnell no es un “trumpista”
de toda la vida, sino un político de larga carrera, amplio conocimiento de los
entresijos de las cámaras y un olfato de primera a la hora de detectar sangre
en los rivales y oportunidades de supervivencia propias. En definitiva, el que
iba a ser el proceso del siglo a la presidencia de Trump se ha quedado en algo
bastante aguado y que va a ser sumido en el olvido en breve a medida que el
fragor de las elecciones de noviembre vaya creciendo en intensidad. Ambos
bandos darán por amortizado este episodio y se centrarán nuevamente en la
batalla política sin cuartel. Y quizás sea esa, la manera encarnizada y cruel
con la que se desarrolla hoy en día la política en EEUU no el fruto pero sí la
escena que nos ha mostrado este proceso. El país sale aún más dividido de lo
que entró en el impeachment y la fractura que la presidencia de Trump ha provocado
en la sociedad norteamericana no deja de crecer a medida que se consolida una
figura tan rupturista y sectaria como la del actual presidente. La victoria de
la nación por encima de las luchas particulares de los partidos, algo que
estaba muy grabado en el ADN de los EEUU, empieza a borrarse a golpe de sesgo
ideológico y de odio personal. Ese será, quizás, el peor de los legados que
dejen los años de mandato de Trump, sean cuatro u ocho.
Una
pieza ha quedado suelta en el proceso que hemos vivido, y es la declaración frustrada
del exasesor de seguridad nacional, el polémico John Bolton, que quería
testificar, pero que no pudo por el voto en contra de la mayoría republicana.
Lo que no comente ya en el Senado puede que lo haga en un libro sobre el que
pesa tanto interés en su lectura como presiones para que no sea publicado. Halcón
reconocido, extremista de largo recorrido, Bolton alabó a Trump todo lo que
pudo hasta que el magnate le despidió como ha hecho con todos los demás, con
unas formas deplorables y sin que estén muy claras las causas. ¿Qué sabe
Bolton? ¿Actúa por venganza? ¿Es
relevante para el caso? Y, sobre todo ¿influirá en el voto de noviembre?
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