Zaldíbar
está muy cerca de Elorrio, mi pueblo. Sale uno de la villa paterna rumbo a
Miota y a los seis kilómetros se alcanza Bérriz, y de ahí a la Zaldíbar apenas
hay cuatro kilómetros más, de camino por la N634 junto a la que, más o menos,
aparece la autopista AP8 en sus márgenes. Hace
ya más de una semana que la ladera de un vertedero se desplomó arrastrando
toneladas de escombros y residuos, colapsando la autopista y enterrando en
vida a dos trabajadores, cutos nombres son Joaquín Beltrán y Alberto Solaluze,
que permanecen desde entonces sepultados en lo que obviamente es una tumba
provisional. El corte de la autopista fue subsanado a las pocas horas, el resto
del desastre sigue vivo y, cada vez, presenta un estado más putrefacto.
Al
día siguiente del derrumbe las labores de rescate de los cuerpos de los
trabajadores desaparecidos se tuvieron que suspender por la inestabilidad del
terreno y porque se descubrió amianto entre los residuos que se almacenaban en
aquel lugar, junto con otro tipo de sustancias tóxicas de peligrosa manipulación
y de necesario tratamiento previo a su abandono. El mosque de vecinos y medios
en torno a lo que se acumulaba en lo que parecía una vulgar escombrera empezaba
a crecer. Al par de días del derrumbe comenzó un incendio en el montón de
escombros desplazados, típico de estas situaciones, producto del calor acumulado
por la presión y de las emisiones de metano que se generan por parte de los
residuos comprimidos, y más de uno señaló que un incendio en el que se estaban
quemando, entre otras cosas, productos altamente contaminantes como los
anteriormente mencionados y toneladas de plásticos que asomaban por todas
partes no podía tener un humo limpio y sano con olor a barbacoa. Las negaciones
constantes sobre la peligrosidad de lo ya sucedido y de lo que se veía por
parte de un Gobierno Vasco muy superado empezaron a ser contestadas por la
población y, finalmente, la administración autonómica tuvo que poner medidores
de la calidad del aire en la propia Zaldíbar y en las vecinas localidades de
Ermua y Éibar, muy juntas estas dos y separadas ambas del pueblo de origen del
vertedero por el pequeño alto de Areitio. El mensaje del Gobierno Vasco ante
las mediciones de contaminación del aire era, en todo momento, de tranquilidad
y de ausencia de peligro, pero hete aquí que llega este sábado 15, y la previsión
de que se juegue un partido de fútbol de primera división en Éibar lo altera
todo. Ante la inminente presencia de los futbolistas el mensaje de tranquilidad
desaparece, y las mediciones que antes no señalaban nada ahora sí dicen que hay
toxinas peligrosas en el aíre, furenos y dioxinas entre otras, y aconsejan que
no se ventile las casas ni se realicen actividades deportivas al aire libre,
pese a que la concentración de las mismas no es relevante. Sin embargo el
partido se suspende a toda velocidad para garantizar la salud de los jugadores,
y entonces más de uno se empieza a preguntar, con toda la lógica del mundo, si
lo que es malo para un futbolista no lo es para un ciudadano cualquiera.
Empieza a cundir la lógica indignación entre las poblaciones sitas alrededor del
vertedero al comprobar que, frente a unos privilegiados futbolistas, sus
pulmones no son importantes, y se pregunta todo el mundo si lo que hasta el
viernes no era peligroso pero el sábado sí es por un cambio en la medición, por
una manipulación en los datos o, simplemente, una gran mentira. Descubren
muchos otra vez que, no sólo fiscalmente, los futbolistas son los auténticos
privilegiados de esta sociedad, a los que se destinan los mimos y cuidados, y
que el resto estamos aquí poco más que para pagar impuestos y para ser llamados
al voto cada cierto tiempo (en el País Vasco, sin ir más lejos en abril) y la
sensación de estafa se extiende aún a más velocidad que la contaminación del
vertedero que, espoleado por el viento sur que ha soplado por allí este fin de
semana, se dispersa diluido y sin freno.
Poco
a poco se empieza a conocer el típico rosario de noticias que una catástrofe de
este tipo lleva consigo, relacionadas
principalmente con irregularidades administrativas, y ya veremos si acaban
saliendo las relaciones que pudiera haber entre los dueños del vertedero y el
poder político local, donde el PNV no es que mande mucho, sino que es Dios
sobre todas la cosas. Lo cierto es que más de una semana después los vecinos
del vertedero están asustados, la gestión de la información de lo sucedido y
sus consecuencias ha sido digna estar dirigida por el gobierno chino y dos
trabajadores, recordemos sus nombres, Joaquín Beltrán y Alberto Solaluze,
siguen enterrados, en medio del desastre, sin que sus familias sepan cuándo serán
rescatados sus restos.
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