Ayer
el gobierno comunicó el cese del hasta entonces presidente de la agencia EFE, pública,
el periodista Fernando Garea. Garea llegó a ese puesto nombrado por el gobierno
de Sánchez poco después de la moción de censura. Acreditado cronista
parlamentario, desarrolló gran parte de su carrera en El País, del que salió
poco tiempo antes de alcanzar la agencia pública, desempeñando labores en
medios digitales como El Confidencial. En
su despedida, Garea señaló que el que EFE sea una agencia pública no quiere
decir que sea una agencia del gobierno, ni que deba estar a su servicio, ni
ser una agencia oficial. Palabras loables, ciertas, pero que me temo pocos
escuchan y nadie aplica.
Asistimos
con absoluta normalidad a hechos que no lo son. Durante la época dictatorial
era obvio que los medios estaban controlados por el régimen, y daba igual si
fueran públicos o privados, porque en este asunto todo era competencia del
gobierno y su censura. La llegada de la democracia cambió notablemente, y para
mejor, aspectos en casi todas las áreas de la vida, pero en lo que hace a los
medios de comunicación las inercias de manipulación desde el poder del pasado, aunque
se volvieron más sutiles, nunca dejaron de estar ahí. En el caso de los medios
públicos, que son pagados por el bolsillo de todos y cada uno de los españoles,
la tendencia de los gobiernos a controlarlos y usarlos es antológica, y hasta
cierto punto se ha instalado una preocupante normalidad en el hecho de ver que
si cambia el partido en el poder cambia el equipo directivo de, pongamos, RTVE,
y hasta los presentadores de los telediarios. Esto es algo, repito, que es
inaudito y vergonzoso, y que nunca debiéramos ver con normalidad. El poder, sea
quien sea el que lo detenta, detesta la oposición y la información libre, vive
instalado en fantasiosos comunicados que se venden como si fueran noticia,
cuando sólo son propaganda, y aspira a controlar los medios para que su
discurso sea el preponderante, para que la agenda de la actualidad la dicte ese
poder que controla y no la realidad del día a día. Un ejemplo de hasta dónde
puede llegar esta aberración es el caso de las televisiones autonómicas, auténticos
cortijos al servicio del poder regional de turno que no es que sean
manipulados, sino que directamente son una extensión del gobierno de turno. El
hecho de que las cadenas regionales no sean vistas en el resto del país ayuda a
que esos nichos sean lo que son, espectaculares aparatos de propaganda y
desinformación, y fábricas de contenidos informativos que no aguantan ni un par
de minutos de visionado mínimamente objetivo. En los medios nacionales, que son
vistos potencialmente por todos, las disputas del poder por controlarlos y las
batallas internas por ello son más crueles, soterradas y, a veces, visibles. En
el final del gobierno de Rajoy se puso de moda en TVE la campaña de los viernes
negros, una protesta de los trabajadores de la casa en contra de la tendencia
del entonces gobierno del PP a la hora de dictar de qué y cómo debían informar
los telediarios. Loable movimiento, que apoyo, pero que no he visto de la misma
manera cuando era, en el pasado y ahora, el PSOE el que realizaba esos mismos
ejercicios. La sensación que da es que hay un pequeño grupo de profesionales
que luchan por una independencia efectiva de, en este caso, TVE, pero que el
grueso de los equipos de la casa se divide en dos bandos antagónicos que se
turnan en el control de la institución a medida que el color ideológico se
releva al frente de la Moncloa. Ahora mismo, con el PSOE en el poder, el
intento de controlar la tele pública es tan intenso como el ejercido por el PP
en el pasado, con el
agravante de que es sabida la querencia que tiene Iglesias por los telediarios,
lo que sueña con que se conviertan en una versión de su tuerka o, mejor aún “Aló
Presidente”, en este caso “Aló Vice”.
Todo
este panorama, delirante, se suma a la crisis de credibilidad general de los
medios, a la precariedad creciente del oficio periodístico y al cada vez más
ridículo sesgo que domina las líneas informativas de los medios privados,
convertidos en meras correas de transmisión de los argumentarios de los partidos
de turno, con cada vez menos voces discordantes que desentonen en el vacío de
la secta ideológica. El sueño húmedo del gobernante son esas comparecencias sin
preguntas a las que los medios se pliegan porque han perdido la independencia económica
y deben acudir para facturar algo para poder vivir. Y que sea la tele del gobierno
la que retransmita, en bucle, las maravillas del nuevo mundo alumbrado por el
nuevo gobierno, sea este, el pasado o el que venga. Muy malos tiempos estos para
el periodismo.
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