Hasta
hace una semana el inversor bursátil estaba más que contento. El Ibex marcaba máximos
relativos desde hace un par de años, superando por poco, pero por fin, la cota
de los 10.000 puntos y en Wall Street batir el récord de máximo histórico era
algo que se hacía sesión a sesión sin darle mucha importancia. La enfermedad
que atacaba a China se veía como algo distante y las voces que alertaban de que
ese mal podía abrir la puerta a un desastre económico eran pocas, y clamaban en
el desierto, mientras los alcistas seguían de fiesta. Quizás el pasado viernes
21 de febrero sea recordado, en bastante tiempo, como el día del máximo, el último
de tranquilidad en las bolsas, antes de la erupción en el parqué del
coronavirus.
Lo
que los mercados han reflejado esta semana es miedo, mucho miedo, pánico
incluso, en la sesión de ayer, donde el aguante temporal de Wall Street permitió
a las bolsas europeas recuperar algo y cerrar con caídas que, en
el Ibex llegaron al 3,55% pero que se vieron como un mal menor ante el 4,5%
que caía apenas a una hora del cierre. El aguante de la bolsa americana, que a
media sesión perdía un 1,5%, parecía una primera señal de suelo, de control de
daños y de posible vía para encauzar las cosas, pero resultó ser una falsa
esperanza, las últimas horas de negociación en Nueva York fueron un carrusel de
pérdidas que acabaron cerrando en índice Dow Jones con una caída del 4,5%, unos
1.200 puntos de una tacada. Según he visto por ahí, esta semana la bolsa
norteamericana ha batido su récord de velocidad a la hora de corregir un 10%, en
apenas cuatro días, en un registro que se puede comparar a los aciagos días de
2008, y que nos deja un mercado bursátil vapuleado, deshecho. Es quizás el
terreno apropiado para los cazadores de gangas, los valientes que entran cuando
se produce la estampida, y que compran en estas grandes rebajas, pero para el
inversor convencional, para el ahorrador que utiliza productos clásicos, para
los fondos de inversión y pensiones… para casi todo el mundo esta semana es una
catástrofe en toda la regla, que se verá reflejada en los extractos que llegarán
a su casa, informándoles de la devaluación de sus inversiones, y en las
expectativas futuras de compras, inversión y gasto. El efecto riqueza que hace
que uno gaste de más, aunque no tenga ese dinero, cuando las cotizaciones
suben, funciona a la inversa y deshace expectativas de gasto cuando los valores
bajan, se haya ejecutado pérdida real al venderlos o no, estando entrampados en
ellos. Por eso, cuando se dice “bueno, la bolsa me da igual, no tengo nada en
ella” quien así opina no sabe muy bien cómo funciona el sistema financiero, y
puede que sea verdad que no tenga dinero propio metido ahí, pero es más que
probable que la empresa o negocio en el que trabaja sí tenga participaciones en
ese mercado, y es casi seguro que los ahorros que posee en el banco estén, de
una u otra forma, dando vueltas en el tiovivo financiero del que forman parte
la bolsa y otros mercados. Por ello, le afecte directamente o no, subidas o
bajadas de la bolsa van a acabar impactando en la economía de todos, más o
menos, de una manera muy intensa o atenuada, pero de forma inexorable. Evidentemente
los que trabajan en la industria de fondos de inversión y en empresas
financieras deben estar sintiendo un pánico a lo largo de esta semana que no se
puede valorar muy bien desde trabajos ajenos a ese mundo, y los que han puesto
sus ahorros en ello ni les cuento. La alternativa de esperar a que pase la
tormenta y no vender es la única posible, pero depende de cada caso, habrá
quienes lo puedan aguantar y otros que no, y en días como los de ayer habrán
saltado muchas órdenes automáticas de venta (stop loose) que habrán traducido a
pérdidas reales las bajadas. Y
hoy parece que no habrá tregua.
Y
la bolsa, pese a lo distorsionada que está, sigue lanzando con esta sangría un
grito de alerta sobre el futuro de la economía global que nos debe poner a
todos en alerta. Cotiza recesión, grita desatada recesión, destrucción de valor
y descomposición de cadenas productivas en un proceso no financiero, provocado
por el coronavirus, que cierra fábricas y enclaustra a trabajadores, generando
efectos económicos reales que se parecen más al resultado de una guerra física
destructora de activos que al de una crisis provocada por motivos financieros,
como la que vivimos en 2008. ¿Cómo vamos a responder ante ello? ¿Qué
herramientas tenemos? ¿cómo va a evolucionar todo esto?
Subo
a Elorrio y me cojo tres días de ocio. Si todo va bien nos leemos el jueves 5
de marzo.
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