miércoles, febrero 26, 2020

El coronavirus y la buena información, para Lorenzo Milá


Era de esperar que los casos de coronavirus llegasen hasta nosotros en apenas días desde que se detectó el foco italiano. Los intercambios y viajes entre nuestro país y aquel son constantes y la importación de un caso se antojaba inevitable. Ayer se vivió una cascada de los mismos, con los detectados en Tenerife, Barcelona Castellón y, a última hora de la noche, Madrid. De momento son casos aislados y se mantienen vigilados, pero pese al celo que se puede poner es casi seguro que ahora mismo hay enfermos que no lo saben y contagiados que lo desconocen, y que la extensión real del virus se está dando entre nosotros.

A lo largo de la tarde de ayer se podía notar como el nerviosismo iba creciendo a medida que, en este caso sí hay relación, el Ibex volvía a profundizar en sus caídas. Algunos compañeros de trabajo se preguntaban qué hacer y se oían comentarios de visitas a supermercados en los que algunos productos, como geles desinfectantes, estaban agotados, y las existencias de legumbres o pasta seriamente mermadas. Es fácil decir una y mil veces que el miedo es el peor de los males asociados a este tipo de problemas, pero una vez que se desata resulta realmente difícil controlarlo. Es irracional por naturaleza, atávico, y nos bloquea, impide que usemos un mínimo de racionalidad a la hora de actuar, y eso multiplicado por mucha gente es la receta perfecta para el desastre. Es el clásico ejemplo del aviso de incendio en un teatro, de los escasos heridos provocados por el fuego y el humo, y el abultado balance de víctimas que se da al aplastarse en la salida. En el caso que nos ocupa el papel de los medios de comunicación es fundamental, porque cumplen la muy relevante función social de informar sobre lo que está pasando, cubriendo así una de las vías por las que el miedo crece, la desinformación, pero también pueden contribuir a crear aún mayor alarmismo en caso de que tiendan al espectáculo y el morbo. Bien sabidos son los casos de sucesos que han sido magnificados pro los medios hasta convertirse en casos de relevancia social únicamente por el afán de esos medios de explotarlos en pos de una audiencia elevada, es decir, de unos ingresos elevados. En este caso el suceso es global, el problema colectivo, serio, relevante y trascendente, y las consecuencias de su expansión y prolongación pueden ser enormes. Ante este reto los medios deben responder, en mi opinión, con la mayor de las rigurosidades posibles, no cayendo en complacencias (aquí no pasa nada) o en la histeria (vamos a morir todos) sino buscando en todo momento las fuentes veraces, el consejo de expertos y profesionales (uno no nace virólogo) y tratando de no caer en la lucha por el tuit más reenviado o el titular más comentado. Sabido es que en el panorama de medios nacionales los hay más sensacionalistas que otros, al igual que informativamente los hay que tratan de hacerlo y otros que buscan el espectáculo por encima de todo, aunque se vistan de objetivos, por lo que no nos extrañemos si a lo largo de los días vemos presuntos especiales informativos retransmitidos simultáneamente con conexiones a la isla de los marranos o mesas de debate de tertulianos que se arrojan enfermos al rojo virus candente, por mencionar sólo dos tipologías decadentes. Mi consejo es que huyan, escapen de esos programas, cambien de canal, apaguen la tele. Es mejor no escuchar nada que mala información. Y que decirles de las redes sociales, donde junto a profesionales de primera que comparten divulgación de calidad se encuentran todo tipo de bulos y patrañas que dejan la más repugnante basura convertida en menú de restaurante de estrella Michelín. Sean prudentes, criben la información y, por favor, no se dejen arrastrar por la histeria de un fenómeno que, nos guste o no, ha venido para quedarse un tiempo y con el que vamos a tener que aprender a combatir y convivir.

Un ejemplo de buena información es lo que ayer hizo Lorenzo Milá en TVE en una de sus crónicas desde la zona italiana que está viviendo con mayor gravedad la expansión del virus. En una pieza breve, llena de información y sentido, Milá explicó como están las cosas en Italia, lo que se sabe, lo que se duda, y de cómo el miedo corre que se las pela y está magnificando todo hasta el absurdo. Milá es un ejemplo de periodista profesional, de larga carrera, de dominio del medio, de trabajo serio y riguroso, de huida del sensacionalismo, de alguien que no se pega por ser el más retuiteado de la última media hora y al que la fama burda de las redes le da igual. Un periodista que va, cuenta lo que ve y sabe, y pregunta a los que saben para contar más y mejor. Sí, un periodista.

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