Era
de esperar que los casos de coronavirus llegasen hasta nosotros en apenas días
desde que se detectó el foco italiano. Los intercambios y viajes entre nuestro
país y aquel son constantes y la importación de un caso se antojaba inevitable.
Ayer
se vivió una cascada de los mismos, con los detectados en Tenerife, Barcelona
Castellón y, a última hora de la noche, Madrid. De momento son casos
aislados y se mantienen vigilados, pero pese al celo que se puede poner es casi
seguro que ahora mismo hay enfermos que no lo saben y contagiados que lo
desconocen, y que la extensión real del virus se está dando entre nosotros.
A
lo largo de la tarde de ayer se podía notar como el nerviosismo iba creciendo a
medida que, en este caso sí hay relación, el Ibex volvía a profundizar en sus
caídas. Algunos compañeros de trabajo se preguntaban qué hacer y se oían
comentarios de visitas a supermercados en los que algunos productos, como geles
desinfectantes, estaban agotados, y las existencias de legumbres o pasta
seriamente mermadas. Es fácil decir una y mil veces que el miedo es el peor de
los males asociados a este tipo de problemas, pero una vez que se desata resulta
realmente difícil controlarlo. Es irracional por naturaleza, atávico, y nos
bloquea, impide que usemos un mínimo de racionalidad a la hora de actuar, y eso
multiplicado por mucha gente es la receta perfecta para el desastre. Es el clásico
ejemplo del aviso de incendio en un teatro, de los escasos heridos provocados
por el fuego y el humo, y el abultado balance de víctimas que se da al aplastarse
en la salida. En el caso que nos ocupa el papel de los medios de comunicación
es fundamental, porque cumplen la muy relevante función social de informar
sobre lo que está pasando, cubriendo así una de las vías por las que el miedo
crece, la desinformación, pero también pueden contribuir a crear aún mayor
alarmismo en caso de que tiendan al espectáculo y el morbo. Bien sabidos son
los casos de sucesos que han sido magnificados pro los medios hasta convertirse
en casos de relevancia social únicamente por el afán de esos medios de
explotarlos en pos de una audiencia elevada, es decir, de unos ingresos
elevados. En este caso el suceso es global, el problema colectivo, serio,
relevante y trascendente, y las consecuencias de su expansión y prolongación
pueden ser enormes. Ante este reto los medios deben responder, en mi opinión,
con la mayor de las rigurosidades posibles, no cayendo en complacencias (aquí no
pasa nada) o en la histeria (vamos a morir todos) sino buscando en todo momento
las fuentes veraces, el consejo de expertos y profesionales (uno no nace virólogo)
y tratando de no caer en la lucha por el tuit más reenviado o el titular más
comentado. Sabido es que en el panorama de medios nacionales los hay más
sensacionalistas que otros, al igual que informativamente los hay que tratan de
hacerlo y otros que buscan el espectáculo por encima de todo, aunque se vistan
de objetivos, por lo que no nos extrañemos si a lo largo de los días vemos
presuntos especiales informativos retransmitidos simultáneamente con conexiones
a la isla de los marranos o mesas de debate de tertulianos que se arrojan
enfermos al rojo virus candente, por mencionar sólo dos tipologías decadentes.
Mi consejo es que huyan, escapen de esos programas, cambien de canal, apaguen
la tele. Es mejor no escuchar nada que mala información. Y que decirles de las
redes sociales, donde junto a profesionales de primera que comparten divulgación
de calidad se encuentran todo tipo de bulos y patrañas que dejan la más
repugnante basura convertida en menú de restaurante de estrella Michelín. Sean
prudentes, criben la información y, por favor, no se dejen arrastrar por la
histeria de un fenómeno que, nos guste o no, ha venido para quedarse un tiempo
y con el que vamos a tener que aprender a combatir y convivir.
Un
ejemplo de buena información es lo que ayer hizo Lorenzo Milá en TVE en una de
sus crónicas desde la zona italiana que está viviendo con mayor gravedad la
expansión del virus. En una pieza breve, llena de información y sentido,
Milá explicó como están las cosas en Italia, lo que se sabe, lo que se duda, y
de cómo el miedo corre que se las pela y está magnificando todo hasta el
absurdo. Milá es un ejemplo de periodista profesional, de larga carrera, de dominio
del medio, de trabajo serio y riguroso, de huida del sensacionalismo, de alguien
que no se pega por ser el más retuiteado de la última media hora y al que la
fama burda de las redes le da igual. Un periodista que va, cuenta lo que ve y
sabe, y pregunta a los que saben para contar más y mejor. Sí, un periodista.
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