Si
no han visto la película “Contagio” no lo duden, háganlo. Recrea de manera
realista el surgimiento de un brote infeccioso, su expansión por el mundo y las
consecuencias, globales y locales, de una enfermedad en el mundo actual. Es
seria, rigurosa y entretenida, y se aprende mucho. Cuando sale el tema todo el
mundo recuerda “Estallido” que es mucho peor película y que tiene de
verosimilitud lo que este febrero de invierno. Una de las cuestiones que refleja
la película buena es el progresivo hundimiento de la paz social a medida que la
angustia por la enfermedad crece en la población. El miedo corre más que
cualquier virus, su R0 es infinita.
Algo
similar lo podemos contemplar en vivo y en directo hoy mismo, con la epidemia
del coronavirus, cuya aparición en Europa nos ha puesto a los occidentales de
frente con el problema, que creíamos confinado en China, y ha mostrado que
nuestro miedo es idéntico al de cualquier otro. El
norte de Italia mantiene zonas aisladas pero, en su conjunto, toda la región
empieza a sentirse confinada, y la población contempla con angustia
creciente un panorama ante el que no sabe cómo responder ni mucho menos prever.
Las escenas de los supermercados desabastecidos se contemplan por doquier y la
batalla de precios por conseguir mascarillas se desata en concurridas farmacias
y en la red, donde los paquetes de las mismas, sean reales o no, no dejan de
subir de precio. Es ese miedo a lo desconocido, esa sensación de descontrol que
se apodera poco a poco y convierte en barro todo lo que era sólido, usando la brillante
metáfora con al que Antonio Muñoz Molina describió el derrumbe económico de
nuestro tiempo. Ayer las bolsas también temblaron, y tras días de complacencia
y respuestas tímidas
los índices cayeron en Europa en torno al 4%, en la primera jornada de miedo
bursátil, en medio del griterío de muchos analistas que decían que no había
que vender pero que, a buen seguro, no renunciaron a sus comisiones cada vez
que ejecutaban liquidaciones de posiciones de sus clientes. La bolsa es un termómetro
sensible a los acontecimientos, y hasta ahora extrañaba lo poco que había
reaccionado, la manera a lo pasota con la que se había tomado el brote, confiando
sin duda en la brevedad del mismo y su no extensión, y teniendo siempre encima
el mantra de que los bancos centrales harán lo que sea, un “whatever it takes” a
lo Draghi, para sostener cotizaciones y flujos financieros. Sin embargo está
por ver que con papeles de colores o anotaciones en cuenta se puede controlar
el desplome de economías reales que no producen, compran ni venden porque los
trabajadores están en casa. Quizás la magia monetaria pueda ser el salvavidas
de algunas empresas cuya liquidez empezará a extinguirse a medida que sus
persianas permanecen forzadamente bajadas, pero el destrozo en PIB y
crecimiento no se salvará con ilusión monetaria. ¿Empiezan las bolsas y los
analistas a ver la crisis real que puede provocar esta enfermedad? Si se
acabara hoy mismo, ojalá, el impacto que ya ha provocado en China se contará,
sin duda, no por décimas, sino por puntos de PIB, y la extensión de esos
efectos en el comercio internacional será extensa y más o menos intensa en
función del sector y nación, pero sin duda mayor de lo que hasta ayer por la
mañana seguían afirmando muchos servicios de estudios y opinadores
profesionales, bien debido a su prudencia natural o al deseo de no generar
miedos adicionales o vaya usted a saber por qué. Las próximas gráficas de
variables económicas empezarán a mostrar caídas y valles que serán apodados en
el futuro como “los del coronavirus” y está por ver si adoptarán formas de “V”
con bajadas y rebotes rápidos o de “U” con un tiempo en el fondo de la crisis
provocada por este desastre. A medida que pasa el tiempo y el problema se
extiende parece obvio que la “V” va camino de ser “U”.
Y
todo por una enfermedad que, seamos serios, no es tan alarmante. No nos
encontramos ante un virus tipo ébola o viruela, con elevadas tasas de
mortalidad, sino con una especie de gran gripe con ratios de mortandad del 2%, y
centrado en personas de mayor edad y/o con patologías ya presentes. Sí, se pueden
disparar las víctimas globales en caso de pandemia pero, con la extensión
actual, no supone un riesgo existencial para la vida, ni mucho menos. Sin embargo,
el miedo corre, vuela, alimentado por la red social global que tanto sirve para
que los investigadores compartan información sobre cómo combatir al virus como
para extender bulos y patrañas. Y el miedo no se frena con mascarillas.
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