viernes, febrero 07, 2020

El virus de la dictadura, para Li Wenliang


Durante toda la tarde de ayer hubo mucha confusión sobre la muerte de Li Wenliang, médico de la ciudad de Wuhan, que fue el primero en advertir, el 30 de diciembre de 2019, la existencia de una nueva enfermedad contagiosa de tipo neumónico que se había desarrollado en aquella localidad. Suyas fueron las primeras advertencias e intentos de cuidar a los enfermos, antes de que nadie pudiera imaginar lo que ese brote iba a causar. Ayer salió la noticia de que había fallecido víctima de esa enfermedad, pero luego fue desmentida por fuentes oficiales. Finalmente, la mala noticia ha resultado ser cierta y Li ya cuenta como uno de los varios cientos de fallecidos que ya deja el coronavirus de Wuhan.

La figura de Li ejemplifica como pocas lo mejor del ser humano y algunas de sus más oscuras facetas, encarnado lo primero en su persona y lo segundo en la actitud del régimen al que Li y el resto de China vive sometida desde hace décadas. No dudó en cumplir su deber y auxiliar a los enfermos, aunque no tuviera muy claro qué tipo de enfermedad tenía delante ni los riesgos que podía llegar a asumir. Tampoco dudó en saltarse el veto que las autoridades chinas imponen a toda información y trató de avisar a todo el que pudo de algo que le parecía muy grave. Y lo está siendo. A primeros de enero, gracias a Li, algunos ya vimos en redes sociales noticias sobre una especie de nueva enfermedad que había surgido en China de la que muy poco se sabía, y de la que ninguna fuente oficial informaba, como siempre sucede en aquel país cuando algo no le gusta al régimen. A medida que pasaron los días las noticias del brote iban creciendo y llegó un momento en el que las autoridades ya no fueron capaces de ocultar que algo muy serio estaba sucediendo en una ciudad de dimensiones gigantescas y de nombre, Wuhan, desconocido para casi todos aquellos que vivimos fuera de ese imperio. Los casos empezaron a crecer con fuerza, llegaron los primeros muertos, y con ellos el poder omnímodo de un gobierno militarizado que empezó a imponer cuarentenas por doquier con la intención de frenar un brote que hacía ya varios días que se estaba expandiendo sin apenas medios de control, más allá de la actitud de héroes como Li y otros desconocidos. Su muerte se produce cuando la cifra de fallecidos alcanza los 657, la de contagiados los 30.812 y las curvas de crecimiento de ambas variables, como pueden ver aquí, siguen rutas exponenciales que denotan descontrol. El todopoderoso gobierno chino se enfrenta a un problema para el que las medidas coercitivas que tan bien funcionan de cara a aplacar y someter el pensamiento de la población bien poco pueden hacer frente a la capacidad de contagio de un virus que no es monitorizable. El apagón informativo que desde Beijing se quiere imponer a esta crisis busca controlar tanto el miedo de la población como las quejas que surgen con cada vez más fuerza a medida que el brote se extiende, los daños económicos empiezan a ser muy significativos y la sensación es que el gobierno trató de ocultar al principio lo que pasaba para que, ante la ausencia de noticias, el brote no fuera una de ellas. Vieja táctica comunista, en general de todas las dictaduras, que suele funcionar ante problemas localizados y menores, pero que fracasa ante situaciones que escapan del clásico control humano, y las epidemias son una de ellas. Los accidentes nucleares y la radioactividad es otra, y la URSS dio una lección práctica de ocultamiento de lo que pasó en Chernóbil, de incompetencia en la gestión y de paranoia en todo lo relacionado con aquella crisis, donde lo vital era proteger al régimen, no a los súbditos que aplastaba. ¿Puede ser el coronavirus de Wuhan el equivalente a Cherrnóbil para el régimen chino? Es pronto para decirlo, pero estoy seguro que en no pocos gerifaltes comunistas de Beijing ese es el miedo que les domina, no el del virus y la enfermedad.

De hecho, los esfuerzos de hoy viernes del gobierno chino se centran en censurar los mensajes que en las redes sociales de aquel país alaban al doctor Li Wenliang, que se extienden con mayor velocidad, pero misma forma de funcionamiento que el virus infeccioso. Quizás, como alfeñiques que somos, tengamos que esperar varios años para que una plataforma produzca una serie, que sea alabada por todos los críticos, para que se reconozca el valor de Li, su heroísmo y su coraje frente a la enfermedad y la dictadura, pero de momento es poco probable que nada de ese reconocimiento se de en el resto de un mundo que cada vez depende, dependemos, más de China. Su figura debiera ser reconocida mundialmente, como símbolo de lo que es la ciencia médica y el deseo humano de libertad.

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