Durante
toda la tarde de ayer hubo mucha confusión sobre la muerte de Li Wenliang, médico
de la ciudad de Wuhan, que fue el primero en advertir, el 30 de diciembre de
2019, la existencia de una nueva enfermedad contagiosa de tipo neumónico que se
había desarrollado en aquella localidad. Suyas fueron las primeras advertencias
e intentos de cuidar a los enfermos, antes de que nadie pudiera imaginar lo que
ese brote iba a causar. Ayer salió la noticia de que había fallecido víctima de
esa enfermedad, pero luego fue desmentida por fuentes oficiales. Finalmente, la
mala noticia ha resultado ser cierta y Li ya cuenta como uno de los varios
cientos de fallecidos que ya deja el coronavirus de Wuhan.
La
figura de Li ejemplifica como pocas lo mejor del ser humano y algunas de sus más
oscuras facetas, encarnado lo primero en su persona y lo segundo en la actitud
del régimen al que Li y el resto de China vive sometida desde hace décadas. No
dudó en cumplir su deber y auxiliar a los enfermos, aunque no tuviera muy claro
qué tipo de enfermedad tenía delante ni los riesgos que podía llegar a asumir.
Tampoco dudó en saltarse el veto que las autoridades chinas imponen a toda
información y trató de avisar a todo el que pudo de algo que le parecía muy
grave. Y lo está siendo. A primeros de enero, gracias a Li, algunos ya vimos en
redes sociales noticias sobre una especie de nueva enfermedad que había surgido
en China de la que muy poco se sabía, y de la que ninguna fuente oficial
informaba, como siempre sucede en aquel país cuando algo no le gusta al régimen.
A medida que pasaron los días las noticias del brote iban creciendo y llegó un
momento en el que las autoridades ya no fueron capaces de ocultar que algo muy
serio estaba sucediendo en una ciudad de dimensiones gigantescas y de nombre,
Wuhan, desconocido para casi todos aquellos que vivimos fuera de ese imperio.
Los casos empezaron a crecer con fuerza, llegaron los primeros muertos, y con
ellos el poder omnímodo de un gobierno militarizado que empezó a imponer
cuarentenas por doquier con la intención de frenar un brote que hacía ya varios
días que se estaba expandiendo sin apenas medios de control, más allá de la
actitud de héroes como Li y otros desconocidos. Su muerte se produce cuando la
cifra de fallecidos alcanza los 657, la de contagiados los 30.812 y las curvas de crecimiento de ambas variables, como
pueden ver aquí, siguen rutas exponenciales que denotan descontrol. El
todopoderoso gobierno chino se enfrenta a un problema para el que las medidas
coercitivas que tan bien funcionan de cara a aplacar y someter el pensamiento
de la población bien poco pueden hacer frente a la capacidad de contagio de un
virus que no es monitorizable. El apagón informativo que desde Beijing se
quiere imponer a esta crisis busca controlar tanto el miedo de la población como
las quejas que surgen con cada vez más fuerza a medida que el brote se
extiende, los daños económicos empiezan a ser muy significativos y la sensación
es que el gobierno trató de ocultar al principio lo que pasaba para que, ante
la ausencia de noticias, el brote no fuera una de ellas. Vieja táctica
comunista, en general de todas las dictaduras, que suele funcionar ante
problemas localizados y menores, pero que fracasa ante situaciones que escapan
del clásico control humano, y las epidemias son una de ellas. Los accidentes nucleares
y la radioactividad es otra, y la URSS dio una lección práctica de ocultamiento
de lo que pasó en Chernóbil, de incompetencia en la gestión y de paranoia en
todo lo relacionado con aquella crisis, donde lo vital era proteger al régimen,
no a los súbditos que aplastaba. ¿Puede ser el coronavirus de Wuhan el
equivalente a Cherrnóbil para el régimen chino? Es pronto para decirlo, pero estoy
seguro que en no pocos gerifaltes comunistas de Beijing ese es el miedo que les
domina, no el del virus y la enfermedad.
De
hecho, los esfuerzos de hoy viernes del gobierno chino se centran en censurar
los mensajes que en las redes sociales de aquel país alaban al doctor Li Wenliang,
que se extienden con mayor velocidad, pero misma forma de funcionamiento que el
virus infeccioso. Quizás, como alfeñiques que somos, tengamos que esperar
varios años para que una plataforma produzca una serie, que sea alabada por
todos los críticos, para que se reconozca el valor de Li, su heroísmo y su coraje
frente a la enfermedad y la dictadura, pero de momento es poco probable que
nada de ese reconocimiento se de en el resto de un mundo que cada vez depende,
dependemos, más de China. Su figura debiera ser reconocida mundialmente, como símbolo
de lo que es la ciencia médica y el deseo humano de libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario