A
medida que el caso de pacientes detectados con coronavirus vaya creciendo el
impacto de los mismos disminuirá, siguiendo esa norma que hace que el ser
humano se acostumbre a la reiteración de los estímulos, y sus efectos
languidezcan. La alarma irá bajando de intensidad y el problema se absorberá
por parte de nuestro ya saturado sistema sanitario en forma de carga adicional
a los sacrificados trabajadores que en él se dejan la salud para atender a la
de los demás. Sin embargo, efectos que hasta ahora han sido orillados por la
urgencia médica irán adquiriendo dimensión propia, y muy relevante, y uno de
ellos es la economía.
¿Va
a generar el coronavirus una recesión económica? Tiene potencial para ello, y
cada vez que autoridades y organismos internacionales se empeñan en medir en
meras décimas los efectos que tienen cierres tan intensos como los que se viven
en China o en Italia me surge la necesidad de transformar esas migajas en
puntos enteros de PIB. No es la primera vez que modelos y organismos infravaloran
los efectos de un suceso de este tipo, y se debe en parte a la propia inercia
que poseen los modelos predictivos, que como grandes barcos mercantes, son buenos
para mantenerse en la tendencia y avanzarla, pero pillan mal los cambios de
rumbo, los puntos de inflexión, viran mucho más despacio que lo que lo hace la
realidad. Si China resta puntos de PIB a su crecimiento por todo este desastre,
si Italia entra en recesión y en España el turismo se ve afectado por el miedo
al coronavirus es materialmente imposible que el crecimiento global o el de la
UE permanezcan, por lo que es casi seguro que los datos reales de este trimestre
y los siguientes reflejen caídas pronunciadas en las curvas de muchas variables
macro. ¿Cómo responder ante ello? Enorme pregunta en un momento en el que la
deuda pública de los estados alcanza valores endemoniados y la eficacia de las
políticas monetarias, convencionales y no, está casi al límite de sus
posibilidades. Una opción psicodélica, hasta ahora mencionada sólo en manuales
teóricos y que ha sido tachada muchas veces de herejía, es la de usar el helicóptero
monetario. En el ejemplo clásico de Milton Friedman, muestra al responsable del
Banco Central de que se trate subido a un helicóptero sobrevolando la ciudad, y
arrojando billetes desde arriba, para que los ciudadanos que se encuentran en
el suelo los recojan y utilicen. Es, en definitiva, una inyección monetaria
directa. Herejía porque la política monetaria se circunscribe a variables
indirectas, como los tipos de interés y las compras de deuda, que modifican agregados
generales y afectan a agentes monetarios, principalmente bancarios, por lo que
la labor del que ejerce por parte del regulador monetario se hace a través de
palancas que generan efectos a medio plazo y en variables que no son las últimas
deseadas. Por ejemplo, si el consumo está desatado y eso hace subir la inflación,
el regulador sube los tipos de interés y con ello limita la oferta de crédito
de los bancos, por lo que el consumidor ve encarecida la oferta de préstamos,
se reduce su capacidad de demanda y frena su consumo, disminuyendo la presión
sobre los precios. En el argot monetario se denomina “mecanismos de transmisión”
a todas las relaciones que existen entre las variables que puede tocar el
regulador y las variables que le interesa modificar, principalmente precios, PIB
y empleo. Y una de las cosas que ha mostrado la crisis financiera de nuestra época
es que muchos de esos mecanismos de transmisión han dejado de funcionar. Por
eso principalmente los bancos centrales han tenido que recurrir a las medidas
llamadas “no convencionales” porque las de siempre se han mostrado no
operativas. Ahora que estas no convencionales han sido explotadas en
abundancia, ¿qué hacer si viene una crisis de verdad? ¿A qué recurrir? ¿Es lo
del helicóptero un disparate o una alternativa viable?
Como
casi todo lo imaginable puede llegar a suceder, Hong
Kong se dispone a experimentar con esta idea del helicóptero en versión moderna
y digital, y su gobierno ha anunciado una inyección de casi 1.200 euros a cada
uno de sus habitantes para compensar los efectos del coronavirus y la
crisis causada por las eternas manifestaciones en aquella ciudad. No es
exactamente la autoridad monetaria la que haría la transferencia, pero el
resultado sería el mismo, regar de dinero a los ciudadanos para que estos
gastaran y así la economía se espoleara, como respuesta al frenazo del
coronavirus. ¿Es posible que algo así llegue a suceder en nuestras naciones?
Suena utópico, pero visto lo visto nada es descartable. Como experimento, la
medida no tiene precio, y como transgresión a los manuales económicos, tampoco.
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