Durante
los cinco días transcurridos en Elorrio pocas novedades han sucedido en mi
entorno que merezcan comentario, pero aunque las hubiera, habrían resultado
aplastadas por la fiebre del coronavirus, que se extiende sin freno por los
medios de todo el mundo a medida que la epidemia crece en extensión e
intensidad. Resulta asombroso vivir en directo la creación de un fenómeno
noticioso global de semejante magnitud y velocidad, y comprobar cómo se recibe
en cada nación la llegada del virus, de los problemas a él asociados, y las
maneras de gestionar su propagación y efectos. Muchos sociólogos están ante un
experimento de valor incalculable.
En
España las cifras de la epidemia suben sin cesar, habiendo superado ya la
barrera de los doscientos y empezado a contabilizar los primeros fallecidos,
uno ayer en Bilbao y otro en Valencia, que murió hace ya bastantes semanas y
que se ha sabido, con un extraño retraso, que quizás fue el primer fallecido
por este brote que lo hizo fuera de China. A medida que los guarismos avanzan
el foco informativo empieza a abandonar a los nuevos infectados para centrarse
en los que están hospitalizados en la UCI y en el
personal médico, que está siendo uno de los más afectados, por estar situado en
primera línea de los potenciales contagios. La situación que se vive en el
País Vasco es inédita, con decenas de profesionales aislados en cuarentenas,
que no pueden ejercer su labor, dejando al sistema sanitario en una muy débil
posición. Este es uno de los factores más importantes, y con el que hasta ahora
casi nadie había contado, a la hora de luchar contra la enfermedad. Estamos
ante un virus que sí tiene similitudes con la gripe, pero que también es muy
distinto. Una de sus distinciones es que acaba degenerando en neumonías que
requieren hospitalización, y eso tensa muchísimo los sistemas sanitarios,
porque demanda camas, atención y profesionales en un grado muy elevado. Si a
eso le sumamos las indisposiciones médicas, las bajas y las cuarentenas, y los
problemas que en el día a día los profesionales sanitarios deben cubrir,
estamos ante una situación muy complicada, un auténtico test de stress de los
sistemas de salud, que se ejecuta no en una simulación informática o en una
tabla de Excel, sino sobre personas, colectivos e instituciones, que deben
tratar de afrontar un enorme reto. La profesionalidad de la gente que desempeña
esa labor es total, pero todos los medios son, por definición, finitos, y es
probable que nos enfrentemos a situaciones de escasez que serán paliadas de
mejor o peor manera. El hospital vitoriano de Txagorritxu es el primero que
afronta una crisis de recursos, y eso ha obligado al Gobierno Vasco a lanzar
convocatorias urgentes de personal para cubrir unas bajas que se expanden a
mayor velocidad que la del número de contagiados. También empieza a haber
escasez de personal en los equipos que acuden a casa ante llamadas sospechosas
de posibles casos, solicitando atención o la realización de pruebas que
determinen si son contagiados o no. Mientras que otros negocios se enfrentan a
paralizaciones o situaciones de caída de demanda, el sanitario se enfrenta a
uno de los momentos más complejos que imaginarse uno pueda. De cómo sea capaz
de afrontar esta situación dependerá, y no poco, la lucha de la sociedad contra
esta nueva enfermedad. Por eso los que opinan que un buen destino de este virus
es que se convierta en algo estacional como la gripe creo que no han calibrado
correctamente el efecto que esto puede suponer sobre los sistemas de salud, a los
que la gripe, cada año, somete a una soterrada tortura sin que se le preste
atención por parte de medio alguno.
En
Italia, principal foco de la enfermedad en Europa, y con la sensación de que el
brote no está controlado, se extienden las medidas de impacto, y desde hoy
todos los colegios y universidades del país estarán cerrados, en una decisión
que recuerda a aquellos relatos medievales en los que las pequeñas urbes se
cerraban ante el avance de las enfermedades, en medio del miedo de una población
que nada sabía sobre a qué se enfrentaba. Varios siglos después el avance médico
es espectacular, pero, nuevamente, la inmovilidad es el mejor remedio ante un
virus que no conoce fronteras, idiomas, barreras ni otras disquisiciones
humanas. Italia es ahora mismo un experimento en sí mismo, y su economía, otra
enferma camino de la UCI.
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