A
lo largo del día de ayer a muchos de los compañeros del complejo ministerial en
el que trabajo empezaron a recibir la orden de irse a casa y teletrabajar, algo
que es factible dado lo que desarrollamos en el día a día pero que,
técnicamente, no está preparado ni mucho menos para afrontar una situación como
la presente, con todos los puestos físicos abandonados. De momento, en mi
Ministerio (Hacienda) la orden es que los que tienen personas a su cargo, hijos
y ancianos principalmente, pueden pedir ausencias, permisos, trabajar desde
casa y cosas por el estilo, pero el resto debemos de seguir viniendo, por lo
que hasta que se ordene el cierre total del complejo, cosa que debiera haberse
hecho ya, seguiré viniendo.
Para
el resto de los días, de momento sólo mis fines de semana, y para toda la
semana en el caso de los que ya trabajan desde casa, comienza un encierro que
debe ser visto como una cuarentena autoimpuesta y como un ejercicio de
responsabilidad colectiva, aunque pueda ser molesto y e incordiante. Creo que
poco a poco muchos empiezan a asumir la gravedad de la situación a la que nos
enfrentamos, pero aún no son los suficientes. Las imágenes de un Madrid vacío
de trabajo contrastan con la de unas terrazas llenas, en las que el ocio se
dispara alimentado por chavales y jóvenes que carecen de clase y se han
encontrado con una veraniega semana de marzo. De nada sirve cerrar escuelas y
facultades para evitar el contagio del virus si luego esas personas se vuelven
a agrupar de manera masiva en lugares cerrados, en los que el virus puede
proliferar tanto como en las aulas. La enfermedad no distingue entre espacios,
sólo prefiere densidades apelotonadas de personas. Por eso, los reiterados
llamamientos a que todo el mundo se quede en casa durante estas jornadas y las
muchas que vienen no son una recomendación vacía, sino el más valioso consejo que
se puede dar. Se debe estar encerrados, saliendo sólo lo imprescindible, que en
esencia es ir a comprar comida y a la farmacia a por medicamentos para aquellos
que lo necesiten. Se puede salir a dar paseos pero en zonas en las que no haya
gente, en espacios abiertos, vacíos, sin contacto personal. El resto, vida
hogareña. Para muchos permanecer en casa es algo similar a una condena en vida,
acostumbrados a un ritmo social que hace de la calle el espacio habitual de
vida. Que se le caiga a uno la casa encima es una expresión habitual que resume
muy bien ese sentimiento de ahogo que experimentan los que no pueden quedarse
en el hogar nada más que lo imprescindible. Pues lo siento mucho, pero vienen días,
semanas, de autoenclaustramiento, de encierro, de vivir en el sofá, de no hacer
vida exterior. En el caso de los que tienen a los niños en casa esta situación
es similar a una condena, porque algunas jornadas son llevaderas, pero no tengo
dudas de que a partir de la segunda semana el ambiente se puede tornar tenso,
donde no hay cable atirantado que pueda igualar ese grado de tensión que se
alcanza tras convivir días y días con niños. No se cómo se soluciona eso. En mi
caso, que vivo sólo, el aislamiento es algo que no se me hace ajeno, porque
siempre que estoy en casa me encuentro en el vacío, pero aun así será un reto
pasar varios días encerrado cuando nos manden a todos a casa. Provisiones de
libros, y las ahora omnipresentes plataformas televisivas pueden ser la salvación
para muchos, aunque la creciente cancelación de eventos deportivos va a hacer
que muchos, que organizan su ocio alrededor del deporte, se encuentren aislados
frente al mando a distancia y unos canales de pago que no emiten nada de lo que
se supone que debían echar, y que para eso fueron contratados. Una alternativa,
como dicen algunos que les pasa a diario, es perder horas muertas en los menús
de las plataformas, que dicen que son oceánicos en su dimensión e inabarcables
en su catálogo.
Esta
apremiante recomendación de encerrarse en casa para todo el mundo se torna
exigencia para las personas mayores, área de riesgo evidente ante la crisis que
vivimos. Si usted tiene edad, por encima de los 65 – 70 años, no salga de casa
para nada. Repito. No salga de casa. Quédese ahí por tiempo indefinido. Si
necesita compras que alguien se las haga y deje en el rellano de su escalera, y
una vez marchado, abra usted su puerta y recójalo, pero no salga de ahí. No
interaccione con nadie. Es cruel saber que visitar a los mayores puede ser,
ahora mismo, lo más peligroso que se puede hacer para su salud, que es lo más
importante. Enciérrese con muchos libros, y no siga la evolución de la bolsa,
que le dará aún más dolores.
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