La vecina del cuarto
B del bloque que está en frente al mío vive sola. Tiene unas lámparas en el
salón que le otorgan una luz amarilla cálida frondosa y no se aprecia muchos en
ellas el reflejo del televisor que, seguramente, también, esté en esa habitación.
Aplaude de manera suave, melosa, con cadencia, siendo de las primeras en
empezar y de las últimas en acabar. Cuando el aplauso va concluyendo saluda con
los brazos a todos y manda besos. Al principio no mucho, ahora casi todos le
respondemos con un gesto similar, sabiendo que en otras veinticuatro horas nos
volveremos a saludar desde el mismo lugar.
Debajo suyo, en el
tercero B y D, viven parejas jóvenes, que son menos regulares en lo que hace a aplaudir
en su horario, algo remolones, pero que acaban saliendo y ejecutan palmas a una
frecuencia superior a la de su vecina de arriba. Los del B siempre se asoman
juntos a la ventana pero, curiosamente, los del D no. A veces salen uno junto
al otro en la ventana del salón, pero no son pocas las ocasiones en las que uno
aplaude desde la sala y otro lo hace desde la habitación que está pegada a ella
y su ventana. No se por qué, y me llama la atención. Aún no he logrado saber si
hay un patrón o días específicos en los que esto es así, pero sucede. Los de
los segundos pisos son el día y la noche. En el B una mujer sola se asoma al salón
y aplaude con normalidad, sin mucha cosa destacable, pero en el D reside un
misterio. Las persianas del salón están día y noche constantemente bajadas, del
todo, nunca se levantan, y cuando anochece se puede apreciar luz a través de
unas pocas rendijas que quedan abiertas en lo más alto, lo que me hace suponer
que alguien reside ahí, pero la persiana es inamovible y, si hay gente, no da
señales de vida. Quizás el piso esté vacío y todo sea fruto de un temporizador
instalado que enciende y apaga luces de vez en cuando para hacer como que hay
alguien en casa, pero lo cierto es que ese piso es un misterio. La persiana de
la habitación pegada al salón es completamente estanca, por lo que de ella no
sale luz a través de hueco alguno, así que, dado que esos pisos son idénticos
al mío, las dos ventana que dan a la calle permanecen cerradas a cal y canto
sin que se de síntoma externo alguno de vida. ¿Habrá alguien ahí? ¿Estará habitado?
Si así es, desde luego quien resida tiene experiencia en reclusiones y
confinamientos, y en vivir en la oscuridad. En el segundo piso hay familias con
niño, creo que niña en ambos casos. Normalmente los tres suelen salir en cada
ocasión, y las niñas son las que aplauden de manera más entusiasta, pegando
alguna vez algún grito de ánimo hacia sus padres y el resto de vecinos. De entre
todos los vecinos son estos dos los que, junto a la del cuarto D, tienen
pegados en los cristales de la ventana de la sala arco iris pintados a mano y
la leyenda “Todo saldrá bien”. El arco iris a buen seguro ha sido dibujado por
las niñas en el caso de los del primero, pero el resultado es igual de bien
hecho y divertido en los tres casos. Esas imágenes pegadas permaneces así
durante todo el día, y así creo que estarán durante todo lo que queda. La del
cuarto D añade un “Quédate en casa” a los lemas anteriores.
En el bajo, el
comportamiento es dispar, porque en el D creo que reside una pareja que suele
salir de manera regular, pero en el B vive un señor sólo que habitualmente fuma
asomado a la ventana a lo largo del día, pero que esporádicamente se anima a lo
del aplauso. Cuando lo hace es tardío, con un grado de indolencia elevado. Lo
hace como si quisiera que el golpe de las manos fuera lo suficientemente suave
como para que la ceniza del cigarrillo no se cayera al suelo. Ambos bajos
tienen rejas y eso complica que los que allí viven puedan sacar bien los brazos
para aplaudir. No hay carteles en sus ventanas.
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