miércoles, marzo 11, 2020

No acaparar


Escribió hace unos años Antonio Muñoz Molina un espléndido ensayo (que no es espléndido si lo escribe Muñoz Molina) titulado “Todo lo que era sólido” referido a los años que precedieron al derrumbe económico de 2008, en los que la riqueza aparente nos desbordaba, los castillos en el aire aparentaban solidez pétrea y el jolgorio social era tan ruidoso como la irresponsabilidad. Luego se vio que poco se puede construir en el aire, aunque haya nubes que posean forma almenada, y que el desplome arrastro formas de vida, pensamientos y, sobre todo, la sensación de seguridad que teníamos respecto a lo que considerábamos inmutable, que dejaba de serlo como por ensalmo.

Algo parecido está sucediendo con la evolución de la crisis del coronavirus. Lo que parecía lejano, ajeno, propio de otros continentes (y, aunque no se decía, de lugares atrasados) llegó hasta aquí, y nos ha costado muchos días, muy valiosos, pasar de la negación a las primeras medidas de respuesta, que se basan en la separación social para evitar la propagación descontrolada. No fue hasta ayer por la noche cuando se decidió suspender unas fallas valencianas que no debieron haber empezado nunca, y todo así. De esa falta de respuesta inicial obtendremos una mayor dificultad a la hora de contener el virus. Lo que sí se vio ayer ya con todo detalle es como el miedo ya ha pasado del ambiente a los bolsillos de los ciudadanos, y las colas ante los supermercados se sucedían, con personas entrando en orden y saliendo con carros cargados hasta los topes en previsión de una hambruna o un eterno aislamiento. Así son los comportamientos sociales; gregarios, irracionales, pendulares, actúan como corrientes de agua que, una vez rota la presa, se desmoronan río abajo, y resulta muy difícil nadar en contra de la corriente. Es normal que muchas familias compren más comida de lo habitual dado que, desde hoy, en Madrid y otras localidades tienen que dar de comer a sus hijos en casa, cosa que hasta ayer lo hacían los colegios, pero es absurdo acotar las existencias de pasta, arroz, geles desinfectantes o el místico papel de baño, dejando las estanterías de los supermercados tan vacías como el día de su primera instalación. Juan Roig, presidente de Mercadona, salió ayer ante los medios para transmitir un mensaje de tranquilidad, garantizar el abastecimiento y tratar de poner un poco de orden en medio del caos. Nadie niega que estamos viviendo una situación extraordinaria, eso es obvio, pero lanzarse en masa a arrasar el supermercado es, sencillamente, absurdo. No lo haga. No lo haga. Planifique una compra de medio y largo plazo en el que los productos perecederos sean los principales, tales como legumbres, pasta, arroz y demás, pero sin exageraciones, y piense que toda esa montaña de productos frescos que ha comprado caduca al poco, y que no va a durarle mucho en casa, donde probablemente no dispone de infraestructura para congelar. Me llegaron comentarios, que nunca sabe uno si son ciertos o no, de escenas de discusión en unas cajas de cobro saturadas, donde el personal vive unas avalanchas que ni en Navidad, y apenas puede controlar el flujo de personas y material. Se que es fácil decirlo, y sobre todo desde una posición de comodidad como la mía, que vivo sólo y que mi abastecimiento de comida se puede sostener con muy poca cosa, pero debemos conservar algo de calma y cabeza fría, mantener las medidas de higiene y separación física en la medida de lo posible, pero no actual de manera salvaje, en un comportamiento que sólo genera perjuicios, también en forma de aglomeraciones en las que los contagios se suceden. Piensen hasta diez antes de lanzarse a la carrera con el carrito de la compra, y traten de transmitir una sensación de racionalidad en su entorno en este aspecto.

Se está aludiendo mucho al comportamiento responsable de cada uno para poder capear esta crisis, y eso está bien, pero no basta ante situaciones sociales que están organizadas, como los espectáculos públicos, que debieran ser cancelados para evitar que sigan siendo focos de propagación, pero en la vida privada de cada uno esa responsabilidad es la dominante, y ahí nos jugamos parte de la lucha contra este virus. Las reglas de comportamiento social que en el día a día nos permiten coexistir sin agredirnos son finas, mucho más débiles de lo que podemos creer, y hay que tratar de mantenerlas en pie como sea. También en la cola del supermercado, también ahí.

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