Escribió
hace unos años Antonio Muñoz Molina un espléndido ensayo (que no es espléndido
si lo escribe Muñoz Molina) titulado “Todo lo que era sólido” referido a los
años que precedieron al derrumbe económico de 2008, en los que la riqueza
aparente nos desbordaba, los castillos en el aire aparentaban solidez pétrea y
el jolgorio social era tan ruidoso como la irresponsabilidad. Luego se vio que
poco se puede construir en el aire, aunque haya nubes que posean forma
almenada, y que el desplome arrastro formas de vida, pensamientos y, sobre todo,
la sensación de seguridad que teníamos respecto a lo que considerábamos
inmutable, que dejaba de serlo como por ensalmo.
Algo
parecido está sucediendo con la evolución de la crisis del coronavirus. Lo que
parecía lejano, ajeno, propio de otros continentes (y, aunque no se decía, de
lugares atrasados) llegó hasta aquí, y nos ha costado muchos días, muy
valiosos, pasar de la negación a las primeras medidas de respuesta, que se
basan en la separación social para evitar la propagación descontrolada. No fue
hasta ayer por la noche cuando se decidió suspender unas fallas valencianas que
no debieron haber empezado nunca, y todo así. De esa falta de respuesta inicial
obtendremos una mayor dificultad a la hora de contener el virus. Lo que sí se
vio ayer ya con todo detalle es como el miedo ya ha pasado del ambiente a los
bolsillos de los ciudadanos, y las colas ante los supermercados se sucedían,
con personas entrando en orden y saliendo con carros cargados hasta los topes
en previsión de una hambruna o un eterno aislamiento. Así son los
comportamientos sociales; gregarios, irracionales, pendulares, actúan como
corrientes de agua que, una vez rota la presa, se desmoronan río abajo, y
resulta muy difícil nadar en contra de la corriente. Es normal que muchas familias
compren más comida de lo habitual dado que, desde hoy, en Madrid y otras
localidades tienen que dar de comer a sus hijos en casa, cosa que hasta ayer lo
hacían los colegios, pero es absurdo acotar las existencias de pasta, arroz,
geles desinfectantes o el místico papel de baño, dejando las estanterías de los
supermercados tan vacías como el día de su primera instalación. Juan
Roig, presidente de Mercadona, salió ayer ante los medios para transmitir un
mensaje de tranquilidad, garantizar el abastecimiento y tratar de poner un
poco de orden en medio del caos. Nadie niega que estamos viviendo una situación
extraordinaria, eso es obvio, pero lanzarse en masa a arrasar el supermercado
es, sencillamente, absurdo. No lo haga. No lo haga. Planifique una compra de
medio y largo plazo en el que los productos perecederos sean los principales,
tales como legumbres, pasta, arroz y demás, pero sin exageraciones, y piense
que toda esa montaña de productos frescos que ha comprado caduca al poco, y que
no va a durarle mucho en casa, donde probablemente no dispone de
infraestructura para congelar. Me llegaron comentarios, que nunca sabe uno si
son ciertos o no, de escenas de discusión en unas cajas de cobro saturadas,
donde el personal vive unas avalanchas que ni en Navidad, y apenas puede
controlar el flujo de personas y material. Se que es fácil decirlo, y sobre
todo desde una posición de comodidad como la mía, que vivo sólo y que mi
abastecimiento de comida se puede sostener con muy poca cosa, pero debemos
conservar algo de calma y cabeza fría, mantener las medidas de higiene y
separación física en la medida de lo posible, pero no actual de manera salvaje,
en un comportamiento que sólo genera perjuicios, también en forma de
aglomeraciones en las que los contagios se suceden. Piensen hasta diez antes de
lanzarse a la carrera con el carrito de la compra, y traten de transmitir una
sensación de racionalidad en su entorno en este aspecto.
Se
está aludiendo mucho al comportamiento responsable de cada uno para poder
capear esta crisis, y eso está bien, pero no basta ante situaciones sociales
que están organizadas, como los espectáculos públicos, que debieran ser
cancelados para evitar que sigan siendo focos de propagación, pero en la vida
privada de cada uno esa responsabilidad es la dominante, y ahí nos jugamos
parte de la lucha contra este virus. Las reglas de comportamiento social que en
el día a día nos permiten coexistir sin agredirnos son finas, mucho más débiles
de lo que podemos creer, y hay que tratar de mantenerlas en pie como sea. También
en la cola del supermercado, también ahí.
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