No se si es correcto
el uso del término guerra para definir la situación en la que nos encontramos,
porque sí califica bien el esfuerzo, dolor y sacrificio que tenemos que hacer
todos, pero es impropio dado que frente a nosotros no se sitúa otro ejército
humano, otra nación, otros humanos a derrotar. El virus no conoce de conceptos,
ni de sociedades ni batallas. Sólo sabe autoreplicarse en los nuevos huéspedes
que encuentra por el camino. Por eso uno de los frentes de guerra más efectivos
es quedarse en casa, para que nonos localice, invada, y seamos cada uno de
nosotros su nueva punta de lanza.
Si hacemos uso de la
metáfora bélica, podemos decir que las residencias de ancianos se encuentran en
primera línea de ese frente de batalla, y que ahí las bajas están siendo
constantes y sangrantes. Día tras día aparecen residencias a lo largo del país
en las que el balance de su personal y, sobre todo, atendidos, se cuenta por
fallecidos. Dotadas de medios paliativos, las residencias no son hospitales ni
centros médicos, y su personal se dedica al cuidado y asistencia de quienes
allí están, pero no son profesionales de la medicina, y esta situación les
desborda por completo. Puede haber casos de mala praxis, como en todos los
sectores, que muestran luces y sombras, pero no tengo muchas dudas sobre el
comportamiento profesional de la mayoría de los profesionales que trabajan en
ese sector. Tampoco tengo demasiadas dudas sobre hasta qué punto están
abandonados en lo que hace a medios de protección para poder evitar la
propagación del virus, dado que los sanitarios, a los que más les urge
tenerlos, tampoco los poseen. Así, el virus ha encontrado un nicho muy propicio
para su propagación y, lamentablemente, un colectivo de personas, las mayores,
en las que los estragos que puede causar son inmensos. La declaraciones de hace
un par de días de la ministra de defensa sobre el descubrimiento por parte del
personal de la UME de cadáveres abandonados en algunas residencias a las que
los militares habían acudido a desinfectar ha sembrado una sospecha, que me
parece injusta y, sobre todo, el pánico entre los familiares de quienes allí se
encuentran. Recordemos que desde hace ya semanas esos familiares no pueden
contactar con los seres queridos que están en las residencias porque las
medidas de distanciamiento social con este sector empezaron antes que en el resto.
Familiares que, encerrados en sus casas como usted y yo, oyen estas noticias y
no encuentran la manera de saber si los suyos están afectados por casos de
negligencia, fatalidad o tienen la suerte de no estar infectados. La desazón puede
ser total. Urge a que desde todas las instancias y autoridades se aclare la
situación real en la que se encuentran todas las residencias de ancianos del
país, se realicen de manera masiva test a todos sus empleados y residentes, y
se dote al personal que trabaja en esos lugares de unas medidas de
autoprotección que eviten que se contagien y, también, puedan contagiar. Ahora
mismo, volviendo a la guerra, la batalla de las residencias se está perdiendo,
y eso cuesta vidas día a día.
Ayer eran los
hospitales, hoy las residencias, mañana… poco a poco los frentes en los que se
desarrolla la lucha se amplían y el balance con el que podemos contar se tuerce
sin cesar. El número de contagiados en estos centros antes mencionados crece de
manera exponencial, muy por encima de otros lugares, convirtiéndose en focos
expansivos del virus que, si no se controlan, pueden ser lugares de muy elevada
letalidad. Parece evidente que las administraciones están perdiendo el control
de algunos de estos frentes de lucha y que las armas con las que disponen para
batallar escasean. El balance de la guerra, a día de hoy, pinta muy oscuro.
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