miércoles, marzo 25, 2020

Las residencias de ancianos


No se si es correcto el uso del término guerra para definir la situación en la que nos encontramos, porque sí califica bien el esfuerzo, dolor y sacrificio que tenemos que hacer todos, pero es impropio dado que frente a nosotros no se sitúa otro ejército humano, otra nación, otros humanos a derrotar. El virus no conoce de conceptos, ni de sociedades ni batallas. Sólo sabe autoreplicarse en los nuevos huéspedes que encuentra por el camino. Por eso uno de los frentes de guerra más efectivos es quedarse en casa, para que nonos localice, invada, y seamos cada uno de nosotros su nueva punta de lanza.

Si hacemos uso de la metáfora bélica, podemos decir que las residencias de ancianos se encuentran en primera línea de ese frente de batalla, y que ahí las bajas están siendo constantes y sangrantes. Día tras día aparecen residencias a lo largo del país en las que el balance de su personal y, sobre todo, atendidos, se cuenta por fallecidos. Dotadas de medios paliativos, las residencias no son hospitales ni centros médicos, y su personal se dedica al cuidado y asistencia de quienes allí están, pero no son profesionales de la medicina, y esta situación les desborda por completo. Puede haber casos de mala praxis, como en todos los sectores, que muestran luces y sombras, pero no tengo muchas dudas sobre el comportamiento profesional de la mayoría de los profesionales que trabajan en ese sector. Tampoco tengo demasiadas dudas sobre hasta qué punto están abandonados en lo que hace a medios de protección para poder evitar la propagación del virus, dado que los sanitarios, a los que más les urge tenerlos, tampoco los poseen. Así, el virus ha encontrado un nicho muy propicio para su propagación y, lamentablemente, un colectivo de personas, las mayores, en las que los estragos que puede causar son inmensos. La declaraciones de hace un par de días de la ministra de defensa sobre el descubrimiento por parte del personal de la UME de cadáveres abandonados en algunas residencias a las que los militares habían acudido a desinfectar ha sembrado una sospecha, que me parece injusta y, sobre todo, el pánico entre los familiares de quienes allí se encuentran. Recordemos que desde hace ya semanas esos familiares no pueden contactar con los seres queridos que están en las residencias porque las medidas de distanciamiento social con este sector empezaron antes que en el resto. Familiares que, encerrados en sus casas como usted y yo, oyen estas noticias y no encuentran la manera de saber si los suyos están afectados por casos de negligencia, fatalidad o tienen la suerte de no estar infectados. La desazón puede ser total. Urge a que desde todas las instancias y autoridades se aclare la situación real en la que se encuentran todas las residencias de ancianos del país, se realicen de manera masiva test a todos sus empleados y residentes, y se dote al personal que trabaja en esos lugares de unas medidas de autoprotección que eviten que se contagien y, también, puedan contagiar. Ahora mismo, volviendo a la guerra, la batalla de las residencias se está perdiendo, y eso cuesta vidas día a día.

Ayer eran los hospitales, hoy las residencias, mañana… poco a poco los frentes en los que se desarrolla la lucha se amplían y el balance con el que podemos contar se tuerce sin cesar. El número de contagiados en estos centros antes mencionados crece de manera exponencial, muy por encima de otros lugares, convirtiéndose en focos expansivos del virus que, si no se controlan, pueden ser lugares de muy elevada letalidad. Parece evidente que las administraciones están perdiendo el control de algunos de estos frentes de lucha y que las armas con las que disponen para batallar escasean. El balance de la guerra, a día de hoy, pinta muy oscuro.

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