Ayer el Ibex se cayó
un 8% en otro día negro, en lo que no es sino un collar de perlas oscuras que
se suceden sin cesar. Y pudo ser peor, porque a media mañana la bajada era del
12% y se perdía el nivel de los 6.000 puntos, que al final se mantuvo. Es
melancólico pensar que hace apenas tres semanas y media el índice se situaba en
el entorno de 10.100 y con perspectivas de seguir subiendo en una coyuntura internacional
compleja pero que pintaba favorable. Por la tarde, el
Dow Jones, que empezó cayendo un 7% aceleró sus pérdidas desde a lo largo de
todo el día y acabó cayendo el 13%, el segundo mayor desplome de su historia.
¿Tiene sentido que
las bolsas sigan abiertas? Dado que hoy en día la operativa es electrónica los
mercados pueden funcionar estando todo el mundo en casa, por lo que su apertura
no viola la regla sanitaria que nos hemos impuesto, pero el comportamiento
habitualmente caótico de la bolsa se ha convertido, desde hace unos días, en un
espectáculo de pánico desatado en el que las cotizaciones se hunden sin
remedio, dejando a (casi) todos los operadores deshechos y con pérdidas inasumibles,
pérdidas que no dejan de crecer a medida que pasan los días, la crisis se
prolonga y nos hacemos a la idea de que la economía real va a quedar deshecha
tras el paso del coronavirus. La última vez que se suspendieron las
cotizaciones fue en 2001, con el atentado de las Torres Gemelas del 11S. El
bajo Manhattan, la sede de la bolsa de Nueva York, quedó convertido en un campo
de guerra y era físicamente imposible operar. Ahora, como si se tratase de un
ataque con una bomba de neutrones, todas las infraestructuras, bursátiles y no,
permanecen en perfecto estado, pero somos los humanos los que nos vemos
atacados por el virus y mostramos la vulnerabilidad que en su día exhibieron
estructuras y edificios. A medida que el cierre de naciones se propaga por todo
el mundo, de una manera desorganizada, los efectos económicos se extienden sin
cesar y el parón de la actividad va camino de ser global. Por ello, con una
economía que va a colapsar en los próximos días en España, que ya lo ha hecho
en Italia, y que lo hará en el resto de Europa y EEUU, que las bolsas sigan
abiertas no es algo que tenga mucho sentido. En España, el regulador, la CNMV,
ha prohibido las posiciones cortas, que es una forma de actuar en bolsa que
permite ganar dinero cuando los mercados bajan, en aras de buscar una cierta
estabilidad y contención en los desplomes, pero no ha hecho nada más, porque
entre otras cosas no puede. El Ibex funciona con el calendario europeo que
afecta a las bolsas del viejo continente, y debiera ser una decisión internacional
la que decretase el cierre, y la duración del mismo. Mientras tanto,
asistiremos a sesiones de rebote en las que algunos tratarán de rehacer sus
destrozadas carteras mientras que otros claudiquen del todo, seguidas de otras
sesiones en las que las caídas seguirán hasta que lleguen a un punto en el que
carezcan de sentido. ¿Cuál es ese punto? Ni idea. Hace una semana, con los
índices ya destruidos, parecía que los precios de compra eran muy atractivos, comparados
con los que existían en el pasado, no ya el de semanas, sino de años. Ver, por
ejemplo, a Telefónica, perdiendo los seis euros era un disparate y, a la vez,
una muy tentadora oportunidad de compra, y ni les cuento cuando se perdió el
nivel de los cinco euros, y así cada vez más bajo, más atractivo en precio,
mayor pérdida de los que entran a un determinado nivel. Ayer las “matildes”
cerraron a un ridículo precio de 3,68, que puede ser una excelente oportunidad
de compra, o carísimo en un par de días.
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