Reconozco
que me gusta mucho leer sobre cuestiones distópicas, o ver películas o series
al respecto, y no debo ser el único. Es una temática que tiene cierto éxito
desde hace tiempo, y que en los últimos años ha explotado, hasta adquirir un
cierto aspecto de burbuja. Quizás la aceleración de los tiempos que vivimos y
la sensación creciente de descontrol que ello implica nos haga buscar en
relatos de futuros alternativos la respuesta a dudas de nuestro presente. En
general, estos relatos son sombríos, nos muestran tras un fracaso, un error
provocado casi siempre por nosotros mismos, y nos llevan hasta vías y sociedades
que nos generan angustia. Luego miramos nuestra vida actual y nos sentimos
consolados. Quizás por eso tienen éxito.
Por
ello, resulta divertido pasar un tiempo en esos futuros imaginados pero no es
nada agradable sentir que, en tiempo real, la vida se adentra en un escenario
imaginado en el que la sociedad se derrumba, y eso mismo, o lo más parecido a
ello, es lo que ahora mismo se está viviendo en Italia. Los datos de la
epidemia de coronavirus en esa nación hermana son cada vez más alarmantes, con
miles de contagiados y un balance de fallecidos que ayer alcanzó los 366. Ante
esta situación, el gobierno de Roma ha adoptado medidas que sólo eran
imaginables, no factibles, y que china puso en vigor hace ya algunos meses en
la provincia de Hubei. El
decreto de la madrugada del domingo crea un área de exclusión que recoge la
zona más rica y próspera del país, la Lombardía, el Veneto y otras
provincias anexas, convirtiendo el sueño húmedo del movimiento nacionalista de
la Padania en una pesadilla social. Se trata de contener todo lo posible la
expansión de un virus que un primer cerco no ha logrado parar, entre otras
cosas porque todos pudimos ver que ese cerco no era tal, con personas entrando
y saliendo, y periodistas contándonoslo. Ahora parece que podemos estar ante un
escenario similar, pero a una escala mayor. Las crónicas que llegaban ayer
desde Italia hablaban de confinamiento, sí, pero recalcaban que trenes, aviones
y carreteras seguían permitiendo la comunicación entre esas áreas y el resto
del país, y que no eran pocos los que estaban aprovechando la confusión para
salir de la zona restringida y escapar hacia el sur, donde a buen seguro muchos
de ellos tienen familia. Si esto es así, la cuarentena impuesta desde Roma será
poco efectiva, como lo fue la pasada, y los focos se extenderán al resto de la
nación, cierto que con menor intensidad que si nos encontráramos ante un
escenario de libertad de movimientos, pero llegarán. Una de las lecciones que
nos ha dado el confinamiento chino es que, para ser efectivo, debe ser
carcelario. Los datos de la epidemia que llegan de la provincia de Hubei
muestran un aparente descenso de los datos, y empieza a verse como controlado
el brote, pero para ello ha sido necesario encerrar, en todos los sentidos del
término, a millones de habitantes en sus ciudades y bloquear por completo las
comunicaciones de las zonas infectadas con el resto del país. Este bloque puede
ser llevado a cabo plenamente bajo dos condiciones que China cumple. Una es la
de poseer un gobierno dictatorial, que ordena, ejecuta y manda sin oposición
alguna, y la otra es la de ser una sociedad colectiva, en la que la libertad
individual está sujeta a las necesidades del conjunto. Todo esto permite imponer,
y soportar, sacrificios enormes. En Europa carecemos de ambas características.
Nuestros gobiernos, democráticos, carecen de la fuerza necesaria para imponer
medidas propias de estados de guerra sin que las costuras políticas y legales
de los estados crujan, y nuestras sociedades se basan en ciudadanos libres e
iguales, poseedores de derechos. Como colectivo se pueden tolerar imposiciones
del gobierno, pero el caso italiano demuestra hasta qué punto resulta difícil,
si no imposible, imponer cierres por decreto de áreas pobladas en un país de
movimientos y economía libre. La lección de China sobre cómo ha controlado el
brote es difícilmente extrapolable a este lado del mundo, y eso debiera
preocuparnos, y mucho.
Para
Europa Italia es el canario en la mina, el país que va unos diez días por
delante del resto en el proceso de expansión del virus, y muestra el escenario
de pesadilla en el que podemos instalarnos en una semana o menos de seguir las
cifras como siguen. Alemania, Francia y, como no, España, muestran curvas
ascendentes de infectados y fallecidos que replican, con un decalaje temporal
preciso, lo que sucedió en Italia. ¿Estamos abocados a llegar a escenarios como
ese? Muy probablemente sí, y dependerá de la suerte y de cómo actuemos el que
podamos aplanar esas curvas de infectados y muertos. Sino su dinámica nos
explotará en las manos y sabemos lo que sucederá entonces. Sí, vivir distopías
es una pesadilla.
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