lunes, marzo 09, 2020

El norte de Italia, en cuarentena


Reconozco que me gusta mucho leer sobre cuestiones distópicas, o ver películas o series al respecto, y no debo ser el único. Es una temática que tiene cierto éxito desde hace tiempo, y que en los últimos años ha explotado, hasta adquirir un cierto aspecto de burbuja. Quizás la aceleración de los tiempos que vivimos y la sensación creciente de descontrol que ello implica nos haga buscar en relatos de futuros alternativos la respuesta a dudas de nuestro presente. En general, estos relatos son sombríos, nos muestran tras un fracaso, un error provocado casi siempre por nosotros mismos, y nos llevan hasta vías y sociedades que nos generan angustia. Luego miramos nuestra vida actual y nos sentimos consolados. Quizás por eso tienen éxito.

Por ello, resulta divertido pasar un tiempo en esos futuros imaginados pero no es nada agradable sentir que, en tiempo real, la vida se adentra en un escenario imaginado en el que la sociedad se derrumba, y eso mismo, o lo más parecido a ello, es lo que ahora mismo se está viviendo en Italia. Los datos de la epidemia de coronavirus en esa nación hermana son cada vez más alarmantes, con miles de contagiados y un balance de fallecidos que ayer alcanzó los 366. Ante esta situación, el gobierno de Roma ha adoptado medidas que sólo eran imaginables, no factibles, y que china puso en vigor hace ya algunos meses en la provincia de Hubei. El decreto de la madrugada del domingo crea un área de exclusión que recoge la zona más rica y próspera del país, la Lombardía, el Veneto y otras provincias anexas, convirtiendo el sueño húmedo del movimiento nacionalista de la Padania en una pesadilla social. Se trata de contener todo lo posible la expansión de un virus que un primer cerco no ha logrado parar, entre otras cosas porque todos pudimos ver que ese cerco no era tal, con personas entrando y saliendo, y periodistas contándonoslo. Ahora parece que podemos estar ante un escenario similar, pero a una escala mayor. Las crónicas que llegaban ayer desde Italia hablaban de confinamiento, sí, pero recalcaban que trenes, aviones y carreteras seguían permitiendo la comunicación entre esas áreas y el resto del país, y que no eran pocos los que estaban aprovechando la confusión para salir de la zona restringida y escapar hacia el sur, donde a buen seguro muchos de ellos tienen familia. Si esto es así, la cuarentena impuesta desde Roma será poco efectiva, como lo fue la pasada, y los focos se extenderán al resto de la nación, cierto que con menor intensidad que si nos encontráramos ante un escenario de libertad de movimientos, pero llegarán. Una de las lecciones que nos ha dado el confinamiento chino es que, para ser efectivo, debe ser carcelario. Los datos de la epidemia que llegan de la provincia de Hubei muestran un aparente descenso de los datos, y empieza a verse como controlado el brote, pero para ello ha sido necesario encerrar, en todos los sentidos del término, a millones de habitantes en sus ciudades y bloquear por completo las comunicaciones de las zonas infectadas con el resto del país. Este bloque puede ser llevado a cabo plenamente bajo dos condiciones que China cumple. Una es la de poseer un gobierno dictatorial, que ordena, ejecuta y manda sin oposición alguna, y la otra es la de ser una sociedad colectiva, en la que la libertad individual está sujeta a las necesidades del conjunto. Todo esto permite imponer, y soportar, sacrificios enormes. En Europa carecemos de ambas características. Nuestros gobiernos, democráticos, carecen de la fuerza necesaria para imponer medidas propias de estados de guerra sin que las costuras políticas y legales de los estados crujan, y nuestras sociedades se basan en ciudadanos libres e iguales, poseedores de derechos. Como colectivo se pueden tolerar imposiciones del gobierno, pero el caso italiano demuestra hasta qué punto resulta difícil, si no imposible, imponer cierres por decreto de áreas pobladas en un país de movimientos y economía libre. La lección de China sobre cómo ha controlado el brote es difícilmente extrapolable a este lado del mundo, y eso debiera preocuparnos, y mucho.

Para Europa Italia es el canario en la mina, el país que va unos diez días por delante del resto en el proceso de expansión del virus, y muestra el escenario de pesadilla en el que podemos instalarnos en una semana o menos de seguir las cifras como siguen. Alemania, Francia y, como no, España, muestran curvas ascendentes de infectados y fallecidos que replican, con un decalaje temporal preciso, lo que sucedió en Italia. ¿Estamos abocados a llegar a escenarios como ese? Muy probablemente sí, y dependerá de la suerte y de cómo actuemos el que podamos aplanar esas curvas de infectados y muertos. Sino su dinámica nos explotará en las manos y sabemos lo que sucederá entonces. Sí, vivir distopías es una pesadilla.

No hay comentarios: