El viernes por la
mañana empezaba a ser obvio que ese iba a ser el último día en el que íbamos a
estar en la oficina durante bastante tiempo, por lo que empezó un apresurado, nervioso
y caótico proceso de instauración del teletrabajo, en una organización que
apenas está preparada para ello en niveles que no sean directivos. Carreras,
prisas, nervios, imprevisión, voluntarismo, esfuerzos, con la intención de que,
al menos, todos los empleados pudiéramos conectarnos desde casa. Hoy se verá
hasta qué punto eso es posible, tanto en nuestro trabajo como en tantos otros.
Con al menos una
semana de retraso, el gobierno anunció el viernes que el sábado decretaría el
estado de alarma , en un movimiento que demuestra la absoluta bisoñez del
actual equipo de Moncloa porque, como ante una devaluación monetaria, estas son
medidas que se aplican unos minutos antes de anunciarlas. A lo largo del sábado
íbamos a saber en qué se concretaban estas medidas tras un consejo de ministros
extraordinario, que empezó a las diez y media y tenía prevista su rueda de
prensa a las dos de la tarde, pero ni a las tres ni a las cuatro ni a las ocho
compareció nadie, dando así rienda suelta a todo tipo de bulos, rumores,
intrigas y caos en unas redes que ardían en medio del silencio de Moncloa. El
enfrentamiento entre las dos patas del gobierno, la de PSOE y Podemos, se pudo
manifestar en toda su crudeza, como así señalaban muchos medios, y es que
si los afines al gobierno señalaban que hubo “divisiones y debate” pueden
imaginarse los tacos que se lanzaron sobre esa mesa. La misma presencia de Pablo
Iglesias, que debía estar en cuarentena, en la reunión de los ministros, lanzó
un nefasto mensaje. ¿Cómo el gobierno pide a la población que mantenga
cuarentenas y protocolos si el vicepresidente del mismo no es capaz de hacerlo?
A mi entender, la crisis del gobierno es plena, y pase lo que pase con esta
crisis, el equipo que rige en Moncloa está roto, lo admita o no. La
comparecencia que realizó Sánchez a las nueve de la noche le salvó la cara,
porque en contenido y formas, se ajustaba al momento de extrema gravedad que
vivimos. Serio, con una aire presidenciable, expuso los puntos que desarrollan
el decreto del estado de alarma, que entraría en vigor pocas horas después, y
trató de detallar el contenido de cada uno de esos puntos de una manera
comprensible, aunque sea realmente imposible que una norma recoja de este tipo
recoja todos los supuestos a los que afecta. La decisión de que sólo ministros
del PSOE (sanidad, defensa, interior y Movilidad) sean los responsables de la
gestión de la crisis en todo el país señala que no hay confianza alguna en el
equipo de Podemos por parte del presidente. Cierto es que es más seguro estar
en manos, pongamos, de Margarita Robles que en las de Pablo Iglesias, por lo
que apruebo la decisión. Las preguntas telemáticas que se hicieron después de
su comparecencia se centraron tanto en las medidas del estado de emergencia
como en la imagen de crisis que había dado el gabinete. A las primeras Sánchez
contestó como pudo y supo, a las segundas, simplemente, las eludió. El balance
político de la jornada dejó un saldo favorable para la figura del propio
Sánchez, pero muy negativo para la imagen del gobierno de coalición, que
naufragó. La decisión de dejar para mañana martes las medidas económicas que
permitan, ay que ilusión, paliar la tremenda crisis que se nos viene encima
demuestra que la batalla entre las dos caras del ejecutivo está siendo dura y
cruel, y que es de esperar cualquier cosa al respecto.
En fin, con este
panorama político de cierto naufragio es como afrontamos el tercer día de
cuarentena desde unos hogares de los que no debemos salir. El número de
contagios sigue subiendo y el recluirnos todo en casa es una medida muy
necesaria que, lo siento, sólo empezará a generar efectos a partir de unas dos
o tres semanas, cuando los infectados que surjan sólo sean los que se
contagiaron hasta este pasado sábado. A partir de hoy empiezan semanas en las
que da igual que sea lunes o sábado, o martes o viernes. Todos serán una repetición
de sí mismos, y todos, todos, todos, en casa, viéndolo.
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