Las cifras de la
epidemia de coronavirus en España siguen creciendo, y acumulando cadáveres de
una manera insoportable, a un ritmo de algo más de ochocientos al día. Por
encontrar una luz de esperanza en medio de todo el desastre, se aprecia un
descenso en el ritmo de crecimiento tanto en los infectados como en los
fallecidos, lo que puede indicar que el famoso pico de la curva puede estar
cerca. Puede que si esto es así sea esta semana la que nos dé el máximo de
ambas variables, lo que indicaría que hemos recorrido el primero de los muchos
pasos que quedan para dejar esto atrás. No es poco, pero sólo es un primer
paso.
De mientras, el gobierno
se abrasa en sus contradicciones y luchas internas. Lo que se diseñó como un
gabinete para el marketing y la imagen, que tarde o temprano iba a degenerar en
luchas entre las almas socialdemócratas y comunistas, ha estallado en el caos
ante una crisis devastadora, capaz de llevarse al más sólido de los gobiernos
por delante. Ayer volvimos a vivir un nuevo ejemplo de improvisación, dudas,
incertidumbres y despropósitos al respecto de la medida de ampliación del
confinamiento. Al igual que en Italia (sigan lo que pasa allí, es lo que sucede
aquí una semana después) Sánchez decidió el sábado parar todas las actividades
esenciales, para lo que celebró ayer un consejo de ministros extraordinario en
el que se aprobaría el real decreto que recogiera esta medida y, sobre todo, el
listado de actividades que estaban sujetas a la necesidad de seguir trabajando,
decretándose para todas las demás un permiso retributivo recuperable, lo que es
una manera de decir que son vacaciones pagadas ahora que luego tendrás que
devolver en forma de horas extras no pagadas a la empresa. La medida busca
parar por completo la actividad del país, y estaba siento reclamada por algunas
voces, sociales y políticas, sobre todo porque no se veían claras las
consecuencias del trajín que sectores como el de la construcción tenían en el
mantenimiento de cierto grado de contagio. Bien, una vez tomada la decisión el
sábado, lo lógico es que, tras la rueda de prensa del consejo de ministros, el
BOE publicase el decreto y, con el listado allí recogido, las empresas
empezasen a prepararse para el cierre. Pues no, nada de eso. En la tarde de
ayer, de larga luz por el cambio horario, nada se publicaba en el medio
oficial. Las seis, las siete, las ocho, los aplausos, y el BOE seguía mudo. El
silencio del caos. Empezaron a surgir rumores sobre, otra vez, un duro
enfrentamiento entre los podemitas y los socialistas sobre hasta dónde extender
ese cierre empresarial, y con la noche caída y el BOE en silencio esos rumores
fueron clamor. Ciertos medios de comunicación, los que con este gobierno actúan
como correa de transmisión de sus dictados, tuvieron ayer algunos de sus
momentos más vergonzosos que imaginarse uno pueda, siendo agraciados con
filtraciones del decreto que resultaron ser incompletas y obligados a desdecir
sus tuits en los que, como el resto de medios, reflejaban la batalla que, caída
la noche, se vivía en el desgobierno de Moncloa. Y, de mientras, miles de
empresas y millones de trabajadores seguían sin saber si tendrían que ir a
trabajar o no. La sensación de improvisación y de estar superados por la
realidad ya la emite todo el ejecutivo a cada paso vacilante que da.
Poco antes de las doce de la
noche el BOE publicaba, por fin, el decreto, que incluye una
disposición adicional segunda en la que se detalla una moratoria para el día de
hoy, moratoria de la que el gobierno jamás habló en todo el fin de semana
por parte de ninguno de sus portavoces, presidente incluido. Hoy algunos irán a
trabajar sin saber claro si mañana tendrán que hacerlo o no, y con pequeñas
industrias habiendo improvisados soluciones para quedarse en casa,
deshaciéndolas y teniendo hoy una duda más que sumar al millón de
incertidumbres que les atenaza por completo y ya no nubla, sino que sume su
futuro en una noche muy oscura.
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