El
coronavirus lo está ocultando todo, y el resto de noticias languidecen, salvo
una, la del vertedero de Zaldíbar, que seguiría opacada aunque la epidemia no
existiera, porque los dos trabajadores enterrados importan a poco más que sus
familias. Han tenido la desgracia de morir en el oasis del PNV y PSE, y eso les
convierte en molestia, no en noticia. Si se encontrasen bajo toneladas de
residuos ilegales en otra comunidad, a buen seguro que tendríamos especiales de
televisión al rojo candente siguiendo los trabajos de rescate y denuncias a
tutiplén sobre lo ilegal de la empresa en la que se dejaron la vida.
Tranquilos, nada de eso sucederá, sigan circulando.
Una
de las noticias grandes que ha quedado sepultada es la de las primarias demócratas
en EEUU. El día 3 fue el supermartes, en el que votaron un grupo enorme de
estados y se decantó un tercio de los compromisarios que elegirán al candidato presidencial.
Se esperaba que esta cita aclarase las cosas en un partido que presentaba una
alarmante inflación de candidatos, y así ha sido. De los cinco grandes
competidores que quedaban, tres han dejado de serlo tras lo sucedido en esa
jornada. El primero en abandonar fue el joven Pete Buttigieg, para alivio de
todos los periodistas audiovisuales, que no se hacían con la pronunciación de
su apellido. Lo dejó justo antes del martes, tras los resultados de Carolina
del Sur. Tras un inicio muy potente, Buttigieg comprobó que la polarización de
alternativas le perjudicaba y que, quisiera o no, esta elección se va a
decantar entre septuagenarios, por lo que optó por retirarse y, supongo,
esperar cuatro años para consolidar su figura en el país y demandar el cambio
generacional que tendrá lugar, sí o sí, en 2024. Justo tras el supermartes
abandonó Michael Bloomberg, candidato de perfil moderado, millonario hasta
decir basta, que arriesgó toda su campaña al resultado de ese gran día, que
derrochó millones de su bolsillo como nunca se ha visto y que cosechó un
resultado tan desastroso que quedó claro que su candidatura no iba a ir a
ninguna parte. Se estima en quinientos millones de dólares el dinero gastado,
dilapidado, por Bloomberg en lo que sin duda ya es el mayor ejercicio de
derroche vacío de la historia de la política norteamericana, lo que casi
equivale decir a la mundial. Decidió presentarse cuando el resto de candidatos
ya estaban lanzados, sin gran experiencia política salvo sus años de alcalde en
Nueva York, y obsesionado por derrotar a Trump. Su figura mediática ha salido
golpeada tras este fracaso y quizás, en el futuro, hacerse un Bloomberg se
convierta en una frase hecha para expresar el derroche masivo que conduce a la
nada, gastar y gastar para nada tener. Ayer, tras sus escasos resultados, se
retiró Elisabeth Warren, senadora, de las más preparadas del partido, que se
encontraba cada vez en una posición más incómoda porque su discurso, sin ser
tan radical como el del Sanders, no cuadraba con el discurso moderado del resto
de candidatos. Era la única mujer que quedaba con opciones tras el descarte de
Klobuchar y en su despedida hizo referencia a que la campaña va a ser entre
hombres para disputar la presidencia a un hombre. Tras las bajas, parece claro
que la disputa se va a dar entre los dos candidatos que más recorrido tienen y
que presentan dos caras opuestas del partido, el radicalismo que se vende como
socialista de Sanders y el pragmatismo que se vende como gobierno de Biden.
Biden ha estado en el principio de este proceso con un pie en la tumba
electoral tras los desastres cosechados en Iowa y Nevada, pero ha sabido
aguantar y salió
como el claro ganador del supermartes, con un resultado excelente. La
renuncia de candidatos moderados ayuda a sus expectativas, dado que ahora él es
la figura que todo ese votante puede acoger como menos mala. Los demócratas
tienen el reto de escoger entre el candidato radical que enamora a sus
desatadas bases, Sanders, o un candidato que no emociona mucho al electorado
demócrata pero que puede ser el único con opciones reales frente a Trump. Nuevamente,
la elección debe ser la de alguien que maximice las opciones de victoria, no de
quien encandile a los forofos. Por eso es probable que Biden sea el escogido.
Sea
cual sea el candidato, a día de hoy las opciones que posee de ganar a Trump el
próximo 3 de noviembre son escasas, empezando porque lo normal es que un
presidente sea reelegido. ¿Quién puede derrotar a Trump? A día de hoy sólo uan
recesión económica podría tumbar sus aspiraciones de renovación, y aquí vuelve
a entrar en escena el coronavirus y sus efectos. Brama Trump contra la FED para
que regale el dinero y, así, compre tiempo hasta noviembre, para mantener el
ciclo de crecimiento que se alarga hasta el infinito en EEUU. De no mediar
crisis económica lo más previsible es que sea Biden el que lea el discurso de
derrota demócrata en la noche del primer martes de noviembre, pero ya ven la
actualidad, cada día es más imprevisible (salvo en Zaldíbar, claro).
No hay comentarios:
Publicar un comentario