miércoles, marzo 18, 2020

Los días iguales


Hace un par de años Ana Ribera, bloguera, escritora, profesional de medios de comunicación, escribió un buen libro titulado “Los días iguales” en el que narraba su lucha contra la depresión, mal que sufrió durante varios años. Admite que, pese a superarlo, se ha convertido en una exdepresiva, alguien que siempre tiene el miedo de que las sombras vuelvan, de que el mal que la aquejó regrese, y que por ello su curación nunca es completa. Vive en permanente guardia, un trocito de su mente se mantiene día y noche ojo avizor controlando que “eso” no aparezca. Y en ese caso, correr para actuar lo antes posible. El libro merece mucho la pena.

Me he acordado de él estos días tanto por lo que cuenta como por la inevitable sensación de igualdad de los días, que se han convertido en reiteraciones de sí mismos sin fin. Hasta hace una semana cada día tenía su afán, por usar una expresión algo apolillada pero certera. Entre semana el trabajo igualaba a los cinco días  laborales, pero entre ellos se colaban actividades, cursos, tareas específicas, que obligaban a llevar una agenda. El martes he quedado con no se quién, el viernes tenemos entradas para esa obra de teatro, no te olvides…. Y así citas constantes que salpicaban los calendarios. Y no les cuento nada de la gente que trabaja a turnos, que tiene días locos de trabajo o de ocio que no concuerdan con la rutina del establecido fin de semana, o de los autónomos, cuyo fin de semana es muchas veces una prolongación de los días laborables. Todo ese ajetreo hacía distinguibles las fechas, y todo eso se ha perdido de repente, como otras tantas cosas. Hoy es miércoles, pero podía ser sábado o viernes, qué más da. Para los profesionales de la sanidad, seguridad, abastecimiento y resto de sectores que están trabajando por y para todos no hay ya día de descanso, sus jornadas son eternas y les da igual que sea “laborable” o “festivo” distinción que ya no entienden. Para los que teletrabajamos los días laborables siguen siéndolo, pero de una manera muy distinta, porque más allá de la rutina de la pantalla con aplicaciones laborales que arrancamos cada mañana no hay nada que nos diga si estamos en una jornada o en otra, nada nos separa los días que, como un bucle, se van repitiendo a medida que los contemplamos desde la habitación de casa en la que trabajamos o pasamos el rato, siendo muchas veces la misma esa habitación. Las rutinas, algunas autoimpuestas, otras forzadas, que antes acompañaban el pasar del tiempo han sido deshechas por obra y gracia de la epidemia, y nos encontramos ante una vida en la que el vacío de sentido es mucho mayor que antes si cabe. En su libro Ana señalaba que este era precisamente uno de los síntomas que mejor representaban lo que estaba viviendo, la sensación de repetición vacía de las fechas, que cada jornada no representase absolutamente nada, y que en ella levantarse, ir a trabajar y volver a casa los días laborables, o no hacerlo los días festivos, diera absolutamente igual. La dejadez en la que uno cae en estas situaciones resulta aprisionante, paradójicamente no por la imposición externa, sino por la inexistencia de alternativas. Combatir a ese vacío es uno de los mayores retos posibles, y sabemos que enfrentarse al vacío, a un mal que no vemos, es uno de los mayores retos posibles. Eso, que también pasa con los virus, que no detectamos, sucede también con la depresión y otros padecimientos mentales.

En cada casa en la que vamos a pasar todos estos días que quedan y vendrán, tendremos que luchar para que estos vacíos se llenen, tengan algo de sentido, se diferencien entre ellos. Nos veremos obligados a imponer rutinas para que un día sea distinguible, su nombre nos diga algo y no sea sólo uno más. Cada uno creará las suyas, las que prefiera, pero acabarán surgiendo a medida que el confinamiento se extienda, y eso, como señalaba Ana en su libro, será un arma efectiva para luchar contra el mal, no en este caso el del virus, pero sí el de la sensación de encierro que, poco a poco, irá creciendo en nosotros. Luchemos para que cada día sea distinto.

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