A
medida que las naciones toman medidas, en unas actuaciones que aparentan estar
completamente descoordinadas, asistimos en directo a la voladura de las
estructuras sociales y económicas que dan sentido a nuestra vida y le otorgan
sus características. El coronavirus se extiende sin que nada parezca frenarlo
de manera efectiva, y sólo el aislamiento absoluto, el régimen monástico
medieval puede frenarlo. Y eso, que es antinatural para nuestra mente moderna,
es lo que está destrozando las ilusiones y sentimientos de una población
global, que ve como el reloj lleva unos cuantos días girando en sentido
contrario y nos está trasladando a un pasado de siglos oscuros, del que leíamos
cosas con misterio y aprensión, y que ahora está aquí.
La
decisión de Trump de ayer de suspender los viajes con la Europa Continental
es la última medida de aislamiento. La penúltima la tomó también ayer por la
noche el
gobierno italiano, cuando decidió cerrar el país por completo y determinar que
sólo farmacias y tiendas de alimentación se mantuvieran abiertas. Italia ya
es la Florencia de la peste de la que huían los protagonistas del Decamerón de
Bocaccio, y su realidad es la que nos espera al resto, empezando por los
españoles, en un plazo no de semanas, sino de días. Es probable que entre hoy y
el fin de semana el gobierno decrete cierres parciales o totales del país,
amparado en la declaración oficial del estado de emergencia, alarma o de alguna
figura similar. Italia es ahora mismo una nación paralizada, con una economía
detenida que no va a ninguna parte y una sociedad estabulada, que debe permanecer
en casa sin hacer mucha cosa esperando a que el tiempo y el aislamiento sean
los que impidan la propagación del virus. Nuevamente el remedio medieval es el
único que parece ser efectivo para luchar contra la pandemia. Mi consejo,
querido lector, es que vaya asimilando que lo que viven los italianos ahora
mismo es lo que se va a producir aquí dentro de pocas jornadas. Asombra ver el
paralelismo que se da entre ese país y el nuestro en la evolución de los
acontecimientos y en el decalaje de los mismos. Allí también mucha gente
festejó, de manera absolutamente irresponsable, el que los colegios y
universidades se cerrasen, organizando fiestas, llenando terrazas y bares, y
viajando sin freno por el país desde los lugares en los que se encuentran los centros
de estudio a los de residencia habitual de los estudiantes, en un ejercicio de
irresponsabilidad propagadora del virus digno de estudio. En España hemos visto
exactamente lo mismo, la misma falta de cordura, el alucinante festejo
colectivo que llena locales de ocio nocturno como si estuviéramos en una
recreación del verano, con botellones por doquier. Visto con distancia, parece
la fiesta que organizan un grupo de incautos desesperados antes de ser
capturados por el enemigo. El mundo se desconecta, se sume en sombras de temor
e incertidumbre, y algunos siguen pensando que esto no va con ellos. Sin la
responsabilidad social adecuada, las decisiones que tomen las administraciones,
más o menos acertadas, serán poco útiles. Veíamos con risa y sensación de
extrañeza que China decretase el aislamiento en grandes ciudades y pensábamos
que eso sucedía en otro mundo, en otro planeta, en un lugar en el que no nos
afectaba nada. Y ahora ya está aquí, y seguimos pensando que no va con
nosotros. Y la situación no es mejor en otras naciones, porque tanto Reino
Unido como otros países nórdicos siguen sin adoptar las mínimas medidas de
bloqueo necesarias para tratar de que el escenario de pandemia, que les
alcanzará inevitablemente, o haga a un ritmo más moderado, digerible por el
sistema de salud y las costuras de la sociedad. De poco sirven los ejemplos de
los adelantados y los avisos de los vigías, los barcos siguen estrellándose en
los arrecifes.
¿Cuánto
tiempo puede aguantar una sociedad moderna una situación como esta? ¿Qué sucede
cuando la economía se para por completo y la actividad llega casi a cero? ¿Cómo
afrontar una parálisis no ya de la nación, sino de las vidas, durante un tiempo
prolongado? Nadie tiene las respuestas a este maldito experimento que estamos
viviendo, pero a buen seguro las iremos conociendo a medida que nos adentremos
más y más en él, con el deseo absoluto de que nada de esto hubiera pasado
nunca, y con la certeza de que, tras ello, el mundo no será como lo hemos
conocido hasta ahora.
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