Indicaba la previsión
que podía nevar en Madrid, y por lo que veo a estas horas de la mañana, llueve
con ganas en mi barrio pero, si ha nevado a lo largo de la madrugada, no ha
llegado a cuajar, porque no hay rastro alguno de manchas blancas que se puedan
distinguir, aunque cierto es que la oscuridad lo llena todo. En situaciones como
las que estamos la nieves sería un bonito espectáculo para ver desde la
ventana, pero poco más, y el gran peligro que supone para el tráfico rodado
disminuiría notablemente dado que apenas hay tráfico en nuestras calles y
carreteras.
Lograr acertar con la
previsión de nieve en Madrid es muy similar a hacerlo con la curva de
infectados y mortandad del coronavirus, dado que se requiere conocimiento,
experiencia y suerte, mucha suerte. La nieve requiere condiciones muy
especiales de humedad y temperatura que es difícil que coincidan en esta
ciudad, donde ya sabemos que la lluvia en sí misma es un evento traicionero, a
veces tan esquivo como deseado, que casi nunca se presenta con la regularidad y
necesidad debida. Casi siempre las previsiones de nieve se suelen ir al traste porque
hay medio grado más de lo debido o cosas por el estilo, diferencias de
temperaturas realmente mínimas, que son las que marcan la diferencia entre ver
copos o la lluvia habitual. Lo normal en Madrid es que, en invierno, se
alcancen sin problemas las temperaturas necesarias para que nieve, pero con un
cielo radiante y luminoso, por lo que no precipita nada, salvo la ilusión de
los meteorólogos, que cae sin remedio. Realmente ver nevadas en Madrid es un acontecimiento
no habitual y que tiene algo de memorable cuando se produce. Con las curvas
epidémicas pasa un poco lo mismo. Saben los expertos que todas las curvas
flexionan y vuelven a un valor cero, y que tienen una forma más o menos
empinada, y que cuanto más empinada es esa curva más infectados y muertos hay.
Los modelos matemáticos que se usan para simular el efecto en la población,
llamados SIR (acrónimo de Susceptibles, Infectados y recuperados) usan una
serie de parámetros sobre la tasa de contagio de la enfermedad, la probabilidad
de morir por ella y similares, y puestos en marcha generan una serie de datos que
se modelan en forma de curvas, de tal manera que se sabe lo que puede pasar si
no se hace nada. Para aplanar estas curvas, es decid, salvar vidas, la
respuesta más obvia es doble. O se utiliza un medicamento que impida que la
población infectada muera o se impide el contacto social para que los
infectados no contagien a más susceptibles no infectados para que de esa manera
haya menos enfermos. Del modelo matemático de infección a seguir los datos
reales del coronavirus hay una distancia similar al modelo meteorológico que
dice que hoy nevará a 600 metros de altitud y el contemplar desde la ventana si
lo hace o no. Los parámetros que miden la expansión del coronavirus no son del
todo conocidos, empezando por su tasa de mortalidad, que es menor de la que
vemos en España o Italia, cercana al 8% respecto a los casos detectados, pero bastante
mayor que la de una gripe normal, que es del entorno del 0,16%. Los parámetros
del modelo epidemiológico se están ajustando a medida que vemos datos y las
curvas se crean ante nuestros ojos a cada valor que conocemos.
¿En qué situación
de la curva estamos? Parece, dicho con
todas las reservas del mundo, que hemos alcanzado el techo en lo que hace al
número de infectados diario, lo que indicaría que las medidas de
aislamiento social ya están teniendo efectos reales, y hay una cierta
estabilización en el número de fallecidos, en el entorno sangrante de los
ochocientos muertos diarios. SI esto fuera así debiéramos empezar a ver un
descenso progresivo de los decesos en los próximos días en una situación que nos
ofreciera, por fin, una primera sensación de control de la crisis en la que nos
encontramos. Ojalá sea así, recen a todo lo que conozcan para ello. Ese es el
primer paso de los muchos que hacen falta para acabar con la pesadilla. Y no, a
las 07:35 llueve, pero no nieva en mi barrio.
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