miércoles, abril 01, 2020

Una crisis planetaria


Una de las cosas que más impresionan de lo que estamos viviendo es que nos encontramos ante una crisis planetaria, global en el más profundo de sus sentidos. No es un problema de un país, un continente o un grupo parcial de población, no, sino algo que afecta a todos los países y sociedades, sean cuales sean sus vivencias, preferencias o estados vitales. Ve uno el telediario un día de estos y se da cuenta del problemón, profundo y enorme, al que todos nos enfrentamos, y resulta agobiante pensar que cientos de millones de personas estamos encerrados en nuestras casas a la espera de que las curvas de cada nación bajen. Agobiante a la par que asombroso.

De hecho esta situación, generada en un mundo y economías globalizadas, está consiguiendo romper los enlaces que permitían desarrollar la misma globalización que, durante décadas, ha transformado nuestra existencia, de una manera progresiva y profunda. Nada hay más global que una pandemia que se origina en un remoto mercado de una desconocida e inmensa ciudad china y que en apenas tres meses hace que en, pongamos, Ohio, se decrete el confinamiento de la población en su casa. La globalización, como todo, posee ventajas e inconvenientes. Hasta ahora, pese a las críticas de los agoreros, hemos disfrutado mucho más de sus ventajas, y no es la menor que cientos de millones de personas de naciones de Asia o África hayan salido de la pobreza gracias al desarrollo económico de sus naciones, pese a que desde occidente se vea mucho más el efecto de desindustrialización y de pérdida relativa de poder que hemos sufrido. Ahora, con el virus, vemos una de las caras oscuras del proceso global, en el que no sólo se comparten beneficios, sino también riesgos, y estos pueden ser tan intensos y profundos como los primeros. Me gusta comparar el fenómeno global con el de una cordada, esa formación de montañeros que realizan la escalada a un pico atados con una cuerda unos a otros. El objeto de atarse es el de aumentar la seguridad de cada uno de los individuos del grupo. Así, si uno de ellos resbala en el ascenso y cae el resto unidos soporta su peso e impide que el montañero muera, por lo que la unión permite que cada uno se responsabilice del resto y así todos de todos. La ganancia es mutua. Pero este sistema de escalada también tiene sus riesgos. Imaginemos que la cordada avanza en fila india por una montaña nevada y se produce un desprendimiento de nieve que arrastra a un grupo de los escaladores. Si el resto no es capaz de cortar la cuerda a toda velocidad es muy probable que todo el grupo de alpinistas sea arrastrado por aquellos que se vieron atrapados por el desprendimiento, de tal manera que el riesgo de unos resulta el de todos, y la pérdida de algunos de los miembros puede convertirse en la destrucción de todo el grupo. Y es que asociarse, unirse, supone compartir ventajas e inconvenientes. En el caso de la avalancha sólo el cortar la cuerda podría permitir a algunos de los montañeros salvarse y, en su caso, tratar luego de rescatar al resto de compañeros. Si los lazos no se cortan a tiempo, el arrastre puede llegar a ser inevitable.

Ante el virus, los países han ido adoptando estrategias que han sido al final casi idénticas unas a otras, pero a velocidad lenta, permitiendo que la avalancha les pille cuando aún no habían cortado del todo la cuerda, y viéndose al final arrastrados a la caída de la infección y mortalidad. Ahora todos estamos sepultados bajo la nieve de la avalancha que se nos vino encima, y con las cuerdas que nos unían cortadas o, en todo caso, muy debilitadas. En este escenario, que parece el peor de los posibles, cunde el miedo entre cada una de las naciones y la tentación de actuar por libre, lo que puede agravar los problemas globales e individuales. Deberemos aprender mucho de todo esto pero, también, reconstruir las cuerdas ahora rotas.

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