Nadie tiene ni idea
ni de cuándo ni cómo será la próxima edición de la feria del libro. En la
pasada, uno de los pabellones institucionales estaba decorado con textos
alusivos al placer e importancia de la lectura, y uno de ellos, entresacado del
diario de Ana Frank, decía así; “las personas libres jamás podrán concebir lo
que los libros significan para quienes vivimos encerradas”. Por motivos mucho
más crueles de los que ahora vivimos, Ana pasó gran parte de su vida sometida a
una reclusión voluntaria, buscando huir de un virus tan letales como el nazismo
o el antisemitismo, que al final fueron los que acabaron con su breve y
brillante vida.
Hoy es 23 de abril,
el día del libro más anómalo y, sí, triste, que uno pudiera imaginar. Lucirán
desangeladas las ramblas de una Barcelona en la que no habrá puestos a la venta
ni firmas de autores ni rosas que portar. En todas partes las librerías
permanecerán cerradas y sus ventas serán prácticamente nulas, más allá de los
pocos ejemplares que se soliciten por internet en un momento en el que la
compra cultural es, para muchos, una prioridad muy lejana. No se realizará el
acto anual de entrega del premio Cervantes en Alcalá, y el poete Joan Margarit,
el galardonado de este año, no recibirá en persona y en público el homenaje
debido. No se iniciará la lectura pública del Quijote en el Instituto Cervantes
y tantos y tantos actos modestos que se celebrarían en toda España, y otras
naciones, serán convertidos en nada. Las redes, como lo llevan haciendo desde
que comenzó la pesadilla, tratarán de suplir estas ausencias con iniciativas de
interés pero que no pueden sino dejar claro el vacío que supone para un mundo
que gira en torno a un soporte físico la imposibilidad de acceder a él. El
negocio de la venta de libros, que siempre está en precario en tiempos de mudanza
tecnológica y de preferencias de ocio del público, se enfrenta a uno de los
mayores retos que imaginarse pudiera y, como otros tantos sectores productivos,
teme que no pueda salir de esta. Muchas librerías pequeñas sobreviven gracias a
las ventas y promociones de un día como el de hoy, y en el caso de Madrid de la
mencionada feria del libro, y está claro que sin esas fuentes de ingreso no serán
pocas las que se vean abocadas a cerrar, ahogadas en deudas e incapaces de
remontar cuando, no está claro, la nueva normalidad regrese a nuestras vidas. En
paralelo está de moda que todas las videoconferencias que se hacen desde casa
por parte de todos aquellos que son entrevistados en los medios en este tiempo
de encierro tengan de fondo estantes con libros, que siempre quedan muy bien,
estantes que uno confía en que sean ciertos, no sólo un decorado, y que de paso
sean de libros leídos, no como esos de las tiendas de Ikea, rellenos de libros
sobrantes de ediciones suecas que sirven de atrezo para ver qué tal queda el
mueble del salón cuando está lleno de ejemplares. Como en tantas ocasiones, el
postureo visual se vuelve victorioso frente al sentido y placer de la lectura y
se presume muchas veces de lo que nada se practica. Los autores viven este
confinamiento sin tanta extrañeza personal, porque su profesión requiere
reclusión, aislamiento social, y ahora muchos podemos saber lo que siente un
escritor que pasa horas y horas en el hogar para realizar su trabajo. No es
agradable, es sacrificado, es duro, y el resultado es incierto, tanto por si
realmente habrá fruto tras horas de concentración como por la calidad real de
ese fruto, porque dice la injusta realidad que el éxito de un autor es el
conseguido por el último trabajo que presenta, no por los anteriores. Cada vez
que un nuevo libro sale a la venta, el autor se la juega, y las ventas pasadas,
que pueden ayudar, no garantizan ventas futuras.
Por eso no me gusta
ese movimiento que triunfa en estos días de forzada y necesaria reclusión que
asocia la literatura, y otras artes, a un mero entretenimiento que debe ser
ofrecido al, en este caso, lector, de manera gratuita e ilimitada. Crear
cuesta, el creador tiene que poder vivir de ello para seguir creando, como cada
uno de nosotros con nuestra labor diaria. Y hoy serán casi nulos los libros que
se vayan a vender y los ingresos que los escritores y editoriales reciban.
Cuando se pueda volver a las librerías, a las que sobrevivan, ¿las llenaremos? ¿compraremos
libros pendientes, que se quedaron a la espera antes de “esto”?. Solo así
homenajearemos de verdad al libro y a quienes lo hacen posible. Leamos,
fomentemos la lectura, hagamos que el libro y quienes su ecosistema conforman puedan
sobrevivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario