Cada mañana, a eso de
las 11:30, se hacen públicas las cifras de nuevos infectados y fallecidos fruto
de esta maldita pandemia, y algo después, a veces poco, a veces mucho, tiene
lugar la comparecencia del comité de seguimiento de la crisis en el que
predomina la seriedad uniformada, para detallar esas cifras y dar cuenta de lo
que las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado y los militares han hecho
contra el virus y para mantener el confinamiento decretado en el estado de alerta.
Lo más importante de esa comparecencia es lo que se produce justo al principio,
cuando se oficializan las cifras de los caídos, y se pone número a la tragedia.
Esas cifras se dicen
rápidamente, pero son enormes en todos los sentidos en los que uno quiera
imaginar. Estabilizados en el rango de los seiscientos a ochocientos muertos
diarios, equivalen a un balance militar, a los saldos que generaría cualquier
batalla normal de una guerra del siglo XX. Es una salvajada. Me asombra que nos
hayamos acostumbrado en semanas a recitar cifras de cientos de muertos con una
naturalidad pasmosa, como si fueran un mero balance circunstancial, y huyamos
de la su dimensión. En un año normal en España mueren unas tres mil personas en
accidentes de tráfico, y eso es lo que en cuatro días mata esta enfermedad. En
poco más de cinco días de pandemia se supera el número de suicidios anual de
todo el país, y así todo. Cada día esos cientos de muertos equivalen a la población
de muchos municipios españoles, y si los comparásemos con los que se encuentran
en la España vacía supondría el equivalente a despoblar comarcas enteras. Son
un balance desolador que se suma jornada a jornada en una cuenta que ya alcanza
los 13.000 fallecidos y que no va a hacer otra cosa que aumentar, todos
deseamos que a un menor ritmo, pero que no va a dejar de sumar muertos a una
cifra desoladora. Algunas proyecciones matemáticas señalan que España no bajará
de los 20.000 – 22.000 muertos, y si se fijan no estamos muy lejos de esas
cifras, de hecho cada día un poco menos, cifras que son el equivalente a
poblaciones de tamaño medio en muchas provincias y de grandes pueblos en otras
en las que la demografía ya ha sido cruel en el pasado. Y lo peor es que esas
cifras recuentan vidas. Nos olvidamos de ello en todo momento, apenas lo
recuerdan los medios de comunicación, quizás porque no queramos recordarlo,
pero cada uno de esos cientos de muertos son vidas que se apagan, vidas que se
extinguen y dejan vidas colgadas en este mundo, agujeros que aparecen en
familias que se van extendiendo a lo largo y ancho de nuestra geografía,
transformando su solidez en una especie de colador, granulado en sus
perforaciones. Cada día son más las familias afectadas por la pérdida de un ser
querido y esas pérdidas se acercan más a otras familias, y cada vez resulta más
fácil que el dolor ajeno llegue hasta nuestro círculo íntimo. Los memes de coña
por el confinamiento van disminuyendo y poco a poco los mensajes de “se ha
muerto un familiar de no se quién” van a más, donde seguimos sin conocer al
fallecido pero ya sí ponemos rostro a “no se quién” y su dolor empieza a ser un
poquito el nuestro. Y poco a poco los agujeros vitales crean una red de
pérdidas que embarga a más y más personas, y las vidas se unen en un dolor
silencioso que no se puede expresar porque ni enterrar es posible debido al
riesgo de contagio. Este desastre que vivimos es, sobre todo, el de la muerte,
el de la pérdida de vidas de personas, el de los fallecidos y sus allegados. A
veces no lo vemos así, no lo queremos ver, pero así es.
Quiere la casualidad
de las fechas que mañana sea Jueves Santo y festivo, iniciando los días grandes
de una Semana Santa que este año es tan absurda como todo lo demás. Conmemorar
la pasión y muerte de Jesús en medio de una catarata de fallecimientos es algo
que no se ha visto nunca, y que otorga un sentido extraños a estas jornadas,
alguno diría incluso que un sinsentido. El Domingo de resurrección, el día más
importante del año para un cristiano, la jornada que transforma el evangelio de
ética a religión, pasará en silencio, sólo alterado por el balance diario de
fallecidos de las 11:30, y sin alborozo alguno. Ni santa ni semana es la de
este año.
El siguiente artículo
del blog será el lunes 13.Cuídense mucho.
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