jueves, abril 16, 2020

Trump, el CIS y la mentira


Las instituciones, sean o no gobierno, no pertenecen a ningún partido político, n se encuentran a su servicio, sino que son de la nación, de los ciudadanos que la componen, y es a su servicio al que están. Las instituciones permuten que la democracia funcione de manera efectiva, mal o bien, mejor o peor, pero que exista. Si las instituciones se convierten en herramienta de partido, tomada al asalto, se vuelven inútiles como tales, se vician, y lo que es peor, destruyen el tejido democrático que les da sentido. Se corrompen en el sentido más profundo del término y no son nada más que carcasas vacías, formas huecas, falsas representaciones. Están podridas.

Esta crisis del coronavirus ofrece varios ejemplos de cómo una institución puede ser debilitada hasta el extremo por parte de los políticos que, con un usufructo temporal de la misma gracias a su victoria electoral, usan de las mismas para su beneficio propio. El ejemplo más absoluto, brillante y salvaje es el de la presidencia de los EEUU, en manos desde hace cuatro años de un personaje como Trump, que encarna casi todos los valores negativos que uno pueda imaginarse. A lo largo de los pocos meses que llevamos de crisis sanitaria Trump ha mostrado ante la misma el mismo comportamiento que ha llevado a cabo con todos los problemas que han pasado por delante de su mesa. Su único objetivo es él mismo, su supervivencia política, y nada más importa, sea aliados internacionales, acuerdos comerciales, derechos civiles y, por supuesto, la vida de sus compatriotas, cosa que le trae bastante al pairo. Fue uno de los negacionistas de la enfermedad, minimizándola por completo hasta hace apenas unas semanas, negando que fuera grave, y haciendo declaraciones que sonrojaban por su grado de altanería en las que afirmaba que el virus se iría en primavera como un milagro y que no era más que una gripe común cuando en Italia ya morían a decenas cada día. Cuando la situación empezó a ponerse fea, hace apenas unas semanas, Trump ordenó el cierre de fronteras pero seguía con el discurso de minimizar el problema y asegurar que la economía era prioritaria, y que no se podía cerrar el país ante algo tan nimio como esto. Mientras sus asesores científicos asistían a las ruedas de prensa con cara de desear ser tragados por un agujero negro, Trump soltaba discursos vacíos de inconsciencia absoluta. Cuando las muertes se dispararon en Nueva York y el gobernador del estado, Andrew Como, se convirtió en la voz de la sensatez ante la ciudadanía asustada Trump viró, de un día para otro, recomendando el aislamiento personal, pero sin decretar el cierre federal del país. Ahora, con las muertes disparadas en el país y el desempleo creciendo a pasos agigantados, Trump vuelve a mentir, y empieza a relatar una historia sobre las miles de víctimas que se han salvado gracias a las medidas que él tomó a tiempo, historia que no sólo es falsa, sino también cruel. A su estilo pendenciero, Trump empieza a señalar en otros a culpables de su propia inutilidad, para salvarse como sea ante el desastre, cosa que es lo único que le ha preocupado a lo largo del mandato y es lo que le obsesiona ahora mismo. Trump, con su actitud, ha destrozado gran parte del prestigio de esa institución denominada “presidencia de los EEUU”, o de una manera figurada, ha manchado la Casa Blanca con su actuación. Su paso en el poder será temporal, renueve mandato o no, pero el daño que ha hecho a la imagen de su país y a la honorabilidad de sus instituciones será mucho más duradero y peligroso.

A escala, cada uno desde el poder trata, con las herramientas que tiene a su alcance, de hacer manipulaciones similares para salvar su imagen. En España, el gobierno de Sánchez cogió un CIS que estaba siempre cuestionado por la oposición de turno y lo ha convertido en una baronía más al servicio del PSOE, destruyendo por completo la fiabilidad de sus pronósticos y las series históricas, y todo para loar la figura del presidente y su actitud. El de ayer fue el último ejemplo, quizás el más intenso, de la bochornosa manipulación de esta pobre institución. Si un partido en el gobierno retuitea sin cesar porcentajes sesgados a la búlgara de lo que el encuestador del gobierno ha cocinado hasta agotar toda la levadura posible nada más hace falta añadir sobre el descrédito total en el que ha caído el cocinero y su restaurante.

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