martes, abril 07, 2020

Boris Johnson en la UCI

Ayer por la noche, tras pasar su primer día hospitalizado, Boris Johnson fue ingresado en la UCI del hospital St Thomas de Londres, que si no me falla la memoria está en la orilla sur del Támesis, casi en frente a las casas del parlamento de Westminster. Johnson hizo público su positivo hace más de una semana y desde entonces permanecía en aislamiento domiciliario, grabando cada día unos vídeos en los que relataba sus medidas ante la crisis y mostraba un creciente mal estado, en forma de ojeras, voz ronca y pelambrera aún más despeinada si cabe.

Cuando empezó esta crisis y las cifra en Italia y España empezaban a ser demoledoras Johnson optó por una vía alternativa para luchar contra la pandemia que fue muy comentada en su momento. Asesorado por algunos científicos locales, y buscando mantener en lo posible la viabilidad de la economía británica durante un máximo tiempo, optó por la teoría de la inmunidad de grupo. Le comentaron, y esto es verdad, que la mayor parte de los que sufren la enfermedad son asintomáticos o leves, por lo que puedes dejar que esta se extienda entre la población que la va a sufrir con menores efectos, manteniendo a los grupos de riesgo, principalmente los mayores, a resguardo, de tal manera que cuando la mayor parte de la población pase la enfermedad y ya no pueda transmitirla se convertirán en barrera e impedirán que el virus ataque a los que le puede suponer un riesgo mayor. Digamos, si todos los hijos y nietos de un abuelo pasan el virus y se recuperan, tras ello pueden estar junto al abuelo sin riesgo de contagiarle, y ese grupo de curados es lo que defiende al abuelo de ser infectado. No suena mal, y de hecho es el principio en el que se basa la vacunación, dado que si un elevado porcentaje de la población está vacunada se convierte en no transmisores del virus y actúa como si estuviera “recluido” de cara a impedir contagios. El problema que tiene esta teoría ante una enfermedad nueva como la que vivimos es que debe luchar contra el miedo que lo desconocido impone al conjunto de la sociedad y requiere una enorme disciplina social para llevarla a cabo, tanto en lo que hace a la separación de los grupos de riesgo como a la asunción de las posibles bajas que se produzcan entre la población catalogada como no de riesgo, donde ese “no” es relativo. Sociedades pequeñas y disciplinadas pueden llevar a cabo experimentos de este tipo. Pendemos en una isla como Islandia, con apenas trescientos mil habitantes, allí es posible actuar de una manera diferente y buscar esa inmunidad de grupo si se detecta la expansión del virus, pero plantear eso en los países europeos, con millones de personas, y poseedores de urbes como Londres, con nueve millones de habitantes, es prácticamente imposible. A medida que nosotros nos adentrábamos en el agujero negro de la epidemia Johnson seguía fiel a su teoría y el Reino Unido era atrapado por la infección de manera silenciosa, como lo han sido el resto de los países. Las restricciones de movilidad allí eran escasas y todo se basaba en recomendaciones y consejos que apelaban a una responsabilidad social que, en la práctica, es difícil de ejecutar si no se impone.

A resueltas de todo esto, Reino Unido perdió un par de semana de ventaja en la expansión del virus, las que llevaba respecto a nosotros, al igual que nosotros las perdimos respecto a Italia. Si cuando España cerró se hubieran cerrado las islas es casi seguro que su mortalidad hubiera sido mucho más baja, pero no se hizo. Transcurrido el tiempo de rigor, y ante modelos que cifraban las víctimas estimadas en varios de miles, Johnson dio un volantazo en su estrategia y apostó por el confinamiento duro, como todos los demás. Y no muchos días después comunicó que estaba enfermo. Desde aquí, como para todos los que padecen este mal, mi deseo de pronta recuperación. Todo esto es una constante fuente de dolor, en todas partes.

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