Empieza hoy la
séptima semana de confinamiento general, el día cuarenta y tres que pasamos en
casa con motivo de la pesadilla de la pandemia, y
llega con la novedad, ya experimentada ayer, de que los niños pueden salir a la
calle, siguiendo la regla de los tres unos. A una distancia de un kilómetro
de casa, durante una hora al día, y acompañados de un adulto. Los pisos en los
que conviven familias con hijos han sido durante todos estos días tremendas
ollas a presión, leoneras en las que era casi imposible mantener la cordura en
medio de una convivencia apretujada, ruidosa, desordenada y casi imposible de
sostener. Era necesario dar una válvula de escape a esa situación.
La polémica que
muestran hoy muchos medios es hasta qué punto el experimento de la salida
infantil de ayer funcionó, como demo de lo que puede ser la futura salida
deportiva de los adultos a partir del sábado que viene y el creciente
relajamiento de otras medidas en semanas sucesivas. Los datos conocidos de la
epidemia, más allá de la polémica de cómo se cuentan las distintas variables (que
no se me olvide un día de estos hablar de ello) muestran una tendencia
positiva, lo que quiere decir, sobre todo, que el distanciamiento social
forzado por el confinamiento ha sido efectivo para parar el virus, de tal
manera que, asintomáticos o no, casi todos los que estamos en casa desde hace
semanas no tenemos la enfermedad. Eso es el freno más efectivo para los
contagios y la mejor manera de evitar una segunda ola en la curva, sin que
sepamos a priori cómo se comportará el virus en verano. Y es evidente que la
regla de la distancia social entre las personas va a ser, cada vez más, la
principal medida de precaución que debamos implantar para mantener los
contagios a raya. Si nos relajamos en este aspecto, suponiendo capacidad de
contagio constante del virus, es probable que vuelvan a surgir focos de
contagio gracias a asintomáticos que son casi indetectables, y los nuevos focos
se pueden expandir de una manera descontrolada, y volveríamos no al principio
de la enfermedad, pero si a un nuevo punto de escalada de las variables
negativas. ¿Sería tirar por la borda el esfuerzo colectivo logrado durante
estas semanas de encierro? En parte sí, y eso sería muy grave. Ayer había
escenas en los medios que no eran representación del comportamiento general de
la población, pero sí que mostraban aglomeraciones y concentraciones de
personas que no estaban tomándose en serio esa distancia social. Cierto es que
al aire libre el riesgo de contagio es menor que en espacios cerrados, pero
debemos tener muy claro que ese riesgo no es nulo si nos cruzamos muy cerca de
alguien, y con paseos y jardines como los que se mostraron ayer empezamos a
jugar a peligrosas loterías de contagio. Reitero, creo que no eran escenas
representativas, me da la sensación de que la mayor parte de la población actuó
de manera responsable y teniendo muy grabada en la mente la situación en la que
estamos y los riesgos que se corren en caso de no comportarse como es debido,
pero a medida que pasen los días, y futuras medidas de relajamiento del
confinamiento se vayan dando, la responsabilidad de lo que suceda con los
contagios irá basculando progresivamente del gobierno y del sistema sanitario a
la sociedad en su conjunto, a cada uno de nosotros, que con nuestras actitudes
contribuiremos, o no, a que el virus siga confinado y se agote. Debemos tener esto
muy claro, y se que es difícil llevarlo a cabo, pero si no lo hacemos así será
muy difícil evitar nuevas oleadas en el futuro, de intensidad difícil de
determinar.
Me da que esta es la
principal diferencia que nos separa frente a las sociedades asiáticas,
poseedoras de una enorme disciplina colectiva, que ante situaciones como las
presentes supone una ventaja enorme. Esa disciplinan es fruto de siglos de
gestión social alternativa a la nuestra, y de la presencia de estados
autoritarios mucho más coercitivos de lo que somos capaces de imaginar, pero lo
cierto es que existe, y que la libertad individual, tal y como la conocemos en
occidente, ni se estila ni, hasta cierto punto, se extiende. Prefiero una y mil
veces nuestro sistema social, pero debemos reflexionar cómo adaptarlo, cada uno
de nosotros, a esta nueva realidad, hasta que un tratamiento o vacuna nos
permita vencer para siempre al virus.
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