Creo que mucho
seguimos sin ser conscientes de lo que significan las cifras de muertos que
diariamente escuchamos y analizamos, fallecidos a causa de este maldito virus
que todo lo ha trastocado. Cientos de personas, de vidas individuales, de lazos
comunes, que se rompen para siempre, y llenan de dolor familias, crean vacíos a
su alrededor. Ni política ni socialmente estamos a la altura del duelo que se
está creando en nuestra sociedad, del trauma que todo esto supone, y del daño
que genera tanta muerte, muerte que, además, sabemos que no puede ser honrada
como es debido, por el riesgo de contagio. Estamos fallando. Mucho.
Hay días en los que
alguno de esos cientos de fallecidos tiene un nombre conocido por todos, y ese
fue el caso de ayer, en
el que José María Calleja se unió a la enorme lista de víctimas de esta
pesadilla. Periodista, con sólo 64 años, llevaba Calleja en el hospital
desde finales de marzo, y finalmente no ha podido superar la enfermedad. Su
vida es la de un referente moral en medio de la podredumbre. Calleja desarrolló
su primera parte de la carrera profesional en el País Vasco, de donde era
originario, en medios como la ETB, presentando uno de sus telediarios, los “teleberris”
durante varios años, tratando de llevar una línea editorial abierta y
comprometida con la verdad de la noticia, algo difícil en tiempos como los
actuales de sectarismo y de bulos a favor y en contra del gobierno, pero que se
ve como un jardín d apacibles margaritas frente a una sociedad como la vasca,
atenazada por la amenaza etarra en su máxima expresión, con asesinatos
frecuentes y con exhibiciones de matonismo en todo momento. Calleja, al que el
régimen franquista persiguió, sabía que los etarras eran el reverso de la
moneda dictatorial ya caía, vestidos de otros ropajes. Eran los intolerantes
que, armados, trataban de secuestrar la libertad, y volver a instaurar una
dictadura, esta vez en nombre de no se qué otros falsos valores. Nunca dudó de
su convicción en defensa de la verdad frente a los que tratan de aplastarla, y
eso le costó gran parte de su carrera profesional y a punto estuvo de suponerle
la muerte por parte de los terroristas. Amenazado constantemente, bien se
encargó el poder político nacionalista vasco de purgarle de los medios locales
públicos, buscando su ostracismo mientras que los mafiosos ensuciaban las paredes
con carteles insultándole, pero pinchaba el fanatismo en hueso. Calleja era
valiente, no se callaba, sabía lo que tenía delante y lo denunciaba. Fue de los
primeros periodistas que se sacudió el yugo separatista y no dejó nunca de
denunciar ni a la mafia etarra ni a los que, con mejores o peores formas, se beneficiaban
de ella. Activo como pocos, estuvo en el germen de numerosos colectivos como el
Foro de Ermua o Basta Ya, y sus artículos eran siempre un testimonio de
valentía ante el terrorismo, ante aquello que está más allá de la ideología y que
debe unir a todo demócrata en su contra. Obligado a abandonar el País Vasco si
quería garantizar su vida, a sabiendas entre otras cosas de lo poco que iba a
ser defendida por quienes tenían la obligación legal de hacerlo, residía desde
hace varios años en Madrid y colaboraba en medios de todo tipo. Era un
periodista conocido y seguido por muchos.
Poseedor de una
ideología socialdemócrata que no ocultaba, era un tertuliano que defendía sus
posiciones con firmeza, pero siempre con educación, nunca cayendo en el
sectarismo, al bronca, el grito, el argumentario político que hoy en día
atenaza a casi todos los periodistas que viven a la sombra de unas siglas de las
que esperan agradecimiento. No ha podido con el maldito coronavirus, pero sí
venció al mal del nacionalismo, una de esas enfermedades que matan a las
personas desde tiempo inmemorial y ante la que parece que no se logra encontrar
vacuna. Calleja la halló en la libertad, en el pensamiento, en la lectura, en
la búsqueda de la verdad y en la defensa del débil frente al violento. Era un
referente. Su pérdida es dolorosa. DEP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario