viernes, abril 17, 2020

Torpezas en el supermercado


Soy torpe, lo se. Suelo decir muchas veces para mi mismo, a veces también en público, que tengo ciertas cualidades para temas que son útiles en, por ejemplo, el trabajo, pero casi ninguna para las cosas normales de la vida que el común hace sin pensar y con plena naturalidad, y que para mi son retos inalcanzables. Además, he conseguido montarme una vida en la que no las echo en falta, lo que no se si es mérito o simple necesidad de supervivencia teniendo en cuenta mis limitaciones. La frase de “no saber freír ni un huevo” es algo que se me puede aplicar literal y metafóricamente hasta quizás ni se imaginen ustedes dónde.

El supermercado es uno de esos lugares en los que estoy muy desubicado, mucho de lo que allí existe no representa nada para mi. Voy por obligación, por necesidad, pero sin gusto alguno, con ganas de hacer rápido lo que tengo por delante y salir cuanto antes posible. Es un tiempo que hay que gastar en algo necesario, de manera forzada. Es coste. En estos tiempos de confinamiento es casi el único lugar al que acudo de manera regular, una vez a la semana. Llevo el carro de la compra y vuelvo con él medio lleno, tampoco en exceso, con las provisiones necesarias para sobrevivir otros siete días. Con las necesidades higiénicas que el coronavirus ha impuesto la compra se ha complicado para mi, porque es obligatorio el uso de guantes, que se entregan a la entrada del establecimiento. Alabo y reconozco esa necesidad, pero cuando me los estoy poniendo se que entro en un entorno aún más difícil para mis capacidades. Ayer, por ejemplo, a la hora de coger algunas piezas de fruta volví a dar un poco el espectáculo. Con los guantes enfundados conseguí, con mucho esfuerzo, agarrar una bolsa individual para cargar en ella unas piezas de fruta tipo A. Las bolsas estaban asidas todas ellas a un fajo que cuelga y hay que tirar de la que se desea para quedársela. Al principio era incapaz de coger sólo una, porque son de ese tipo muy fino que se utiliza para envolver alimentos que casi se transparenta. Tras unos minutos conseguí asir a una sola de esas bolsas, lo que ya fue un triunfo, pero me encontré ante mi el gran reto de abrirla, porque esas bolsas son como dos lienzos plásticos unidos por tres de sus cuatro lados, carentes de asas o algo que los señale, y sin guantes no es muy difícil, pero tampoco es trivial, poder abrirlas. Con ellos era imposible. Trataba de darle vueltas al cuadrilátero plástico para encontrar la zona en la que se encontraba la presunta apertura consiguiendo que la bolsa se arrugase y fuera perdiendo su forma de cuatro esquinas, adquiriendo un aspecto de bola arrugada. Cuando logré identificar la zona en cuestión por donde se puede abrir traté de hacerlo, pero no había manera para ello, era imposible, todo resbalaba. La única alternativa que encontraba, quitarme los guantes y abrirla, era impensable, y allí seguía, delante de las frutas tipo A, haciendo el tonto con una bolsa de plástico en una especie de sketch cómico que haría las delicias de los seguidores de Mister Bean. Sin muchas alternativas acabé por pedir la ayuda de un empleado del local, que estaba trabajando como un poseso, como todos los de estos establecimientos en estos días, y le molesté para ver si podía abrirme la bolsa. Me miró con la obvia cara de sorpresa de quien tiene a un marciano delante, cogió la bolsa y, llevando guantes, la abrió en nanosegundos y me la dio, y supongo que me quedé ante él como el público de Juan Tamariz cuando hace los imposibles trucos de cartas que nadie es capaz de pillar.

Bolsa abierta en mano, cogí frutas A y las puse dentro del envoltorio, y lo deposité todo en el carrito. Intenté hacer un nudo a la bolsa, pero a los pocos segundos pasé de ello, porque apenas se hacer nudos, con guantes es imposible, y afortunadamente el local en el que estaba pesa las bolsas de este tipo en caja, por lo que no te pueden acusar de robar lleves abierta la bolsa o no. Satisfecho, contemple la victoria ante la fruta A como todo un logro, pero casi al instante un leve escalofrío me volvió a invadir el cuerpo, porque tenía intenciones de coger también piezas de fruta B. Y despacio, temeroso, me volví a acercar al fajo en el que se encuentran las condenadas bolsas, para dar comienzo a una nueva sesión de espectáculo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

a mi tb me pasa lo de las bolsas... lo que hago es frotar con la piel de la muñeca para abrirlas y luego lavarme bien cuando llego a casa ;-) Saludos Alvaro

David Azcárate dijo...

Pues es una buena táctica, la experimentaré esta semana. ¡¡Muchas gracias!!!