Soy torpe, lo se.
Suelo decir muchas veces para mi mismo, a veces también en público, que tengo
ciertas cualidades para temas que son útiles en, por ejemplo, el trabajo, pero
casi ninguna para las cosas normales de la vida que el común hace sin pensar y
con plena naturalidad, y que para mi son retos inalcanzables. Además, he
conseguido montarme una vida en la que no las echo en falta, lo que no se si es
mérito o simple necesidad de supervivencia teniendo en cuenta mis limitaciones.
La frase de “no saber freír ni un huevo” es algo que se me puede aplicar
literal y metafóricamente hasta quizás ni se imaginen ustedes dónde.
El supermercado es
uno de esos lugares en los que estoy muy desubicado, mucho de lo que allí
existe no representa nada para mi. Voy por obligación, por necesidad, pero sin
gusto alguno, con ganas de hacer rápido lo que tengo por delante y salir cuanto
antes posible. Es un tiempo que hay que gastar en algo necesario, de manera
forzada. Es coste. En estos tiempos de confinamiento es casi el único lugar al
que acudo de manera regular, una vez a la semana. Llevo el carro de la compra y
vuelvo con él medio lleno, tampoco en exceso, con las provisiones necesarias
para sobrevivir otros siete días. Con las necesidades higiénicas que el
coronavirus ha impuesto la compra se ha complicado para mi, porque es
obligatorio el uso de guantes, que se entregan a la entrada del
establecimiento. Alabo y reconozco esa necesidad, pero cuando me los estoy
poniendo se que entro en un entorno aún más difícil para mis capacidades. Ayer,
por ejemplo, a la hora de coger algunas piezas de fruta volví a dar un poco el
espectáculo. Con los guantes enfundados conseguí, con mucho esfuerzo, agarrar
una bolsa individual para cargar en ella unas piezas de fruta tipo A. Las
bolsas estaban asidas todas ellas a un fajo que cuelga y hay que tirar de la que
se desea para quedársela. Al principio era incapaz de coger sólo una, porque
son de ese tipo muy fino que se utiliza para envolver alimentos que casi se
transparenta. Tras unos minutos conseguí asir a una sola de esas bolsas, lo que
ya fue un triunfo, pero me encontré ante mi el gran reto de abrirla, porque
esas bolsas son como dos lienzos plásticos unidos por tres de sus cuatro lados,
carentes de asas o algo que los señale, y sin guantes no es muy difícil, pero
tampoco es trivial, poder abrirlas. Con ellos era imposible. Trataba de darle
vueltas al cuadrilátero plástico para encontrar la zona en la que se encontraba
la presunta apertura consiguiendo que la bolsa se arrugase y fuera perdiendo su
forma de cuatro esquinas, adquiriendo un aspecto de bola arrugada. Cuando logré
identificar la zona en cuestión por donde se puede abrir traté de hacerlo, pero
no había manera para ello, era imposible, todo resbalaba. La única alternativa
que encontraba, quitarme los guantes y abrirla, era impensable, y allí seguía,
delante de las frutas tipo A, haciendo el tonto con una bolsa de plástico en
una especie de sketch cómico que haría las delicias de los seguidores de Mister
Bean. Sin muchas alternativas acabé por pedir la ayuda de un empleado del
local, que estaba trabajando como un poseso, como todos los de estos
establecimientos en estos días, y le molesté para ver si podía abrirme la
bolsa. Me miró con la obvia cara de sorpresa de quien tiene a un marciano
delante, cogió la bolsa y, llevando guantes, la abrió en nanosegundos y me la
dio, y supongo que me quedé ante él como el público de Juan Tamariz cuando hace
los imposibles trucos de cartas que nadie es capaz de pillar.
Bolsa abierta en
mano, cogí frutas A y las puse dentro del envoltorio, y lo deposité todo en el
carrito. Intenté hacer un nudo a la bolsa, pero a los pocos segundos pasé de
ello, porque apenas se hacer nudos, con guantes es imposible, y afortunadamente
el local en el que estaba pesa las bolsas de este tipo en caja, por lo que no
te pueden acusar de robar lleves abierta la bolsa o no. Satisfecho, contemple
la victoria ante la fruta A como todo un logro, pero casi al instante un leve
escalofrío me volvió a invadir el cuerpo, porque tenía intenciones de coger
también piezas de fruta B. Y despacio, temeroso, me volví a acercar al fajo en
el que se encuentran las condenadas bolsas, para dar comienzo a una nueva
sesión de espectáculo.
2 comentarios:
a mi tb me pasa lo de las bolsas... lo que hago es frotar con la piel de la muñeca para abrirlas y luego lavarme bien cuando llego a casa ;-) Saludos Alvaro
Pues es una buena táctica, la experimentaré esta semana. ¡¡Muchas gracias!!!
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