Este fin de semana
hemos tenido dos comparecencias de Sánchez desde la Moncloa, distintas y de
valor también muy diferente. La primera, el sábado, fue un largo ejercicio de
autobombo vacío de contenido, que buscaba transmitir un mensaje emocional y que,
a mi entender, sólo generó hartazgo. Ayer,
tras la videoconferencia con los presidentes autonómicos, la comparecencia fue
más breve, con más anuncios, como el de la prolongación del estado de
emergencia quince días más, y nuevas alusiones a lo emotivo, pero en una
actuación algo más contenida, frente al vacío del sábado noche.
Cuando llega una
crisis el espíritu de Churchill, que nunca se ha ido del todo, resucita con
fuerza y todos los políticos quieren apropiarse de él, ejecutando frases y
sentencias que buscan inspirarse, cuando no directamente copiar, en lo que dijo
el premier británico en las horas más duras de su nación frente al imperio
nazi. La oratoria y la arenga del líder es algo tan clásico que su inicio puede
fecharse en, al menos, el discurso fúnebre de Pericles, que es un sentido
alegato a favor de los valores de la democracia ateniense, pero de ahí en
adelante son ingentes los ejemplos de pláticas de ánimo, que buscan enervar a
las masas y tropas. El cine ha abusado de ellas y los políticos actuales, poco
dotados para casi todo lo que no sea extender la bronca, recuren en estos
tiempos de zozobra a la copia directa de párrafos o al parafraseo de sentencias
usando ejemplos del pasado, y claro, Churchill sobresale entre todos ellos por
la proximidad temporal de su acción, por lo conocido de su figura y,
obviamente, por la brillantez de sus discursos, que marcaron un hito. A lo
largo de estos días Sánchez, Casado, EL Rey y todo el que ha salido a dar
discursos ha pretendido situarse en un Westminster imaginario, ver a la nación
a la que se dirige el Londres azotado por el Blitz y a l virus enemigo vestido
de nazi, con grandes esvásticas y negro atuendo. ¿El resultado es el esperado?
Pues no. Escuchar las grandes frases de don Winston funciona a veces, pero de
tan repetidas han perdido mucho de su valor, y además no sólo eran sus
palabras, sino su acción, lo que les daba el valor debido. Uno puede escuchar
odas al sacrificio y unión por parte de Sánchez o Casado y preguntarse hasta
qué punto esas bellas palabras salen de gargantas y cuerpos que no las
representan. En la clase política española la clase no ha sido, precisamente,
uno de los valores más cultivados, sino más bien lo contrario. El arrojarse las
culpas unos a otros, el sectarismo y la politiquería barata han ido
conquistando cada vez más espacio en un momento en el que la imagen ha
conquistado al mensaje, la pose al contenido, el tuit al pensamiento. Y en
estas nos llega una crisis de las gordas, de las serias, de las del mundo muy
real ante la que la ideología no sirve para nada y requiere actuación,
eficiencia, liderazgo real y espíritu de sacrificio. Nada de eso ha existido en
la política española ante crisis enormes, como la del separatismo catalán o la
Gran Recesión de 2008. Por eso, ante apelaciones políticas sobre la necesidad
de actuar juntos, que son ciertas y necesarias, gran parte de la audiencia mira
con cara de mosqueo, y un “sí, sí” sarcástico que denota que la credibilidad de
los que emiten estos mensajes es muy muy baja. Actuaciones de irresponsabilidad
absoluta como la de Iglesias, saltándose la cuarentena y alentando desde el
gobierno caceroladas contra la jefatura del estado mientras cientos de personas
mueren cada día contribuyen a este mosqueo general ante una política que no
sabe, y parece, no quiere, estar a la altura necesaria y debida.
Una cuestión
interesante de las comparecencias de Sánchez, que ahonda en la sensación de
estar ante un pose, es el papel de Miguel Ángel Oliver, el secretario de estado
de comunicación. Ante la necesidad de realizar las ruedas de prensa de manera
telemática, en sus primeras celebraciones los periodistas mandaban por whatsapp
textos o vídeos, pero ahora es el propio equipo de Oliver el que filtra las
preguntas, edita y muestra en pantalla, por lo que es evidente que se edulcoran
en mayor o menor grado. Y esto nuevamente contribuye a restarle valor a estas
necesarias comparecencias. El equipo de Moncloa debiera volver a la anterior
modalidad de entrevistas, pero dudo mucho que lo haga.
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