miércoles, mayo 13, 2020

Así se las gastan en Rusia


A medida que avanza el tiempo resulta curioso ver cómo se comporta la epidemia en los distintos países y comprobar que, con retardos, las curvas que se generan en la mayoría de las naciones son idénticas en la forma y con perfil más o menos propio. Las grandes naciones europeas somos de las que peor lo estamos pasando y presentamos unas ratios de mortalidad e infección más graves (con España casi en el pódium global de ambas clasificaciones) pero día a día disminuimos en número de fallecidos y nuevos enfermos, dando muestra de contención de la enfermedad. Ahora son otros países, especialmente EEUU, Rusia y Brasil, los que muestran gráficas propias de proceso de expansión.

El caso de Rusia es bastante interesante. Allí el gobierno de Putin presumió desde el principio que la enfermedad no les tocaría, y decretó un cierre de fronteras muy prematuro, lo que fue visto por muchos como una medida anticipatoria para evitar que en aquella nación se viviera lo que pasaba en otras. Viajar a Moscú fue imposible desde el principio de toda esta pesadilla, y el cerrojazo nacional decretado por el kremlin parecía una buena idea. Pero si algo ha demostrado el virus es que es demasiado poroso para la tradicional frontera administrativa. Los casos llegaron tarde a Rusia, pero llegaron, y a partir de ahí la política del régimen ha pasado de la negación a la aceptación de una manera muy forzada, manteniendo siempre ocultismo en los datos y mensajes confusos a su población. Con los primeros infectados la idea fuerza de Putin era que eso era excepcional y que no iría a más. Al crecer el número de positivos los gerifaltes empezaron a asustarse y Putin decretó una especie de semanas de vacaciones pagadas extraordinarias, con el objetivo de contener los contagios, pero no se instó al confinamiento. Las imágenes que llegaban de Moscú mostraban una ciudad extraña, sin trabajo oficial pero con atascos y mucha gente por la calle, sin que el gobierno alertara en ningún momento de la gravedad real de la situación, mientras que en los países occidentales los muertos ya los contábamos por centenares al día y los confinamientos se hacían cada vez más estrictos. Putin tenía todo muy planificado para que a finales de abril un referéndum trampa revalidase la estafa de reforma constitucional que había diseñado para perpetuarse en el poder otro montón de años más, y que el sábado 9 de mayo, día en el que Rusia conmemora el final de la II Guerra Mundial, fuera el del festejo de esa reforma y el de la celebración de su dictadura de la manera más pomposa posible, con desfiles militares nunca vistos y aclamaciones. Muy a su pesar toda esta falsa tramoya se ha derrumbado a medida que el virus se expandía por Moscú y alrededores, y desde hace algunas semanas Rusia ha tenido que admitir que se enfrenta a la misma pesadilla que el resto de naciones del mundo, y con la misma falta de recursos y ausencia de planificación. Allí también se levantan hospitales improvisados de la nada que baten récords de velocidad en su construcción, y los profesionales sanitarios se quejan sin cesar de que carecen de equipos de protección y material. Lo distintivo es que, de vez en cuando, alguno de estos médicos que protestan se cae por la ventana, y claro, deja de quejarse. Son ya tres los casos conocidos que, como era de esperar, han apaciguado las protestas de los profesionales de una manera brusca, digamos que muy a lo Putin, con su habitual estilo para la negociación y el acuerdo. Otra noticia muy rusa conocida ayer habla del fallo de respiradores de fabricación local, y la muerte de varios enfermos por los incendios provocados por cortocircuitos, en lo que es una nueva muestra de que la tecnología de aquel país hace tiempo que se quedó atrás en todo lo que no sea cuestiones militares.

En estos momentos Rusia contabiliza unos diez mil infectados al día y su tasa de crecimiento está completamente desbocada. Va camino de ser el segundo país del mundo por número de casos detectados, y junto a ello ofrece una tasa de mortalidad asombrosamente baja, que apenas supera el 1%, lo que hace sospechar a todo el mundo de la credibilidad de sus cifras. Sabido es que la transparencia es algo que en Rusia sólo hace referencia al reflejo de la helada mirada de Putin cuando se fija en alguien, pero lo cierto es que la epidemia parece estar completamente fuera de control en aquella nación y que el sufrimiento de su población no va a hacer otra cosa que crecer, lo oculte su gobierno o no.

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