A medida que avanza el
tiempo resulta curioso ver cómo se comporta la epidemia en los distintos países
y comprobar que, con retardos, las curvas que se generan en la mayoría de las
naciones son idénticas en la forma y con perfil más o menos propio. Las grandes
naciones europeas somos de las que peor lo estamos pasando y presentamos unas
ratios de mortalidad e infección más graves (con España casi en el pódium
global de ambas clasificaciones) pero día a día disminuimos en número de
fallecidos y nuevos enfermos, dando muestra de contención de la enfermedad.
Ahora son otros países, especialmente EEUU, Rusia y Brasil, los que muestran
gráficas propias de proceso de expansión.
El caso de Rusia es
bastante interesante. Allí el gobierno de Putin presumió desde el principio que
la enfermedad no les tocaría, y decretó un cierre de fronteras muy prematuro,
lo que fue visto por muchos como una medida anticipatoria para evitar que en
aquella nación se viviera lo que pasaba en otras. Viajar a Moscú fue imposible
desde el principio de toda esta pesadilla, y el cerrojazo nacional decretado
por el kremlin parecía una buena idea. Pero si algo ha demostrado el virus es que
es demasiado poroso para la tradicional frontera administrativa. Los casos llegaron
tarde a Rusia, pero llegaron, y a partir de ahí la política del régimen ha pasado
de la negación a la aceptación de una manera muy forzada, manteniendo siempre
ocultismo en los datos y mensajes confusos a su población. Con los primeros
infectados la idea fuerza de Putin era que eso era excepcional y que no iría a
más. Al crecer el número de positivos los gerifaltes empezaron a asustarse y
Putin decretó una especie de semanas de vacaciones pagadas extraordinarias, con
el objetivo de contener los contagios, pero no se instó al confinamiento. Las
imágenes que llegaban de Moscú mostraban una ciudad extraña, sin trabajo
oficial pero con atascos y mucha gente por la calle, sin que el gobierno alertara
en ningún momento de la gravedad real de la situación, mientras que en los países
occidentales los muertos ya los contábamos por centenares al día y los
confinamientos se hacían cada vez más estrictos. Putin tenía todo muy
planificado para que a finales de abril un referéndum trampa revalidase la
estafa de reforma constitucional que había diseñado para perpetuarse en el
poder otro montón de años más, y que el sábado 9 de mayo, día en el que Rusia
conmemora el final de la II Guerra Mundial, fuera el del festejo de esa reforma
y el de la celebración de su dictadura de la manera más pomposa posible, con
desfiles militares nunca vistos y aclamaciones. Muy a su pesar toda esta falsa
tramoya se ha derrumbado a medida que el virus se expandía por Moscú y
alrededores, y desde hace algunas semanas Rusia ha tenido que admitir que se
enfrenta a la misma pesadilla que el resto de naciones del mundo, y con la
misma falta de recursos y ausencia de planificación. Allí también se levantan
hospitales improvisados de la nada que baten récords de velocidad en su
construcción, y los profesionales sanitarios se quejan sin cesar de que carecen
de equipos de protección y material. Lo
distintivo es que, de vez en cuando, alguno de estos médicos que protestan se
cae por la ventana, y claro, deja de quejarse. Son ya tres los casos
conocidos que, como era de esperar, han apaciguado las protestas de los
profesionales de una manera brusca, digamos que muy a lo Putin, con su habitual
estilo para la negociación y el acuerdo. Otra noticia muy rusa conocida ayer
habla del
fallo de respiradores de fabricación local, y la muerte de varios enfermos por
los incendios provocados por cortocircuitos, en lo que es una nueva muestra
de que la tecnología de aquel país hace tiempo que se quedó atrás en todo lo
que no sea cuestiones militares.
En estos momentos Rusia
contabiliza unos diez mil infectados al día y su tasa de crecimiento está
completamente desbocada. Va camino de ser el segundo país del mundo por número
de casos detectados, y junto a ello ofrece una tasa de mortalidad
asombrosamente baja, que apenas supera el 1%, lo que hace sospechar a todo el mundo
de la credibilidad de sus cifras. Sabido es que la transparencia es algo que en
Rusia sólo hace referencia al reflejo de la helada mirada de Putin cuando se
fija en alguien, pero lo cierto es que la epidemia parece estar completamente
fuera de control en aquella nación y que el sufrimiento de su población no va a
hacer otra cosa que crecer, lo oculte su gobierno o no.
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