Las cifras de muertos e
infectados por el coronavirus en EEUU siguen creciendo, frenando su
aceleración, es cierto, pero siguen incrementándose día a día, alcanzando
registros espantosos. Hace un par de días superaron los 100.000 fallecidos en
aquella nación, y cada jornada es un suma y sigue de decesos y de enfermos.
Cierto es que en los ratios per cápita EEUU está lejos de naciones como, sin ir
más lejos, España, que es de las peores del mundo. Aquí superamos ampliamente
los quinientos fallecidos por millón de habitantes y allí están justo por
encima de los trescientos, pero que nosotros fracasemos entra dentro de lo
previsible, mientras que EEUU lo haga no es algo que aparezca en guion alguno.
Desde luego
concentrarse en tumultos y algaradas no contribuye a mantener la distancia
social. Esta
ha sido la tercera noche de disturbios, saqueos e incendios en Minneapolis,
capital del norteño estado de Minnesota, una ola de violencia que se está
llevando propiedades de todo tipo, hasta comisarías de policía, que son pasto
de las llamas provocadas por hordas de enfurecidos protestantes. Lo que allí
sucede es el reflejo, una vez más, de la tensión racial que vive ese país. Hace
unos días se pudo ver el vídeo de la detención por parte de la policía de la
ciudad de un ciudadano negro llamado George Floyd. El vídeo es muy duro. En él
se ve a Floyd reducido por los agentes tirado en el suelo, y con el cuello
entre la rueda delantera derecha de uno de los coches de la policía y la
rodilla de uno de los agentes, que le ahoga sin mostrar consideración alguna.
Floyd se queja, pero el agente no hace gesto alguno para aliviar la presión que
sufre el cuello de Floyd, y ni quien graba la escena ni nadie alrededor muestra
importancia a lo que allí está sucediendo. Pasados unos minutos llega una
ambulancia y Floyd es depositado en ella, de manera inerte. No se si para
entonces ya está muerto o no, pero lo parece por la forma fofa en la que el
cuerpo responde a los zarandeos de los policías que cargan con él. Los agentes
son cuatro, todos blancos, y Floyd es negro, y la escena se parece demasiado a
otras tantas que hemos visto en las que, sea cual sea el origen del altercado
que presenciamos, el final va a terminar en forma de cadáver negro. Tras una
primera noche de protestas en las que se vieron los primeros altercados tanto
la familia de Floyd como las autoridades de la ciudad llamaron a la calma, y el
alcalde decretó la expulsión inmediata del cuerpo de los cuatro agentes, pero
esos llamamientos han caído en el saco roto de la frustración, y ahora mismo la
ciudad se encuentra en un estado de descontrol total en el que la seguridad no
existe. Las autoridades han hecho un llamamiento para que intervenga la guardia
nacional y no está claro ni cuándo ni cómo se va a frenar esta ola de violencia
en la que ya han surgido los habituales aprovechados que, a río revuelto,
asaltan supermercados y comercios de todo tipo para apropiarse de sus
pertenencias, en un tipo de escenas de violencia máxima que, lamentablemente,
son bastante habituales en aquel país. Mucho se van a tener que esforzar las
fuerzas de seguridad y, sobre todo, los representantes de la comunidad negra,
para que las aguas vuelvan a su cauce, antes de que se produzca algún tipo de
incidente que suponga pérdida de nuevas vidas. Por lo poco que he podido ver la
familia de Floyd está desde el principio tratando de contribuir a la calma,
consciente de que lo que podía suceder en Minneapolis es lo que ya pasó en
otras ciudades ante hechos similares, pero por ahora sus voces no se escuchan
entre el ruido y la furia desatadas en aquella ciudad.
Cada poco tiempo EEUU
muestra ramalazos de violencia impropios de una sociedad moderna, en los que la
brutalidad policial y la discriminación racial son constantes. Desde la
presidencia del país, bajo distintas administraciones, se ha tratado de buscar
solución a estos problemas, pero no se ha encontrado, y no tengo dudas que bajo
el actual designio de Trump no se hará nada al respecto. El virus de la
violencia y el racismo tiene sus propias dinámicas, y también necesita vacunas de
las que no está claro de si disponemos. La semana pasada, en el estado de Minnesota,
se infectaban cada día cerca de ochocientos ciudadanos y morían una treintena
por el coronavirus
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