martes, mayo 05, 2020

Martínez Almeida y Margarita Robles


Las crisis suelen aflorar liderazgos y, a la contra, muestran a veces las fallas de aquellos que se suponían líderes. Lo que sucede es que nunca se sabe por dónde va a soplar el viento y quiénes se van a ver favorecidos por él, o aprovecharlo de la mejor manera. Referido a los mercados financieros, dice Warren Baffet que al bajar la marea es cuando se sabe cuántos bañistas están desnudos. Con agua alta todos flotan y el mar esconde sus vergüenzas. Cuando vienen mal dadas es cuando se descubre quién está realmente al mando y lo que es capaz de hacer. Ojalá nunca vinieran tiempos malos, pero lo hacen.

En esta fenomenal crisis que nos desvela hemos visto el hundimiento de algunos personajes, que iban de salvadores del pueblo, de tribunos de la plebe y de luchadores contra la casta, que se envuelven en ideologías reaccionarias extremistas, y que día a día muestran su cobardía escondiéndose o bien bajo el paraguas del poder o la furibunda oposición demagógica. También ha quedado claro que los primeros espadas de la política nacional realmente empuñan varas de gomaespuma, porque es tan escaso el fuste que demuestran que al primer envite se tronchan. Tanto aparejo y constructor de relato para vestir carreras políticas muy vacías. Y hay dos personas que, sorprendentemente para muchos, han demostrado ser líderes natos en medio del desastre global, y que suscitan el apoyo de los suyos y los ajenos, por la gestión que han hecho, por lo que dicen y por cómo lo dicen. Uno es el alcalde de Madrid, José Luís Martínez Almeida, un político bisoño, que llegó a candidato del PP al consistorio casi de rebote tras el arrase que la corruptela generó en las listas populares, que alcanzó el bastón de mando con un pacto con Ciudadanos y el permiso de un Vox tan altisonante como zafio, y que se convirtió en el hazmerreír de gran parte de los medios de izquierdas, y no sólo, por su aspecto, su poca cosa. Sin embargo, cuando el mar se secó y el agua se convirtió en cadáveres, Almeida se puso a ejercer de alcalde de todos los madrileños con el objetivo de salvar vidas, todas las que fueran posibles. No se dedicó a la gestión de su imagen, sino a tratar de gestionar una ciudad colapsada en la que, literalmente, no cabían los cadáveres. Serio, activo, con discurso centrado en lo debido, Almeida ha arrasado entre propios y extraños con una actitud de servicio público y de entrega a sus ciudadanos que ha suscitado, con toda la lógica del mundo, el aprobado colectivo. Un caso similar es el de Margarita Robles, ministra de defensa, encargada de la gestión de las tropas en tiempos en los que la sociedad da la espalda a sus militares, y que ha mostrado que tiene mucha mili encima. Veterana dirigentes socialista, curtida en varios gobiernos y en coyunturas serias, ha priorizado la eficacia de los militares a su servicio para hacer que estén plenamente al servicio de la sociedad, ha gestionado aspectos poco vistosos, relacionados con la logística, pero que son vitales para que otras acciones más llamativas puedan ser llevadas a cabo, ha exhibido una experiencia en el mando y gestión de primero nivel, ha mostrado en todo momento una mezcla muy necesaria entre solidez y serenidad. Y, importantísimo, ha sido generosa con sus subordinados, otorgándoles el reconocimiento de los aciertos que han logrado, y exigente consigo misma, asumiendo en primera persona y sin atajos de ningún tipo los errores que se hayan podido cometer. En declaraciones como las suyas se ha visto una voluntad de servicio público de un nivel extremo, sin que la ideología ni el partido asomasen por ninguna parte. Excelente.

Frente a un malo presidente del gobierno y un mal líder de la oposición, y unos extremos ruidosos y que sólo buscan la destrucción del adversario, Almeida y Robles han dado toda una lección de liderazgo. ¿Y qué es eso del liderazgo? No es una construcción mediática de un personaje, no, sino una forma de ejercer el cargo en la que la entrega, el sacrificio, la visión, la asunción de los errores y el no ocultar los méritos de los demás están por encima de todo. Cuando se ejerce así se logran consensos, porque los demás quieren seguir a esa persona. Ese liderazgos se puede usar para buenos y malos fines, como todo en la vida, y es evidente que en esta ocasión estos dos políticos han buscado el bien común de nuestra sociedad. Algo tan escaso entre nosotros que merece mucho ser reconocido y agradecido.

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