Las crisis suelen
aflorar liderazgos y, a la contra, muestran a veces las fallas de aquellos que
se suponían líderes. Lo que sucede es que nunca se sabe por dónde va a soplar
el viento y quiénes se van a ver favorecidos por él, o aprovecharlo de la mejor
manera. Referido a los mercados financieros, dice Warren Baffet que al bajar la
marea es cuando se sabe cuántos bañistas están desnudos. Con agua alta todos
flotan y el mar esconde sus vergüenzas. Cuando vienen mal dadas es cuando se
descubre quién está realmente al mando y lo que es capaz de hacer. Ojalá nunca
vinieran tiempos malos, pero lo hacen.
En esta fenomenal
crisis que nos desvela hemos visto el hundimiento de algunos personajes, que
iban de salvadores del pueblo, de tribunos de la plebe y de luchadores contra
la casta, que se envuelven en ideologías reaccionarias extremistas, y que día a
día muestran su cobardía escondiéndose o bien bajo el paraguas del poder o la
furibunda oposición demagógica. También ha quedado claro que los primeros espadas
de la política nacional realmente empuñan varas de gomaespuma, porque es tan
escaso el fuste que demuestran que al primer envite se tronchan. Tanto aparejo
y constructor de relato para vestir carreras políticas muy vacías. Y hay dos
personas que, sorprendentemente para muchos, han demostrado ser líderes natos
en medio del desastre global, y que suscitan el apoyo de los suyos y los
ajenos, por la gestión que han hecho, por lo que dicen y por cómo lo dicen. Uno
es el alcalde de Madrid, José Luís Martínez Almeida, un político bisoño, que
llegó a candidato del PP al consistorio casi de rebote tras el arrase que la
corruptela generó en las listas populares, que alcanzó el bastón de mando con
un pacto con Ciudadanos y el permiso de un Vox tan altisonante como zafio, y
que se convirtió en el hazmerreír de gran parte de los medios de izquierdas, y
no sólo, por su aspecto, su poca cosa. Sin embargo, cuando el mar se secó y el
agua se convirtió en cadáveres, Almeida se puso a ejercer de alcalde de todos
los madrileños con el objetivo de salvar vidas, todas las que fueran posibles.
No se dedicó a la gestión de su imagen, sino a tratar de gestionar una ciudad
colapsada en la que, literalmente, no cabían los cadáveres. Serio, activo, con
discurso centrado en lo debido, Almeida ha arrasado entre propios y extraños
con una actitud de servicio público y de entrega a sus ciudadanos que ha
suscitado, con toda la lógica del mundo, el aprobado colectivo. Un caso similar
es el de Margarita Robles, ministra de defensa, encargada de la gestión de las
tropas en tiempos en los que la sociedad da la espalda a sus militares, y que
ha mostrado que tiene mucha mili encima. Veterana dirigentes socialista,
curtida en varios gobiernos y en coyunturas serias, ha priorizado la eficacia
de los militares a su servicio para hacer que estén plenamente al servicio de
la sociedad, ha gestionado aspectos poco vistosos, relacionados con la
logística, pero que son vitales para que otras acciones más llamativas puedan
ser llevadas a cabo, ha exhibido una experiencia en el mando y gestión de
primero nivel, ha mostrado en todo momento una mezcla muy necesaria entre
solidez y serenidad. Y, importantísimo, ha sido generosa con sus subordinados,
otorgándoles el reconocimiento de los aciertos que han logrado, y exigente
consigo misma, asumiendo en primera persona y sin atajos de ningún tipo los
errores que se hayan podido cometer. En declaraciones como las suyas se ha
visto una voluntad de servicio público de un nivel extremo, sin que la
ideología ni el partido asomasen por ninguna parte. Excelente.
Frente a un malo
presidente del gobierno y un mal líder de la oposición, y unos extremos
ruidosos y que sólo buscan la destrucción del adversario, Almeida y Robles han
dado toda una lección de liderazgo. ¿Y qué es eso del liderazgo? No es una
construcción mediática de un personaje, no, sino una forma de ejercer el cargo
en la que la entrega, el sacrificio, la visión, la asunción de los errores y el
no ocultar los méritos de los demás están por encima de todo. Cuando se ejerce
así se logran consensos, porque los demás quieren seguir a esa persona. Ese
liderazgos se puede usar para buenos y malos fines, como todo en la vida, y es
evidente que en esta ocasión estos dos políticos han buscado el bien común de
nuestra sociedad. Algo tan escaso entre nosotros que merece mucho ser
reconocido y agradecido.
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