lunes, mayo 25, 2020

Comprar libros


Me encanta comprar libros, lo hago en exceso y me gusta tener varios ejemplares en cola en casa, esperándome, sabiendo que cuando acaba el que está en mis manos habrá otros, y luego otro, apenas a unos metros para tener lectura. No soy así en el resto de cosas. Voy a la compra de comida por obligación, a sabiendas de que es necesaria, pero sin el más mínimo interés, sólo con la idea de reponer lo necesario en el armario en el que deposito las cosas, y no les cuento las compras de cosas como ropa o similares, que son algo a lo que me veo forzado cuando no me queda otra opción, no ya sin disfrute, no, sino con cierto padecimiento.

Este viernes por la tarde fui a comprar libros, cosa que no hacía desde el viernes 6 de marzo, cuando la amenaza del virus ya estaba presente en todas partes menos en las mesas de los que podían tomar decisiones al respecto. Terminé el stock de libros pendientes de lectura en casa a las dos semanas de confinamiento y desde entonces he releído algo, no mucho, pero sin que nada nuevo entrara en mis estantes. Pensé en recurrir al comercio electrónico, pero en vista del desastre económico que atenaza a todos los negocios, y ni les cuento a las librerías, opté por esperar a que fuera posible acudir a ellas y darles unos pocos euros, que a buen seguro les serán muy necesarios. Salí de casa por la tarde, con un calor de verano, enmascarillado, y acudí al metro, que no utilizaba desde hacía dos meses, para ir camino al centro y visitar allí dos establecimientos donde poder comprar. El viaje en metro no fue anómalo, si se entiende como tal un desplazamiento en el que, viernes tarde, los vagones estaban poco concurridos y sin que ningún rostro estuviera separado de su mascarilla, en una imagen de nueva normalidad que sólo sirve para añorar el pasado de hace unos meses, que ahora nos parece la gloria. El centro ofrecía una imagen similar a la del metro, más vacío aún si cabe, con muy poca gente andando por las estrechas aceras de las callejuelas de Malasaña bajo un sol de puro verano, y todos con el rostro semicubierto, del que ahora sólo los ojos son expresión de algo humano, estando embozado todo lo demás. Mi idea era la de visitar dos librerías pequeñas, una especializada en temas económicos y otra de esas modernas y acogedoras que abrieron hace unos años en las que el bar es tan importante como las propias estanterías. Son negocios que visito de manera esporádica, tres o cuatro veces al año, dado que mis compras fundamentales las suelo hacer en las grandes librerías que hay en el entorno de Callao Gran Vía, pero sí que, cuando llega la feria del libro, las casetas de estos dos establecimientos son de visita obligada y compra segura. Este año no hay feria del libro, se programó para que empezase este próximo viernes 29, pero es otro de esos eventos a los que el coronavius ha puesto en hibernación, y su ausencia es una tragedia para las pequeñas librerías, que en esas dos semanas de casetas en el Retiro logran facturaciones que pueden suponer tranquilamente una cuarta parte de todo su ingreso anual. No son pocas las librerías que, ya antes de esta tragedia, vivían justas de ingresos y tenían un panorama oscuro. Tras el paso de esta peste moderna muchas, junto a otro tipo de negocios, cerrarán, incapaces de lograr unas ventas que cubran sus pérdidas. El sector va a quedar laminados y años de esfuerzo y entrega por parte de libreros enamorados de su oficio pueden acabar convertidos en un “Se Vende / Se Alquila” que es como el “The End” de un comercio.

Hice mi recorrido por las tiendas y compré unos títulos, cinco, tampoco hice nada exagerado, y estuve hablando con los que llevan los negocios. Todos mostraban su alivio por estar sanos y que su entorno también lo estaba, y lo preocupados que están por la crisis económica que se está generando y cómo van a poder capearla. Incertidumbre, dudas, temores, eran los sentimientos unánimes que salían en cada frase. Todos tenían la intención de seguir levantando la persiana hasta que no pudieran más, pero no sabían si iban a ser capaces de aguantar mucho o poco. Me da que esa es la inquietud que vive en el alma de millones de pequeños negocios y empresas de nuestro país, a los que el virus ha robado la primavera, el futuro, la cuenta corriente y todo lo que uno quiera imaginar. Compremos en ellos, es lo que necesitan para poder sobrevivir.

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