En mi trabajo manejar
datos es el pan nuestro de cada día, y los que los generan son organismos del
estado y las CCAA, que desarrollan proyectos y cofinancian ayudas en las que
participan los fondos estructurales de la UE. Para llevar la gestión de todos
los proyectos hay una aplicación informática en la que todo el mundo tiene que
volcar los datos, con unos formatos y campos predeterminados, que fuerza a
todos a hacerlo de una manera homogénea, de tal manera que los euros de unos y
de otros se puedan sumar cuando se refieren a lo mismo. Aun así, hay grandes
discrepancias entre los organismos sobre ciertas cuestiones y el sistema sueles
estar en permanente revisión con vistas a mejorar.
No les voy a engañar
que, al menos un poco, entendí a Fernando Simón ayer cuando explicaba el
inexplicable hecho de que los datos de la pandemia del día mostraban una
revisión profunda de las cifras y, nada menos, la resurrección de casi dos mil
fallecidos que se habían dado por tales en días anteriores, especialmente en
Cataluña, pero no sólo. Siempre es mejor que los muertos bajen a que aumenten,
pero no parece muy lógico que puedan resucitar, y escuchar sus explicaciones me
retrotraía a discusiones eternas de mi oficina sobre cómo contabilizar ciertas
cosas, sobre las, al menos, diecinueve opiniones, una por cada CCAA, sobre
criterios a seguir a la hora de tratar determinados datos y lo que cuesta
establecer criterios comunes que sean seguidos por todos. En nuestro caso,
además, existen unos reglamentos comunitarios que sirven de marco a la gestión
de todos los países que obligan a que haya un mínimo común denominador de datos
comparables tanto aquí como en Bélgica o Austria o cualquiera de las naciones
que conformamos la UE. Muchas veces es esta reglamentación común la que nos
sirve de base fuerza para encauzar los criterios de las CCAA, y resulta
evidente que ante el problema de la gestión de la información de la pandemia no
hay ni una autoridad superior internacional que dicte un criterio ni el
Ministerio de Sanidad ha sido capaz de establecer una forma de contabilización
de la información que sea utilizada por todas las CCAA de manera estandarizada.
Ese proceso de unificación se está haciendo sobre la marcha, apresuradamente,
puliéndolo cuando hay tiempo y los organismos regionales encargados de la
recogida y gestión de los datos son capaces de ello, y es evidente que hay
disfunciones de todo tipo, la más llamativa de las cuales es la múltiple
resurrección de almas vivida ayer, que deja los milagros bíblicos convertidos
en baratijas. Una muestra de hasta qué punto ahora mismo la gestión de los
datos de la pandemia está descontrolada es que la web del Instituto Carlos III que
recoge los datos desagregados está sin ser actualizada desde las cero horas del
21 de mayo, el pasado jueves, hace ya cinco días. Desde esa web se pueden
descargar archivos csv para poder ser tratados en los que diariamente se recoge
la evolución, por CCAA, de variables como las de infectados detectados por PCR,
hospitalizados, ingresos en UCI o fallecidos, entre otras, y se pueden generar
series históricas de lo que uno desee analizar. Lo que ayer explicó Simón
supone la ruptura, nuevamente, de la coherencia temporal de los datos que se
recogen en esa web, y es de esperar que un día de estos, a saber cuándo, se
reconstruyan los datos para reflejar las resurrecciones que ayer se anunciaron,
pero lo cierto es que a día y hora de hoy, martes 26 de mayo, no se puede hacer
ningún tipo de estudio fiable para ver cómo evoluciona la pandemia en el
trascendente momento de la desescalada, lo que no es sólo inconcebible, sino también
peligroso.
Es por ello que no sólo
éste humilde escribidor, que realiza análisis de juguete con esos datos,
muestra su enfado y desesperación ante lo que ve, sino que todos los
profesionales que están tratando de encontrar en esos datos información
relevante de lo que sucede con la pandemia están sumidos en la desesperación, y
buena muestra de ello es la crónica diaria de Kiko Llaneras, que ayer mostraba
la impotencia más absoluta. Vivimos tiempos de big data, en los que no se
cesa de repetir el mantra de que los datos lo son todo, y en medio de esas
verdades aún no somos capaces de contabilizar con precisión las víctimas de
esta tragedia que nos asola.
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