martes, mayo 26, 2020

Datos mal contados


En mi trabajo manejar datos es el pan nuestro de cada día, y los que los generan son organismos del estado y las CCAA, que desarrollan proyectos y cofinancian ayudas en las que participan los fondos estructurales de la UE. Para llevar la gestión de todos los proyectos hay una aplicación informática en la que todo el mundo tiene que volcar los datos, con unos formatos y campos predeterminados, que fuerza a todos a hacerlo de una manera homogénea, de tal manera que los euros de unos y de otros se puedan sumar cuando se refieren a lo mismo. Aun así, hay grandes discrepancias entre los organismos sobre ciertas cuestiones y el sistema sueles estar en permanente revisión con vistas a mejorar.

No les voy a engañar que, al menos un poco, entendí a Fernando Simón ayer cuando explicaba el inexplicable hecho de que los datos de la pandemia del día mostraban una revisión profunda de las cifras y, nada menos, la resurrección de casi dos mil fallecidos que se habían dado por tales en días anteriores, especialmente en Cataluña, pero no sólo. Siempre es mejor que los muertos bajen a que aumenten, pero no parece muy lógico que puedan resucitar, y escuchar sus explicaciones me retrotraía a discusiones eternas de mi oficina sobre cómo contabilizar ciertas cosas, sobre las, al menos, diecinueve opiniones, una por cada CCAA, sobre criterios a seguir a la hora de tratar determinados datos y lo que cuesta establecer criterios comunes que sean seguidos por todos. En nuestro caso, además, existen unos reglamentos comunitarios que sirven de marco a la gestión de todos los países que obligan a que haya un mínimo común denominador de datos comparables tanto aquí como en Bélgica o Austria o cualquiera de las naciones que conformamos la UE. Muchas veces es esta reglamentación común la que nos sirve de base fuerza para encauzar los criterios de las CCAA, y resulta evidente que ante el problema de la gestión de la información de la pandemia no hay ni una autoridad superior internacional que dicte un criterio ni el Ministerio de Sanidad ha sido capaz de establecer una forma de contabilización de la información que sea utilizada por todas las CCAA de manera estandarizada. Ese proceso de unificación se está haciendo sobre la marcha, apresuradamente, puliéndolo cuando hay tiempo y los organismos regionales encargados de la recogida y gestión de los datos son capaces de ello, y es evidente que hay disfunciones de todo tipo, la más llamativa de las cuales es la múltiple resurrección de almas vivida ayer, que deja los milagros bíblicos convertidos en baratijas. Una muestra de hasta qué punto ahora mismo la gestión de los datos de la pandemia está descontrolada es que la web del Instituto Carlos III que recoge los datos desagregados está sin ser actualizada desde las cero horas del 21 de mayo, el pasado jueves, hace ya cinco días. Desde esa web se pueden descargar archivos csv para poder ser tratados en los que diariamente se recoge la evolución, por CCAA, de variables como las de infectados detectados por PCR, hospitalizados, ingresos en UCI o fallecidos, entre otras, y se pueden generar series históricas de lo que uno desee analizar. Lo que ayer explicó Simón supone la ruptura, nuevamente, de la coherencia temporal de los datos que se recogen en esa web, y es de esperar que un día de estos, a saber cuándo, se reconstruyan los datos para reflejar las resurrecciones que ayer se anunciaron, pero lo cierto es que a día y hora de hoy, martes 26 de mayo, no se puede hacer ningún tipo de estudio fiable para ver cómo evoluciona la pandemia en el trascendente momento de la desescalada, lo que no es sólo inconcebible, sino también peligroso.

Es por ello que no sólo éste humilde escribidor, que realiza análisis de juguete con esos datos, muestra su enfado y desesperación ante lo que ve, sino que todos los profesionales que están tratando de encontrar en esos datos información relevante de lo que sucede con la pandemia están sumidos en la desesperación, y buena muestra de ello es la crónica diaria de Kiko Llaneras, que ayer mostraba la impotencia más absoluta. Vivimos tiempos de big data, en los que no se cesa de repetir el mantra de que los datos lo son todo, y en medio de esas verdades aún no somos capaces de contabilizar con precisión las víctimas de esta tragedia que nos asola.

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