Ayer por la tarde Nadia
habló, y demostró tener valor y principios, mucho más que sus jefes. En una
reunión telemática en la que participaba el vicepresidente de la Comisión Europea,
dijo
que la reforma laboral en estos momentos es absurda y contraproducente, y
dejó una frase para la historia que todos los políticos y cargos públicos
tendrían que tener grabada en piedra a la entrada de sus despachos y, sobre
todo, en la nómina que reciben cada mes. “estamos aquí para resolver problemas
en lugar de crearlos”. No se puede decir de una manera más breve y profunda
cuál debe ser la labor de un cargo público y, sobre todo, lo que no debe hacer
nunca.
Todo esto llegó después
de veinticuatro horas de desmadre en el que el gobierno se ha metido solo al
firmar con Bildu un pacto el miércoles, que mantuvo oculto hasta después de la
votación del estado de alarma, en el que se comprometía a la derogación urgente
y total de la reforma laboral a cambio de la abstención de los filoetarras en
la votación de la prórroga del estado de alarma. Un compromiso absurdo en un
escrito que no era necesario en lo más mínimo para sacar adelante esa prórroga,
una vez amarrados los votos del PNV y Ciudadanos, que logró soliviantar a todas
las formaciones políticas y que obligó al PSOE a emitir casi al borde de la
media noche del miércoles una nota en la que corregía parte de lo aprobado, sin
que ello fuera tenido en cuenta por la mañana del jueves por parte de un
engreído Pablo Iglesias y de un crecido Arnaldo Otegui, que exigían el
cumplimiento íntegro de lo realmente firmado. Todo es un desastre absoluto, en
forma y fondo (da vergüenza ajena leer el contenido expreso del documento,
redactado de una manera tan cutre que no superaría un examen de lengua de EGB)
y que ha generado una enorme marejada en todas partes, desde las directamente
implicadas hasta cualquier que uno pueda imaginar. La CEOE decidió ayer
levantarse de la mesa del diálogo social al considerarse, en toda lógica, no
sólo ninguneada, sino más bien expulsada de un foro que carece de sentido. Los sindicatos,
más comprensivos con el gobierno, no daban crédito a la manera oscura con la
que se había pactado algo tan relevante y que se les había ocultado por
completo, y así una cascada de reacciones en las que la incredulidad iba de la
mano del enojo. Lo más divertido es que parece que casi nadie del propio
gobierno sabía qué es lo que se estaba tramando en el Congreso, y que una vez
que se hizo público este acuerdo relevantes ministros empezaron a aporrear
puertas para saber quién había sido el responsable de semejante disparate. A lo
largo del día de ayer Moncloa, donde la inteligencia parece que hace tiempo
desapareció, fue transmitiendo mensajes que parecían hacer entender que era
consciente del desastre que se había organizado y empezó a dirigir las culpas
de lo sucedido al grupo parlamentario socialista, y concretamente a la figura
de Adriana Lastra, portavoz en el Congreso, ariete de incisivo, amante del
trazo grueso y del enfrentamiento, a la que un trazo grueso no le va a faltar
nunca en sus intervenciones plenarias. ¿Acabarán forzando su cese tras lo
sucedido? Es lo mínimo que debieran hacer, y hasta el
periódico del gobierno reclama que se actúe así, pero no confíen en ello.
Lo cierto es que
Sánchez ha vuelto a traicionar su palabra, cuando repitió una y mil veces que
no pactaría con Bildu, demostrando que sus declaraciones tienen menos valor que
el papel en el que están impresas, y que sus incumplimientos son totales. En
medio de una crisis sanitaria devastadora, que aún no ha terminado, y de una
crisis económica que probablemente sea del mismo calado, el gobierno se dedica
a florituras con aquellos que, un día antes, callaron mientras sus cachorros
atacaban la casa de Idoia Mendía, responsable socialista del País Vasco. En
fin, ayer Nadia Calviño demostró tener muchos más arrestos que la tropa de
incompetentes machos alfa que se disputan el poder en una Moncloa enfangada.
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