A medida que los datos
sanitarios del coronavirus empiezan a aflojar, o al menos a entrar en una senda
de contención que depende de nuestro comportamiento, la crisis económica
asociada empieza a adquirir una dimensión equivalente a la del desastre vital
que hemos pasado. Nada de todo eso parece ser relevante para nuestros
representantes políticos, desgobiernen o no, que ayer volvieron a ofrecer otro
lamentable espectáculo en el Congreso, muy interesados los unos en eliminar las
voces críticas en las instituciones que rigen como si contaran con mayoría
absoluta y muy centrados los otros en el ruido para poder obtener un posible
rédito electoral en futuras y sombrías elecciones. Nada de todos ellos vendrá
en nuestra ayuda.
Era una noticia ya
comentada por varios medios desde hace días, pero en la noche de ayer se hizo
oficial. Nissan
anunció el cierre de su planta en Barcelona, una factoría de montaje de
vehículos de tamaño medio, que da trabajo directo a unas tres mil personas e
indirecto a muchos más, piense usted en algunas decenas de miles, con motivo de
la reestructuración global que la compañía ha puesto en marcha para afrontar
las bajadas de las ventas que ya se venían produciendo desde el año pasado y
que este pueden ser apoteósicas. Los efectos de la crisis del coronavirus van a
ser enormes, no sólo por el hecho de que durante algunos meses tanto la oferta
como la demanda productiva han estado paralizadas, que también, sino sobre todo
por el destrozo que ha generado a las cadenas internacionales de valor y
suministro, que han quedado muy tocadas, y la sensación global que se ha creado
de que es necesario reducir la dimensión de estas cadenas para no quedar
atrapados en cuellos de botella como los que se han visto por la brutal
sobredependencia de algunos productores, como es el caso de China. Las
presiones para que los fabricantes globales trasladen parte de su producción a
sus países matrices, o que al menos deslocalicen menos sus procesos puede
generar que no sólo naciones como el gigante asiático mencionado y aledaños sufran
por el cambio de estructuras. Países como el nuestro, en el que la automoción
supone un porcentaje del PIB algo superior al 10%, donde tenemos plantas de
montaje de un montón de productores globales, y donde no tenemos un solo
productor que sea nacional, quedan expuestos a que otras naciones donde si
radican esos productores puedan cambiar procesos y eso se traduzca en pérdidas
de empleos en España. El caso de Nissan es el primero, pero puede que no sea el
último. Son muchas las voces en Francia que hablan de condicionar las ayudas a
los fabricantes galos (Renault y PSA) a cambio de que plantas sitas en otros
países vuelvan a la casa gabacha, y movimientos de ese tipo se pueden dar en
otras naciones, que sí poseen productores propios. A favor nuestro se encuentra
el factor de que las plantas españolas son de las más eficientes y rentables
del mundo, fruto de años de trabajo e inversión, y de responsable colaboración
entre trabajadores, empresarios, sindicatos y autoridades, que saben lo
estratégicas que son. También influye a futuro el hecho de que una planta de
coches de las grandes (PSA en Vigo y Figueruelas, Renault en Palencia
Valladolid, Ford en Almusafes, Volkswagen en Landaben,etc) es un complejo de
producción de tales dimensiones, físicas y financieras, que ni se puede mover
de un día o año para otro, y que decisiones estratégicas de largo plazo ofrecen
tiempo para plantear alternativas y opciones. Pero a nadie se le escapa que lo
que ha provocado el coronavirus es un terremoto global que puede alterar,
modificar o acelerar decisiones y tendencias que ya existían en los distintos
sectores. El mundo post covid va a ser diferente a lo que conocíamos, y no sólo
en temas visibles como el de la mascarilla. Las implicaciones van a ser
enormes.
Para el área industrial
de zona franca de Barcelona, donde Nissan era el jugador pequeño frente al
gigante SEAT de Martorell, el golpe que provoca el cierre de la planta japonesa
no es menor, ni mucho menos, y abre una espita a la incertidumbre futura que no
es buena para nadie. Y todo ello en medio de un panorama política nacional y
regional de una alta inestabilidad en el que las prioridades futuras pasan por
los desvaríos nacionalistas, a los que lo que menos les importa es el empleo y
el bienestar de las personas. Hoy varios miles de trabajadores del sector y
dependientes de él se levantan angustiados. ¿qué respuestas obtendrán de
políticos que siguen ensimismados con repúblicas falaces?
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